Hace tres siglos y medio, Isabel Flores de Oliva fue elevada a los altares como Rosa de Lima y se convirtió en la primera santa surgida en el continente americano. Su canonización se produjo en 1671, antes de cumplirse los 54 años de su muerte, pero, más allá de su figura paradigmática, ¿por qué es difícil tener otra santa actualmente?
Según las leyes de la Iglesia, el camino a la santidad no es fácil. El candidato o candidata debe ser promovido por un actor, quien asume la responsabilidad moral y económica del proceso. Puede ser una persona natural o jurídica (un obispo, una diócesis, una orden religiosa, etc.). Luego, se nombra un postulador y un vicepostulador, quienes deben armar todo un expediente con escritos y testimonios que prueben la vida virtuosa del posible santo, el supplex libellus. El documento debe ser aprobado por la autoridad eclesiástica local, que la envía, en sobre lacrado, a Roma, donde es estudiado por la rigurosa Congregación para las Causas de los Santos. Mientras dura el trámite, el candidato es llamado “siervo de Dios”. De pasar este escollo, el postulante pasa a ser “venerable”. De ahí, se tiene que probar un milagro para ser beato y otro más para ser santo.
Las candidatas
En este recorrido, hay varias peruanas. La arequipeña sor Ana de los Ángeles, fallecida en 1686, es la más cercana a santa. En vida, curaba enfermos con unos panecillos hechos con una receta que, en sueños, le había dictado san Nicolás de Tolentino y, dos siglos y medio después de su muerte, bajo su invocación, una mujer fue curada de un tumor canceroso, en 1931. El papa Juan Pablo II la beatificó el 2 de febrero de 1985.
En un peldaño inferior, está la limeña Teresa Candamo, hija del expresidente Manuel Candamo y fundadora de la Congregación Canonesas de la Cruz, quien ya es considerada venerable. Y, como siervas de Dios, están Luisa de la Torre, la “beatita de Humay”, cuyo proceso se inició en 1946, y Melchora Saravia Tasayco, cuya causa empezó en 1978. En ambos casos, el culto popular, paradójicamente, puede entorpecer su llegada a los altares, pues la Iglesia prohíbe manifestaciones públicas antes de la beatificación.
A esta lista se suman la madre huanuqueña Matilde Castillo de Jesús (1894-1965), reconocida por sus hermanas como restauradora del convento de las Religiosas de la Purísima Concepción de Huánuco, y la madre Clara del Corazón de María (Carmen Álvarez Salas), cofundadora con monseñor Alfonso María de la Cruz (Huánuco 1842 - 1902), en 1883 de la Congregación de Religiosas Franciscanas de la Inmaculada Concepción. Durante la reconstrucción, después de la guerra con Chile, la madre Clara —quien tenía el título de maestra del tercer grado— impulsó la creación de escuelas para mujeres. Para iniciar su proceso diocesano, se han incluido más de 40 testimonios que dan fe de su vida ejemplar, como cuenta la hermana Irma Edquén, vicepostuladora de su causa.
“Todas las actas fueron estudiadas en Roma el año pasado —dice— y, en octubre, ya tuvimos el primer decreto en el que nos hacen algunas observaciones, que ya estamos empezando a subsanar, como presentar otros testigos externos a nuestra congregación”. El postulador de la madre Clara en la Santa Sede es el padre italiano Giovangiuseppe Califano, un experto en estos trámites celestiales. De haber una respuesta positiva, tendríamos una venerable más en el Perú y quizá pronto una nueva santa. Esto depende no tanto del tiempo, sino de los milagros. La hermana Irma afirma que, en el expediente, se consignan gracias que no se pueden revelar hasta el fin de la causa. Por ahora, ella destaca la resiliencia de la madre Clara para sobreponerse a los pesares de la guerra y ofrecer educación gratuita a las niñas. Acciones suficientes para que su historia sea recordada con admiración.