La muy discutida y celebrada decisión de concederle el último Nobel de Literatura a Ya Saben Quién, YSQ (quien firma estas líneas, luego de décadas de invocarlo siempre que se podía o no se podía, con insistencia evangélica en el desierto o en las ciudades, se ha llamado a silencio ante la abundancia de gritos y susurros, y ahora se encuentra en ayuno de la escritura de su nombre; por lo que el nombre de YSQ no fue tecleado por él ni se leyó en ninguna parte desde ese jueves santo), ha desdibujado un poco la salida del sublime y crepuscular “You Want It Darker”, álbum de estudio número catorce de Leonard Cohen.
Cerrando (o al menos todo parece indicarlo, teniendo en cuenta los 82 años, la precaria salud del hombre y el tono donde abunda el luto anticipado y las ganas de despedirse de aquí para que le den la bienvenida quién sabe dónde) una ascendente trilogía iniciada con “Old Ideas” (2012) y continuada en “Popular Problems” (2014), “You Want It Darker” es menos fácil de silbar que los dos primeros. Pero lo que pierde en melodía lo gana en peso y densidad e intensidad, recuperando cierto sonido tan suyo donde se funde lo mejor de las cuerdas de “New Skin for the Old Ceremony” con las máquinas de “I’m Your Man”. Una especie de “Old Skin for the Last Ceremony” o “I’m Your Dead Man”.
Porque, a su manera, “You Want It Darker” es como ese autoréquiem que fue el “Blackstar” de David Bowie; pero con la atendible/decisiva diferencia de que —al menos mientras escribo estas líneas— el canadiense errante todavía está sobre nosotros. Y puede decir —con eso que es una mezcla de suspiro y rugido— cosas más o menos ligeras y luminosas para balancear un poco las tinieblas ominosas que aquí bailan hasta el final no solo del amor sino también de la vida. Alfa y Omega en ocho canciones + coda/reprise que se escuchan como parte de una suite funeraria, sí, pero de esas en las que se va valsando rumbo al cementerio.
“Estoy listo, mi Señor”, casi gruñe Cohen con esa voz (arropada por coro de sinagoga) en la apertura que da nombre todo el asunto. Y “Estoy listo para morir”, le dijo Cohen a David Remnick para un largo perfil publicado recientemente en The New Yorker. Y allí Cohen aludió a poemas que ya difícilmente podría terminar de rimar luego de que —un par de meses atrás— se volviera viral su so long sin retorno a su fallecida musa Marianne con la que esperaba encontrarse pronto: “Hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía”, se despidió Cohen con un hasta luego. Sus declaraciones causaron tal impacto que Cohen, con serios y muy dolorosos problemas de espalda y “confinado a los barracones”, se vio obligado a matizar sus palabras con ingenio e ironía: “Hace poco dije que estaba listo para morir. Y me parece que exageré. Siempre he tenido tendencia a dramatizar. En realidad me propongo vivir para siempre”. Lo que, claro, es una intención condenada al fracaso aunque lo que hiciste vaya a sobrevivirte y de ahí que (en tiempos donde no se estila y esté mal visto) el hombre que es el nuestro aparezca fumando sin pensar en lo que vendrá en la portada del álbum.
Y lo que no rebaja en nada el éxito del tan vigoroso como moribundo “You Want It Darker” en el que Cohen reincide y redondea en lo mismo de siempre, en los sitios de costumbre, en las escenas del crimen donde nadie es culpable ni inocente. Allí y por ahí, el retrato movido de un hombre. Yendo de la cama al altar y arreglándose para hacer comulgar a lo sacro con lo sexual, a la carne con el espíritu, a la contemplación judeocristiana con una juerga pecadora y bon vivant. Porque se sabe: el muchas veces denominado “Padrino de la Pesadumbre” es también el Alma de la Fiesta aunque las muchas idas y aun más vueltas en la vida de Cohen estén más cerca de las de un protagonista de novela de James Salter que de las de un pop star al uso y desuso. Solo que aquí y ahora invita con el más alentador de los últimos alientos e inspirando y espirando versos formidables: Están poniendo a los prisioneros en fila/ Los guardias están haciendo puntería/ Luché con algunos demonios/ Eran de clase media e inofensivos […] Magnificado y santificado/ por tu Nombre Sagrado/ Vilipendiado y crucificado/ En el marco de lo humano/ un millón de velas ardiendo/ Por la ayuda que nunca llegó/ lo querías más oscuro/ extinguimos la llama (“You Want it Darker”). En “Treaty” —canción que según Cohen le llevó varios años rematar— reluce otro de esos himnos donde se abraza a todas las formas del amor: Desearía que hubiese un tratado que pudiésemos firmar/ No me importa quién toma esta maldita colina/ Estoy enojado y cansado todo el tiempo / Desearía que hubiese un tratado/ Desearía que hubiese un tratado/ entre tu amor y el mío, hasta llegar a ese momento de fuego y hielo donde se confiesa que Lo siento por el fantasma en que te convertí/ pero solo uno de nosotros era real… y ese era yo.
Y sí, Cohen es real. Es uno de pocos. En esa mesa —la suya— se sientan y se sentaron gente como Warren Zevon y David Ackles y Randy Newman y Paul Westerberg y Elliott Smith y David Gray y Paul Buchanan y YSQ, y unos cuantos pero no demasiados más.
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Y, por supuesto, abundaron los que dijeron que él se merecía mucho más el Nobel que YSQ (con argumentos del tipo “Cohen empezó como poeta y novelista y recién después se hizo songwriter así que es más literario”) y él se limitó a decir eso de “es como si le hubiesen dado una medalla al Everest por ser el más alto” y recordó, también, una anécdota muy graciosa. Cohen contó que un día él y YSQ iban en un auto y por la radio comenzó a emitirse “Just Like a Woman” (acaso una de las canciones más cohenianas que Cohen nunca escribió), y que le dijo a YSQ: “O.K., de acuerdo, tú eres el número uno. Pero yo soy el número dos”. Y YSQ, con esa otra voz, le dijo: “No, Leonard, tú eres el número uno”. Y YSQ hizo una pausa y sonrió torcido y disparó a quemarropa: “Yo soy el número cero”.
Y tenía razón. Pero lo cierto es que el número cero ya lleva dos álbumes de covers sinatrescos; y que el número uno —mientras dedica el tiempo que le queda a “poner la casa en orden”— acaba de iluminar un sombrío pero encandilador disco.
Y sí, a veces no está tan mal ser nada más y nada menos que el número uno.
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*P/S-R.I.P.: Días después de entregado este artículo, llega la noticia de la muerte de Cohen. Por respeto al artista y lo expresado ante su arte, me parece lo mejor no cambiar una sola palabra de lo escrito más arriba y sí añadir este breve kadish aquí abajo, deseándole buen viaje y agradeciendo los dones recibidos de parte suya a lo largo de todos estos años. En lo que hace a You Want It Darker --que ahora cobra un nuevo aunque presentido significado-- sólo que añadir y parafrasear: “Hey, that's the way to say goodbye”