Era 1920 cuando la revista Hogar anunció que en sus páginas se publicaría una novela limeña por capítulos. Serían 12 los autores convocados y comenzaría el poeta José Gálvez. A él se sumarían, entre otros, el crítico y político Luis Alberto Sánchez y el historiador Raúl Porras Barrenechea. Abordarían la obra “sin plan ni acuerdo”, así lo anunciaba la revista, solo bajo la aspiración de proseguir o redirigir en un número de Hogar lo que apareciera en el previo. En esta construcción sin arquitecto, el último se debía encargar de cerrar la historia y asignar un título. Lo cierto es que no fueron 12 los autores, sino 13, todos hombres. Y ninguno, ni el director de Hogar, el cronista Ezequiel Balarezo, que escribe un capítulo; ni quien remata la novela, el poeta, periodista y diplomático Luis Fernán Cisneros, le ponen un nombre a esta obra conjunta. Con tanto padre, nadie se encargó de bautizar a la criatura. El primer capítulo se lanzó el 13 de agosto de 1920. El de cierre fue de ese mismo año, un día antes de Navidad, cuando Hogar celebraba su edición número 50. Eran las vísperas de las festividades por el primer centenario de la Independencia del Perú, y la novela se alineó con los debates de esa época: la gravitación de la herencia aristocrática del siglo pasado frente a la renovación de nuestra República para afianzarnos en el siguiente.
***En 1967 la Universidad Nacional Mayor de San Marcos reunió los 13 capítulos en una publicación que contó con el prólogo de L. A. Sánchez. El libro salió con un título obvio: “Una novela limeña”. Y a pesar de los diversos estilos, las diferencias generacionales y hasta disciplinarias de los autores, el resultado hace honor al nombre: es una ficción de largo aliento que recrea aspectos de la capital del Perú. La novela ganó impulso por la competitividad de las personalidades convocadas: los autores asumieron el desafío de superar a su antecesor y asegurar en cada capítulo la consistencia del conjunto. Es una curiosidad literaria, que además es valiosa. Juan Antonio Jáuregui y Jaramillo es el protagonista de la historia. José Gálvez, el primer autor de la novela, lo describe “alto, juvenil y flexible, nadie hubiera creído que iba a cumplir los 40 años”. Y agrega: “su madre tenía la costumbre de subir a su cuarto para charlar amorosa, apaciblemente”. Juan Antonio vive en la quinta de su familia, la que intentan mantener con una economía cada vez más alicaída. No obstante, él buscará salir a flote con su atractivo y su arrogancia, convencido de que son cualidades para conseguir un matrimonio conveniente con la hija de un potentado. Continúa escribiendo la novela Ignacio A. Brandariz, quien era redactor por entonces de El Comercio. Él abandona el tono algo costumbrista de Gálvez para asumir uno crítico y hasta socarrón. En sus páginas hay una modernísima maledicencia. La novela pudo ser una historia de amor convencional sobre un hombre maduro sin mayor sustento que una renta, aunque de linaje; y una joven cuya familia ha ido ganando en riqueza. Ella se llama Blanca Orfila, de “leve acento costeño” e hija de doña Apolonia. Hacia ella enfila Juan Antonio sus propósitos. Es la potencial relación entre dos personajes que provienen de estratos distintos; sin embargo, la novela no se desarrolla de manera convencional porque el patrimonio de la familia de Blanca se resquebraja. Félix del Valle, otros de los autores, zanja un asunto en su capítulo. Blanca “no era fea”. Es una negación que afirma algo, y anuncia más. Ella percibe a Juan Antonio como educado, pero no culto. En la novela la mujer tiene cualidades de seguridad, reflexividad y bondad que están por encima de la inflamada vanidad masculina. El protagonista es un hombre de clubes que prefiere defender su honor en lances de esgrima. Aquí, además de aventuras de pareja, hay un duelo.
***De las virtudes y defectos de “Una novela limeña”, quizá lo más trascedente sea su ductilidad: como si una escultura pasara de la arcilla al mármol y al hierro y a la madera sin perder su esencia; por el contrario, la pluralidad de intenciones y voces narrativas le dan vistosidad y la libran de la monotonía. Correspondía a Cisneros escribir el último capítulo de “Una novela limeña”. Él compone el final pero no necesariamente el desenlace. Cisneros elabora un remate afectivo, en aras del buen amor entre los protagonistas, y deja abierto el argumento social. Aquí, la ficción que tejieron durante cinco meses 13 personalidades es atajada por la realidad: Hogar fue cancelada antes de terminar los proyectos que la animaban. Alberto Tauro sostiene, en su colofón a la edición de 1967, que esta publicación es excepcional “porque fue desenvuelta con soltura y aun cierta brillantez, sin que mediara la intervención de novelistas”. Si bien hay autores que escribieron después sus propias novelas, la historia de Juan Antonio y Blanca persuade porque es hechura de notables prosistas que sumaron su arte para multiplicar el resultado. Un eslabón es solo un eslabón, pero enlazados con otros forman una cadena. Así de sólida, aunque rústica y todavía con fortaleza, se lee “Una novela limeña”.
[Juan Manuel Chávez (Lima, 1976) es autor de las novelas “La derrota de Pallardelle” y “Ahí va el señor G”, así como del libro de ensayos “Limanerías”]