DIEGO GRIMALDO
Vive rápido Conejo, siempre pensandoando en terminar lo más pronto posible lo que está haciendo para pasar a lo siguiente, porque lo siguiente está planificado al detalle.
Es hora de comer. Come rápido, porque luego hay que ir a beber agua del río.
Es hora de ir a beber agua del río. Bebe rápido, porque luego hay que ir a recolectar zanahorias.
Piensa solo en el futuro y jamás disfruta el presente.
Es hora de ir a recolectar zanahorias. Las busca rápido, porque luego hay que ir a afilarse los dientes.
Es hora de afilarse los dientes. Los afila rápido, porque luego hay que cenar.
Es hora de cenar. Cena rápido, porque luego hay que acostarse y dormir.
Mañana será un nuevo día… uno más para vivirlo igualito al anterior.
Cuando los conejos están felices, brincan y dan vueltas exageradamente.
Conejo no brinca ni da vueltas. “Ya las daré cuando termine lo que esté haciendo y tenga más tiempo”, se repite mientras come o bebe agua del río, mientras recolecta zanahorias, se afila los dientes o cena. Y siempre, antes de quedarse dormido, piensa que le gustaría contar con algún motivo para brincar y dar vueltas.
“Después de todo, siempre hay un mañana”. Filosofía de Conejo.
Un día, mientras recolectaba algunas zanahorias y pensaba que tenía que hacerlo rápido para ir a afilarse los dientes y luego correr a cenar, Conejo fue interceptado por un lobo feroz. Al ver al carnívoro, partió en carrera sin pensar hacia dónde estaba yendo. En su camino, sobrepasó a una tortuga, a un par de ardillas, a una serpiente, a un ciervo e incluso a un loro que se disponía a alzar vuelo. Se desplazó tan rápido y tan lejos que, cuando se percató que había dejado atrás al lobo, se detuvo sin saber donde se encontraba.
“¡Esto no se parece en nada a mi barrio!”. Conejo perdido.
Por varias horas, Conejo caminó de un lado a otro buscando la ruta que lo regresara a su hogar. Durante ese tiempo, no pensó en que era hora de comer, beber agua del río, recolectar zanahorias, afilarse los dientes, cenar o dormir.Por varias horas, Conejo siguió caminando de un lado a otro buscando la ruta que lo regresara a su hogar, hasta que sintió hambre y se dio cuenta que no había ninguna zanahoria a la vista.
“¿Y ahora?”, pensó. De pronto, vio un campo lleno de cereales y recordó que alguna vez había escuchado de la boca de un amigo roedor que el sabor del arroz era especialmente bueno en primavera, pero como su dieta siempre había sido estricta, basada en zanahorias, zanahorias y más zanahorias, nunca le había parecido buena idea darle una oportunidad a ese alimento.
Conejo tuvo que comer arroz. Le pareció la comida más rica del mundo.
“¿Será porque estamos en primavera?”. Alegría de Conejo. Y al fin tuvo un motivo para brincar y dar vueltas. Y así lo hizo.
Como alegría llama optimismo, y optimismo, buena suerte, después de algunos minutos, Conejo pudo reconocer algunos paisajes familiares en el camino que seguía. “¡Esta es la ruta para llegar a mi barrio!”. Y tuvo una nueva sesión de brincos y vueltas que terminaron cuando advirtió que el color del cielo tenía tonos particularmente hermosos en aquél instante. “¡Vaya atardecer más bello!”, exclamó en idioma de conejo.
Y entonces le provocó dar aún más brincos y vueltas.
Luego de su imprevista jornada, Conejo pensó que a veces una experiencia límite nos hace dar cuenta de lo vivos que estamos y también entendió que es mejor no esperar que algo malo nos pase para cambiar aquello que pueda estar mal, pues si el lobo lo hubiera alcanzado y se lo hubiera comido, se hubiera ido al cielo conejil sin saber cuál era el sabor del arroz o que ver el atardecer era como tener cada día una linda revelación.
Conejo lamentó entonces haber perdido tanto tiempo pensando solo en el futuro cuando en el presente podía descubrir muchas cosas nuevas, tanto malas como buenas: “Solo es cuestión de disfrutar el momento y de saber encontrar el tiempo para hacer todo aquello que de verdad nos gusta, sin dejar de lado lo importante, pues las zanahorias, el arroz, la lechuga o la coliflor no se recogen solos”.