¿Qué se puede decir a estas alturas, casi sesenta años después de haber sido publicado, de Los inocentes, el debut narrativo de Oswaldo Reynoso? Quizá algunos datos y hechos que refrendan con claridad su condición —ya a estas alturas incuestionable— de libro mítico y fundacional.
Puedo recordar que cuando salió a la luz, en 1961, provocó tanto escándalo en los engominados círculos literarios limeños que se tildó a su autor de corruptor de menores, pornógrafo y fabricante de basura impresa al que debía retirársele su título de maestro. También que fue tal el miedo que inspiró a los letratenientes de esa época que prefirieron declarar desierto un importante premio literario antes que otorgárselo. Y que durante décadas se le ninguneó, negándole de la manera más mezquina que puede imaginarse su talento como artesano de historias urbanas edificadas mediante un rico prisma sensorial, su lirismo que amalgamaba la sordidez con el esplendor de los cuerpos jóvenes y libres, su salvaje sinceridad con la que contó todo aquello que vetustos escritores escamoteaban en nombre de un supuesto buen gusto que no era otra cosa que una aséptica claudicación.
Prácticamente todos los protagonistas de esas polémicas y calculados silencios están ya muertos (el mismo Reynoso falleció hace un par de años), pero Los inocentes permanece tan vivo y fresco como el primer día que salió a las calles de esa Lima conservadora y pacata para cuestionarla y enrostrarle sus miserias. Es uno de nuestros indiscutibles clásicos populares junto a otras obras maestras como La ciudad y los perros, Un mundo para Julius o los cuentos de Ribeyro. Y, a pesar de que nuestras juventudes mutan dramáticamente de generación a generación, su poder de encantamiento con cada muchacho curioso que se ha topado con él en el último medio siglo no ha menguado ni un poco. La prueba de su vigencia es que ha vuelto a ser editado, por enésima vez, en esta oportunidad con un destacable prólogo del escritor chileno Alberto Fuguet, otro de los declarados fans de nuestro aparatoso narrador de blanca melena.
NOVELALos inocentesEditorial: Alfaguara, 2018 Páginas: 96Precio: S/35,00
Vale la pena detenerse en el texto de Fuguet porque responde varias preguntas que los lectores de Reynoso nos hacemos con frecuencia. Una de las más relevantes es la siguiente: ¿a qué se debe ese embrujo al que este autor nos ha sometido tan infaliblemente? La respuesta inicial sería esta: “Existe una secta de escritores donde no importa tanto a qué generación perteneces sino qué degeneración abrazas. Ahí se sitúa, con honores, Reynoso, y por eso está en sitios de privilegio en algunas repisas de bibliotecas privadas”. Pero si esta bonita frase no bastara, Fuguet la acompaña con esta reflexión que suscribo con puntos y comas: “Hay autores que merecen y deben llegar a todos porque son capaces de ser descifrados por grupos muy diversos. Hay autores más torpes socialmente (más paranoicos, sin dudas) como Reynoso, quien escribió pensando (creo) en unos pocos lectores que se parecían sospechosamente a sus personajes: bellos, elásticos, nuevos, inocentes, curiosos, confundidos, con hambre. Esto le permitió construir/crear a sus fans, muchos de ellos chicos que leían poco”.
Otra cuestión que Fuguet revisa es el espíritu inextinguiblemente moderno del libro de Reynoso, que va más allá de ese adjetivo de rocanrolero (que hoy suena tan añejo) que le quisieron colgar. Existen muchos factores que logran que este volumen no haya envejecido como otros libros con pretensiones similares que ahora son parte inequívoca del pasado. Uno de ellos es su propia forma, revolucionaria en nuestros lares: “Reynoso fusiona una prosa dura, periodística, magra, casi de la era de Twitter, un staccato masculino y fuerte, con inspiraciones melodramáticas que rozan lo kitsch y lo camp: la neblina se deshace en la boca como helado de leche”.
Mucha agua ha corrido desde que jóvenes que hoy son abuelos vivieron por primera vez, envueltos en un desconocido fulgor, la derrota de Cara de Ángel entre la hierba mugrienta del parque de la Reserva, la enternecedora ingenuidad de Carambola o las tribulaciones del Rosquita, quien busca un corazón a la altura de inocencia. Reynoso también lo buscó y lo encontró en miles de lectores a los que les mostró otra cara de la vida y se las cambió para siempre. Y eso solo lo consiguen los grandes escritores.