Nunca un solitario tan recluido iba a ser amado por tantas personas. La vida del gran Miguel Ángel Buonarroti, que cumple cinco siglos y medio, siempre estuvo marcada por el aislamiento, ese espacio sin tiempo donde se iban fraguando las formas que hoy nos emocionan. El David, los cielos de la Capilla Sixtina, las diferentes Pietá. Esas imágenes y tantas otras son parte de nuestro aprendizaje del arte y de la vida. Solo un rostro hermético y potente como el suyo iba a poder albergar tantos otros rostros para la historia.
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Nacido el 6 de marzo de 1475 en la villa de Caprese en la Toscana, católico ferviente desde muy joven, Miguel Ángel se educó en la gran ciudad de la Florencia del Renacimiento. Aprendiz desde los 13 años de Doménico Ghirlandaio, gran pintor de frescos y retratos, también recibió una formación humanista de figuras como Marsilio Ficino y Pico della Mirándola. Protegido por los Médici, esculpe cuerpos impulsado por una energía secreta y sin pausa. A pesar de su fama y del poder de sus patrones, su vida cambia muy pronto. Debido a la influencia de Savonarola, los Médici son expulsados de Florencia. Miguel Ángel se va a Venecia y luego a Boloña. En 1496, llega a Roma, donde inicia un período de gran producción. Los lugares cambian, pero la obsesión sigue su curso seguro. Impulsado por ella, continúa trabajando y produciendo, como desde un universo distante. Sus esculturas presentan cuerpos en rotación. Son figuras humanas, que han dejado atrás las caras inmóviles, coronadas con aureolas de la pintura medieval.
Una de sus primeras obras famosas es la Pietá, en la Basílica de San Pedro. El gesto de la Virgen en la escultura es a la vez sobrio y conmovedor. Otra es el espigado David realizado en 1504. El gran público lo sigue reconociendo. Estas figuras rompen con los confines del espacio. Están a punto de moverse siempre. En 1508, poco después de cumplir los 30 años, empieza con su proyecto más ambicioso. Cuando recibe el encargo de pintar los techos de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel le pide al papa Julio II que los frescos abarquen los grandes temas. La Creación, la Caída del Hombre, la Genealogía de Cristo, Noé y su familia. Es la historia del ser humano y a la vez de individuos concretos. Miguel Ángel trabajaba por encargo, pero las imágenes le salen del corazón.
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Después de sus éxitos, Miguel Ángel no se altera. Sigue su vida de recluso, pensando siempre en la compañía de hombres de los cuales se enamora. Pinta y esculpe algunos de sus cuerpos, disimulándolos como figuras míticas. No todo en su vida está hecho de amores. Su disputa principal es con Rafael, otro genio. Se ampara en Vittoria Colona, una hermosa y solvente amiga a quien le escribe sonetos. Tiene una vejez atormentada. Escribe sobre la muerte. Esculpe cada vez más versiones de la Pietá.
Vive más que sus contemporáneos Leonardo y Rafael. Muere en Roma a los 88 años, una edad desmesurada para su época. En la reclusión de su vida y la soledad de sus inmediaciones, pudo dejarnos una legión de ángeles, madonas, dioses, esclavos que siguen en movimiento. A lo largo de su vida, dedicó siempre algo de su tiempo a escribir poesía. En una de ellas dijo: “Ni la pintura ni la escultura pueden ya calmar mi alma, dirigida ahora a ese divino amor que abrió sus brazos en la cruz para acogernos”.
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