Desde la llamada hora Cabana hasta la perpetua y matemáticamente posible opción de clasificar a cualquier Mundial, la peruanidad siempre se vive al borde de un ataque de nervios. También sucede en asuntos oficiales: los gobiernos esperan que los conflictos sociales lleguen al punto de ser incontenibles para actuar, “los peruanos siempre esperan a última hora para hacer sus trámites” se ha convertido en una muletilla periodística y los procesos electorales se resuelven en segundas vueltas infartantes.
Turistas extranjeros que suelen maravillarse con Machu Picchu, nuestra hospitalidad y gastronomía no dejan de sorprenderse con nuestra idiosincrasia. Define la RAE a esta última como el conjunto de los rasgos y el carácter distintivo de un individuo o comunidad. La nuestra, al parecer, puede distinguirse por la adicción a la adrenalina.
La impuntualidad y la informalidad
No estamos frente a una conjetura sin asidero. El historiador e investigador José Ragas, consultado para esta nota, afirma al respecto que la costumbre de “vivir al límite” es parte de una cultura individual y colectiva forjada por generaciones. “Vivir al límite no es algo necesariamente deseable o una aspiración, pero refleja la falta de institucionalidad, la precariedad y el poco respeto por los plazos y la formalidad, donde el que hace las cosas a tiempo o es puntual o es mal visto. La hora Cabana, figura acuñada durante el gobierno de Alejandro Toledo, representaba este síntoma nacional, así como actos más cotidianos como compras a último minuto en determinadas festividades. Es un problema que atraviesa la sociedad peruana sin una solución a corto plazo”, dice.
Yenisa Guizado, también historiadora, considera que esta característica es parte de la fragilidad institucional presente en distintos espacios cotidianos. “Somos el país de las promesas truncas. Vivimos al límite porque en la última década se amplió el listado de conflictos sociales que no obtienen respuesta hasta que alguien muera. Solo en ese escenario, se acelera la mesa de diálogo. Los retrocesos son muestra de la carencia por fortalecer la gobernabilidad y la ansiada equidad de género en el plano sociopolítico. Estamos inmersos en una prolongada coyuntura crítica que solo se podrá hacer frente con el involucramiento político constante y masivo para mejorar algunas decisiones que unas y unos cuantos han tomado los últimos años”, señala.
La historiadora considera que la fragilidad institucional está presente en distintos espacios de nuestra cotidianidad y eso se traduce en nuestra peculiar idiosincrasia. “La burocracia puede más que un sistema de prevención ante desastres sociambientales (Repsol) o epidemias que enrostran la carencia de una infraestructura educativa y hospitalaria adecuada. La educación es el negociado de un grupo político y las elecciones establecen las reglas para las y los próximos jugadores. Aparentemente, no existe un fondo insobornable en los nuevos cuadros políticos, y es que los intereses individuales pesan más que los ideales. Estamos inmersos en una prolongada coyuntura crítica a la que solo se podrá hacer frente con el involucramiento político constante y masivo para mejorar algunas decisiones que unas y unos cuantos han tomado los últimos años”, dice.
Alexander Huerta-Mercado, antropólogo y profesor universitario, prefiere llamar a esta realidad “la cultura de la incertidumbre”. Explica, entonces: “Vivimos una cultura de la incertidumbre, es decir no sabemos si habrá un mañana, hemos estado en la historia reciente rodeados de hiperinflación y violencia, de pandemia que afectó radicalmente a quien contraía la enfermedad, de pésimos servicios de salud y de la posibilidad de desastres naturales. De devaluaciones, de asaltos y de robos. No hemos desarrollado fácilmente una cultura de la planificación porque hemos estado desarrollando una increíble cultura del ‘día a día’ como se vio nítidamente en la pandemia donde una cuarentena absoluta era imposible y donde se vio que la informalidad era la economía oficial del Perú”.
Entonces –añade– somos una cultura que prefiere las comidas grasosas y azucaradas porque nos dan energía económica para seguir trabajando y no cuidamos las calorías con comidas insípidas porque hemos desarrollado la filosofía de que el mañana nunca es seguro, y hay que vivir la vida intensamente. O, como lo dice Susy Díaz, no permitir que la vida nos viva.
Para entender la formación de la idiosincrasia peruana podemos acudir, por ejemplo, a las “Tradiciones peruanas”, de Ricardo Palma; “Traiciones peruanas”, de Alejandro Neyra; o, en el rubro del ensayo, a “Perú: reflexiones sobre lo cotidiano y la historia”, de Carmen McEvoy.
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