Por: Richard Antonio OrozcoFilósofoSe suele escuchar con alguna frecuencia que ‘al colegio se va a aprender’. Pues bien, debiéramos ser cuidadosos con algunas ideas que se infieren de esta que, aunque algo de cierto lleva, puede también fomentar ese tipo de educación castrante y deformadora que Paulo Freire denominó educación bancaria. Este famoso pedagogo brasileño llamaba así a la educación que pretende ‘depositar’ conocimientos en la mente de los alumnos. Yo creo que es necesario complementar la sentencia: al colegio se va a aprender, pero también se va a reflexionar. Desear más conocimientos, pero no acompañarlo con la reflexión es insano y, más temprano que tarde, sus consecuencias son nefastas para individuos y para la sociedad. Una educación que proporciona conocimientos sin reflexión crea una discontinuidad entre la historia de la ciencia y la escuela, y hace de esta última un espacio artificioso y deformante. La historia de la ciencia jamás ha sido ajena a la filosofía. La ciencia es la formación del conocimiento, mientras que la filosofía es la reflexión que le ayuda a definir qué se entiende por verdad y qué se entiende por conocimiento. En su génesis, la ciencia era indistinguible de la filosofía; y con el surgimiento de la ciencia moderna, con sus mediciones, datos empíricos y argumentos matemáticos, esta no dejó de estar al lado de aquella. La nueva práctica de ciencia que surgió con Galileo era también producto de una reflexión que pretendía haber alcanzado una respuesta a las preguntas por la verdad y el conocimiento. No reconocer los trasfondos históricos de estos, forja la ilusión de ‘la verdad evidente’ o ‘del conocimiento listo para ser descubierto’ que no son sino la ingenuidad que se produce de ‘depositar conocimientos’ y de excluir la reflexión. Acompañar la reflexión a la adquisición de conocimientos nos puede liberar de esa ingenuidad y permitirnos reconocer qué se entendió por verdad y por conocimiento en aquella época en que se resaltó un logro de la ciencia. Mas, esa no es la única razón para impulsar dicha compañía, habría que reconocer también que la ciencia requiere de la filosofía para alumbrar el sentido que está asumiendo. El desarrollo de la ciencia no sucede en un solo sendero y el sentido que asumamos forjará la sociedad que seremos. Ese sentido puede sorprendernos como ladrón que llega en la noche o podemos asumirlo con mayor responsabilidad, previendo y reflexionando la sociedad que queremos ser. La filosofía ha cumplido siempre esa función y la seguirá cumpliendo mientras asumamos que el conocimiento siempre va de la mano con la reflexión. Finalmente, se hace necesario reconocer que el progreso de la ciencia no se logra sin una teorización que recree lo que nosotros pensamos que somos, es decir, los simples datos aislados no hacen ciencia, sino que esta se logra cuando todos estos armonizan en una teoría que supone ya concepciones de lo que es el hombre, la sociedad y la vida. Así pues, pensar una escuela sin filosofía es enajenarse del devenir de la ciencia y el resultado es una educación artificial que además genera una visión tergiversada de lo que la ciencia misma es.
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