Decía el poeta Fernando Pessoa que lo que vemos no es lo que vemos en realidad, sino a quienes realmente somos. Sabio acertijo que revela una mirada que incluye nuestro bagaje cultural, nuestros prejuicios y demás extrañezas que nos configuran como personas. Esta sería una buena alerta para ver “La restauración”, una película que se sostiene sólidamente gracias a sus incuestionables méritos.
La cinta transcurre en la época del ‘boom’ inmobiliario ocurrido en Lima, y por eso yo diría que es la historia de una casa (nuestra ciudad), a la que tratan de convertir en edificio sin su consentimiento; la historia de los personajes que la habitan –una madre y su hijo enfrentados en todo sentido– y de quienes rodean esta “intervención” para que se lleve a cabo a cualquier precio. Alonso Llosa (Lima, 1980), también autor del guion, logra con mano firme y sutil ironía contar este relato visualmente impecable, que no cuestiona a sus criaturas, sino que las acompaña con una mirada entre trágica y compasiva, donde campea el humor negro que nos arranca varias sonrisas. En medio de situaciones insólitas, la narrativa fluye apoyada en un elenco que merece un aplauso en su conjunto, y en el que destacan un formidable Paul Vega, la ya legendaria Delfina Paredes y Attilia Boschetti, una actriz de alto calibre que demuestra una vez más su talento.
Volviendo a Pessoa, me capturó el subtexto que fluye bajo lo aparente, una sensación de hondura que humaniza a los personajes alejándolos de cualquier estereotipo, más allá de sus diferencias sociales o culturales en esta Lima que se va.
La cinta, estrenada en el 2020 en el Festival de Cine de Lima, retrasó su estreno comercial debido a la pandemia. Ha sido exhibida en festivales internacionales y ha obtenido varios premios, incluidos los de mejor guion, dirección y película.
En el reparto figuran: Paul Vega (Tato), Delfina Paredes, Attilia Boschetti (Rosa, madre de Tato), Pietro Sibille, Muki Sabogal.
Dicen los artífices
Alonso Llosa (director): Cuando tuve la idea del personaje que pone a su madre en un cuarto en el desierto, sentí que algo merecía ser explorado. El hombre de clase alta que traiciona a su familia para hacerse un lugar en una Lima a la que ya no pertenece tenía el potencial para hablar de una ciudad que cambia a nivel arquitectónico, de las dinámicas de clase colonialistas que siempre nos han perseguido, de una transición social, de relaciones tóxicas entre una madre y su hijo, y de la posibilidad de una reconciliación desde la derrota. Sentí que podía hacer una crítica desde lo que yo conocía, pero con un tono tragicómico que permitiera ser disfrutada también por una audiencia que aprecia el entretenimiento.
El protagonista, por ejemplo, estuvo inspirado en un par de sujetos reales, pero en el proceso descubrí que tenía mucho de mí también, y lo mismo me ocurrió con varios de los otros personajes… En este caso tuvimos mucha suerte con los actores elegidos: tanto individualmente como en grupo, se logró crear la magia… Lo mejor de las reacciones que escuchas son las que ni siquiera imaginabas. Ahí te das cuenta de que el filme tiene vida propia y que ahora le pertenece a quienes lo ven. Eso es maravilloso. Es como si la película se volviera algo orgánico, con una misteriosa capacidad de transformación luego de ser terminada.
Paul Vega: Para mí, lo más interesante son las múltiples lecturas que tiene el filme… no solamente se trata de la relación entre una madre y su hijo y dos maneras distintas de ver la vida, sino de un reencuentro entre lo viejo y lo nuevo, lo antiguo y lo moderno, y una demostración de que puede existir perfectamente una convivencia armónica entre ambos.
En mi caso, siempre hay una separación entre el personaje y mi vida real, manteniendo un distanciamiento con respecto a lo que haces. Nunca he tenido un nivel de identificación tal que confunda la realidad con la ficción, aunque, por otro lado, el hecho de ser otra persona durante un tiempo te afecta de alguna manera, para bien o para mal. Como actor confío mucho en lo que estoy haciendo, porque como intérpretes no nos corresponde preescribir la historia, ni lo que quiere decir. Cada actor debe concentrarse en una acción concreta y un objetivo definido. Si actuamos de acuerdo al personaje, de ahí saldrán las distintas lecturas que el público le pueda dar.
Attilia Boschetti: Lo que me capturó desde el principio fue la originalidad del relato y la relación de la madre con su hijo… El humor negro le permite al espectador soltar sus resistencias, para luego recibir con mayor intensidad los “mensajes” que lo atañen directamente, y quizás aprender algo de sí mismos. Este es un aspecto fundamental para mí como actriz. Lograr transmitir algo que tenga un significado interior, el que sea, el que importe, para cualquiera que lo recibe. En la conferencia de prensa, varios periodistas, en particular mujeres, me expresaron que había ocurrido ese movimiento emocional en ellas, y eso para mí vale más que cualquier premio o reconocimiento oficial.
En los personajes que creamos siempre hay algo de ellos que nos pertenece o nos representa, por algo un director nos elige, quizás porque él lo intuye. Como actriz, es una estupenda oportunidad para conocerme mejor, sin necesidad de ir al psicoanalista [risas]. Lo fantástico es que las lecturas sean múltiples a todos los niveles. Pienso que Alonso confió en nosotros y nos entregó el personaje. En mi caso, evité caer en el estereotipo de la madre controladora, e intenté darle la posibilidad de expresar sus propias contradicciones emocionales a través de un gesto, un suspiro, una mirada. Según Alonso, funcionó.
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