David Bowie no era tu amigo. Ni siquiera sabía que existías. Lo que golpea de su muerte es que se trata de un episodio de tu propia existencia que también acaba con él. Es el que recorriste con su estupenda música de fondo, tus modestos y gloriosos golden years (1), hechos mejores con sus canciones.
Cuando en 1979 un personaje misterioso que respondía al nombre de Chino Mañuco abrió el No Disco en Miraflores, antro donde —tal como sugería su nombre— la única restricción musical y de todo tipo se ceñía a ese género, fue que empezó a sonar David Bowie en público en esta ciudad. Antes de eso escucharlo era privilegio de cosmopolitas contra la corriente, siempre los menos. Daphne, mejor conocida como Q TIP, lacónica y excéntrica compañera del Chino, había traído desde el Mudd Club de Nueva York varios kilos de elepés con música que desordenaría gratamente no pocas vidas. (Estas, a su vez, en pirámide exponencial, harían estragos formidables con tantas otras más). En alguna fecha no determinada de ese final de década, el agreste DJ Napo, un insomne profesional entregado a la melomanía, desenfundó por primera vez en Lima —y para beneficio de terceros— uno de los discos del inglés nacido legalmente como David Jones.
El No Disco fue una matriz. Murió, como era previsible, cuando se puso de moda. Pero ya había cumplido su función de faro y difusor del derecho a oír, verse y ser diferente, que era parte del paquete que promocionaba Bowie. La estética de la extrañeza y la batalla por la disconformidad habían ganado algunos metros cuadrados en esta pacata y húmeda ciudad.
La manipulación y reinterpretación de signos populares tal como las hacía musicalmente Bowie facilitó construir al interior de los escuchas una estructura sentimental y cultural, defensas ante la presión de la convención social y la uniformidad. En el mejor de los casos se trataba de un manual invisible de vida. En el peor, la música siempre ha sido y será un sucedáneo portátil —a veces preferible— de la compañía real.
Explicando la naturaleza de su estilo, Bowie contó que en un momento se percató de que lo importante no era lo que él sentía de las cosas, sino cómo las cosas se sentían alrededor de él: ser un reflejo del mundo antes que creerse el centro del mismo. Por eso al título de “Héroes” le puso comillas.
Una noche limeña de hace casi cuatro décadas, del sótano de la ingenuamente futurista galería comercial Avant Garde brotó para revelación de los presentes —e inadvertido deleite de fletes, ratas y policías que recorrían el parque Kennedy— los primeros escarceos de la guitarra de Robert Fripp con los sintetizadores de Brian Eno con los que se anuncia “Heroes”. Un himno romántico del amor imposible perfectamente aplicable a la defensa de toda causa perdida (2).
El disco se había grabado apenas dos años antes en los estudios Hansa de Berlín, al lado del por entonces aún existente Muro. Ahora impregnaba la vecindad de la miraflorina calle Berlín, al lado de la por entonces aún existente salchipapería La Casita. Un evento histórico, tan inútil como hermoso, de 1979.
1 “Don’t let me hear you say life’s taking you nowhere, angel” (en canción homónima de D. B.)2 Gran versión acústica: octubre del 96, con una chapita adherida al zapato derecho de Bowie como percusión: https://tinyurl.com/zsmxexj