1. Durante 30 años Joseph Brodsky se propuso, a la manera de un ejercicio espiritual, escribir un poema durante cada Navidad. Acaso el impulso se entienda porque, luego de su exilio, la mayoría de ellas las pasó en Venecia. Lo hizo en versos pareados, inevitablemente perdidos en la traducción de Visor, para imitar las rimas del folclore eslavo, y no los publicó sino hasta que reunió 25 textos. Mi favorito es el fechado en la Nochebuena de 1989, donde el poeta ruso sugiere recrear la sorpresa del primer asombro: Imagina, prendiendo un fósforo, la primera noche en la cueva: utiliza para sentir el frío de las grietas del suelo; para sentir el hambre, la vajilla apilada, y el desierto… el desierto está en todas partes.
Recomendado para espíritus perdidos que buscan alguna forma de redención en los versos.
2. Stevenson escribió un cuento de Navidad atípico, “Markheim”. Como se sabe, el escocés estaba obsesionado con la represión que ejercía la rígida moral victoriana en el inconsciente de los súbditos británicos, fricción que, hecha novela, alcanzó categoría de obra maestra en “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. Años después publicó “Markheim”, donde, de alguna manera, utiliza los mismos ingredientes para trazar una historia que podría calificarse de fantástica o, tal vez, como uno de los primeros intentos de explorar el realismo psicológico. La idea es que un 24 de diciembre por la tarde el hombre que titula el cuento entra a un anticuario para solicitar un regalo para su novia. En este punto la narración se vuelve sombría y, eventualmente, sobrenatural. No a la manera del Ebenezer Scrooge ,de Dickens, sino como algún tipo de horror existencial criminal. Hay quien dice que Stevenson lo escribió luego de leer “Crimen y castigo”.Recomendado para almas con tendencia a los pensamientos sombríos.
3. La Navidad, sin embargo, también es el momento en el que los tipos duros se permiten llorar. Dos cuentos compiten por ser las historias más lacrimógenas jamás escritas: “La niña de los fósforos”, de Hans Christian Andersen; y “Vanka”, de Antón Chéjov. La primera es una pieza corta, melodramática y efectista; la segunda es breve también, pero seca y desoladora. Cualquiera de las dos podría hacer llorar hasta a un autómata. Es raro que ambas sean hiperrealistas y se originen en el hemisferio norte, donde en algún momento se las tuvo como parte de un menú básico de literatura infantil que, en el sur, heredamos. Quizá algo de los males del mundo se deba a esta prematura iniciación en la tristeza. Recomendado para pioneros tardíos y amantes del realsocialismo.
4. El cuento más bello, al menos entre los publicados en el siglo XX, probablemente sea “Una Navidad”, de Truman Capote. Es la entrega final de una trilogía compuesta, además, por “Un recuerdo navideño” y “El invitado del Día de Acción de Gracias”. Tienen todos un equilibrio perfecto entre confesión y contención, entre vivencia (son claramente autobiográficos) e imaginación emocional. Hay padres lejanos, tías próximas y queridas, así como viajes, bicicletas, un Señor que ordena y complace y, por supuesto, Papa Noel. Pero lo que en verdad conmueve es la capacidad que tiene Capote para fijar la frontera entre la infancia (local, personal e idílica; es decir, una mentira individual) y la adultez (global, colectiva y rústica; o el triunfo de una verdad bruta y ajena). Le sigue en el podio “El cuento de Navidad de Auggie Wren”, de Paul Auster, que luego se convertiría en la película “Smoke”, de Wayne Wang. Léanla o véanla. Recomendados para todo aquel que no sepa cómo ocupar ese extraño espacio de tiempo que va entre las 9 y las 11 p.m. del 24.
5. (Los amantes de los gatos disfrutarán “Una Navidad para un niño en Gales”, de Dylan Thomas. También los amantes de los perros).
6. “El sistema solar” es el aporte de la literatura peruana al subgénero. En esta obra perfecta de Mariana de Althaus la constelación familiar se reúne, en la Nochebuena, alrededor de un padre —las feministas dirían— falocéntrico. Él, disminuido por la edad y la enfermedad, rige en una galaxia en la que gravita el resto de su clan a través de unas relaciones de dependencia ambivalentes: los lazos que ha establecido con ellos son vitales y necesarios, pero a la vez castrantes y destructivos. El padre-sol da vida pero también la quita. La posibilidad de una reconciliación final en la cena pascual, sugerida por la parafernalia de época y la tierna presencia del nieto, colisiona con el nutrido historial de deslealtades y decepciones que ha carcomido a la familia y que, como pesadillas, van apareciendo con la puntualidad con que a las 12 se hacen brindis y se abren regalos. La tensión se respira en cada línea, pero también una profunda humanidad. Recomendada para todo aquel que desee hacer de su cabeza una sala de teatro.
7. Existen dos versiones bíblicas del nacimiento de Jesús, por Lucas y por Mateo. Son breves y albergan contradicciones; hallarlas genera alivio pero también placer. No se debe dejar de lado —nunca— la belleza inherente. Recomendadas para píos y niños malcriados.