Recién concluyó el IX Congreso Nacional de Historia organizado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, que ha congregado a cientos de historiadores peruanos y extranjeros, reunidos en decenas de mesas, los que han disertado acerca de los más diversos episodios de nuestro pasado, desde los periodos prehispánico hasta los más contemporáneos.
Por iniciativa del historiador José Chaupis Torres, el evento incorporó el simposio titulado Historia de la Guerra con Chile que ofreció seis mesas binacionales, las que trataron las más variadas temáticas, como los aspectos diplomáticos durante el conflicto, la migración italiana en Tacna y Arica mientras se desarrollaba la conflagración, la discusión de los orígenes, la vida cotidiana, el parentesco entre oficiales de uno y otro bando; la literatura y la caricatura acerca de la acción bélica, etc.MIE
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A mí me correspondió el honor de pronunciar la última conferencia del simposio, la que debía tratar acerca de la reconciliación y entonces hablé de los silencios que se oyen a leguas, o del gran silencio, del gran tema, que eventualmente se desliza en uno u otro comentario pero que aún nos negamos a tratar frontalmente: el dolor, las heridas abiertas de la Guerra del Pacífico, las percepciones que, provenientes de ella, se devanean en nuestra cotidianidad, bajo la forma de discursos de los más diversos que tienden a separarnos más que a acercarnos.
Un problema binacional
Conté entonces la anécdota que viví en Trujillo, cuando, luego de discutir algún aspecto de la relación bilateral en la Universidad Nacional de la localidad, se me acercó una jovencita conmocionada a preguntarme cómo podíamos hacer para recuperar Arica y Tarapacá. Mi impresión fue mayor cuando me comentó que era una estudiante de cuarto año de educación secundaria. La pregunta se cae de madura, en qué hogar o escuela fue formada esta joven peruana para vivenciar las pérdidas de Arica y Tarapacá como si se hubiesen producido ayer; y mi constatación obvia, es que yo no me había topado con un caso excepcional, sino con una representante de varias generaciones de peruanos que piensan así. Y entonces tenemos un problema, y el problema no es nacional, es binacional
Mencioné, en el IX Congreso, que tras dos décadas de conocernos y disertar juntos en un sinfín de eventos académicos, y de tratar los más diversos temas relacionados con la Guerra del Pacífico, los historiadores del Perú y de Chile ya estábamos listos para dar el paso que aún no nos atrevíamos a dar y hablar de lo que hasta hoy no nos atrevemos a hablar: del dolor, de nuestros sentimientos, de lo que la ocupación militar significó para la sociedad peruana de entonces y de cómo dicho episodio ha generado un magma de memoria histórica (Castoriadis dixit) que por su textura es difícil de colocar en la periferia del pasado o de resignificar.
No seamos indiferentes
En suma, lo que no debe sucedernos a los especialistas en la Guerra del Pacífico, en el Perú, Chile y Bolivia, es que nos habituemos al “bienestar” de los nuevos descubrimientos historiográficos, mientras que, en el nivel de la percepción, vastos sectores de nuestra sociedad siguen “librando batallas” en las redes sociales o en cuanto foro temático se le dedica a la cuestión. No nos convirtamos en una elite indiferente a los imaginarios que nuestro objeto de estudio propaga hoy y siempre en nuestras comunidades, ni a la manera como los maestros de escuela perennizan el excesivo orgullo de una parte y el excesivo rencor de la otra. Como especialistas en el área, no puede sino importarnos el impacto de nuestra materia en el ciudadano de a pie y, consecuentemente, en la manera como nos relacionamos cotidianamente peruanos y chilenos.
Culminé mi intervención recordando la visita conjunta de Angela Merkel y Emmanuel Macron al Vagón del Armisticio en 2018, al conmemorarse los 100 año de la finalización de la Primera Guerra Mundial, reliquia histórica que tanto separó a franceses y alemanes en el pasado. Francia y Alemania han logrado resignificar su Primera Guerra, la han colocado en la periferia de su pasado (Todorov dixit), la han museologizado y ya no les duele, han desactivado su carga de emotividad, o la han despojado de su cuota de encono. A nosotros, peruanos y chilenos, nos cuesta reconocer que, respecto de la nuestra, tenemos un problema. La vanguardia es para los historiadores.
(Daniel Parodi es docente en PUCP y la Universidad de Lima)
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