En “Crimen y castigo” de Dostoievski, Raskolnikov luego de una dura batalla interna acepta el homicidio cometido. Lo aleccionador de esta historia es que sin pruebas para incriminarlo, es su conciencia la que actúa como justiciera. Lejos estamos en el Perú de que ‘nuestra conciencia moral’ regule nuestras conductas. Según el sociólogo alemán Norbert Elias, en las sociedades autoritarias la norma no se interioriza, sino que actuamos controlados desde fuera y no como en el caso del valiente Raskolnikov. La conciencia moral de nuestra sociedad ha interiorizado la violencia contra la mujer como legítima. De lo contrario, los victimarios aceptarían su culpa o la justicia actuaría sin ser manipulada por un sistema machista que valora a la madre e ignora a la mujer. Tanto Cindy Arlette Contreras como Lady Guillén son transgresoras de este orden. Una es bailarina y la otra yacía con su pareja en un hotel de Ayacucho. Tanta libertad indigna. Así lo reafirmó el cardenal Juan Luis Cipriani, quien se pronunció contra la alteración de este orden injusto, señalando que es inhumano imponer la ideología del género. El presidente Pedro Pablo Kuczynski ha señalado que para alcanzar un país moderno hay que lograr la igualdad de oportunidades entre los géneros, pero no puede haber aquello cuando muchas mujeres todavía no pueden ejercer los mismos derechos que los hombres. Ante los constantes feminicidios sería esperanzador que el presidente exprese su rechazo, pues violencia intrafamiliar no es lo mismo que violencia contra la mujer. Lo perverso de este sistema es que las propias mujeres se convierten en instrumentos para castigar y censurar a otras mujeres. Por ello este 13 de agosto vamos a gritar que queremos vivir libres de violencia. No queremos leyes ni planes que no se cumplan. La marcha ¡Ni una menos! debe ser el credo de nuestro presente y futuro.
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