Fernando Iwasaki no necesita presentaciones. Se sabe que desde hace 27 años vive en Sevilla, que es historiador, gestor cultural y uno de los escritores peruanos más importantes de hoy. El año pasado ganó el Premio Don Quijote de Periodismo por su ensayo “La mancha extraterritorial”, y hace unos meses dejó de dirigir la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamenco. Conversamos sobre sus nuevos proyectos y sobre el lugar que ocupa el humor en su escritura.
En “La Mancha extraterritorial” afirmas que el castellano no es una lengua tanto del conocimiento, sino más bien de las artes. ¿A qué se debe esto?La ciencia de vanguardia en el mundo se hace en inglés y probablemente en ruso, en alemán o en lenguas orientales, lo cual no supone ningún desdoro para nuestro idioma. Creo que esto tiene que ver con el presupuesto que le dedicamos a la educación, el conocimiento y la ciencia en nuestras sociedades hispanohablantes. En cambio, tenemos una gran riqueza de poetas, de artistas, de creadores. Ojalá con los años nos convirtamos en una lengua de ciencia, de alta diplomacia de finanzas; pero por ahora no estamos en esa competición.
Últimamente te has dedicado a los ensayos y los artículos periodísticos, y no tanto a escribir ficción. ¿Por qué este silencio narrativo?Bueno, tiene que ver con el tiempo. Hasta hace unos meses estaba dirigiendo la Fundación, lo cual me ocupaba prácticamente toda la semana y, paralelamente a eso, tenía que escribir artículos para diferentes diarios. Además, tenía que atender invitaciones para actos de lo más diversos, lo cual supone escribir conferencias, prepararme para presentaciones de libros…
Por otro lado, tengo una manera de escribir absolutamente enloquecida porque no hago versiones preliminares, sino que me pongo a escribir directamente en limpio aunque, por supuesto, después corrijo. Pero para eso necesitaría recogerme durante tres meses, por lo menos. Lo cual significaría tomar mis vacaciones de un mes, y luego estar otros dos sin cobrar. Y al tener hijos estudiando no podía permitirme dejar de trabajar. Mi familia está por encima de mi obra, y sus necesidades son más importantes que cualquier cosa que pueda publicar. Ahora que ya todos prácticamente han conseguido su independencia económica y su autonomía profesional, he decidido renunciar al trabajo que tenía para dedicarme a la lectura y la escritura.
Estuviste dirigiendo la Fundación durante 20 años. ¿Ahora qué sigue?Sí, fue un trabajo maravilloso, con unos compañeros magníficos y una presidenta con la cual estoy muy agradecido. Ahora he vuelto a la universidad: estoy de profesor en la Loyola Andalucía, donde voy a tener tiempo de investigar y escribir ficción.
¿Y estás preparando algo? ¿Cuándo veremos nuevos libros tuyos?Espero que para el próximo año pueda terminar al menos un par de cosas que tengo comenzadas pero que abandoné hace años por falta de tiempo. Se trata de una novela y quizá una o dos novelas cortas.
Parece que escribir y dejar los textos reposando es algo recurrente en tu escritura.Sí, “Ajuar funerario”, por ejemplo, lo publiqué en el 2004, pero lo tenía escrito desde el año 98. Helarte de amar también lo tuve guardado en un cajón por ocho años o más.
A propósito de “Helarte de amar”, ¿qué te llamó la atención del género erótico?Del género en sí no me llama nada; a mí lo que me interesa es, desde una perspectiva humorística y risueña, tratar temas que nadie considera ni humorísticos ni risueños. La gente cree que el erotismo es algo solemne, trascendente, sublime, místico, y que como hagas algún tipo de jugarreta con ese tipo de momentos, ya malograste una situación que debería ser un videoclip. Y no, yo creo que se puede narrar el erotismo desde el humor. Es lo mismo que hice en “Neguijón” con el dolor físico, o en “Ajuar funerario” con el terror.
¿Todo se puede tratar en clave de humor? En el Perú no encontramos mucha literatura de este tipo, sino que es más bien grave…Bueno, hay gente que lee “Ajuar funerario” y por supuesto que le puede dar miedo, y hay gente que lee “Neguijón” y le da asco, y hay gente que lee “Helarte de amar” y le parece una ridiculez. Pero también hay quienes conectan con ellos, con esta complicidad. Y, en cualquier caso, uno no escribe para otro, sino para uno mismo, y luego hay personas que sintonizan contigo o no.
Yo creo que en la literatura peruana hay muchísimo humor. Tenemos a Alfredo Bryce, a Jaime Bedoya y a Rafo León; a Héctor Velarde y a Sofocleto. En Iberoamérica tenemos el “Quijote”, que es el libro fundacional de nuestra literatura en español, un libro humorístico; Borges, por ejemplo, también fue un gran humorista. Es decir, el terreno que ocupa la literatura humorística es muy importante; lo que ocurre es que nosotros nos ponemos muy intensos, muy solemnes y severos, y descalificamos casi por sistema todo aquello que nos parece que rompe esa imagen hierática que supuestamente debería tener la literatura. Pero para mí, en el boom latinoamericano, entre el 62 y el 72, en que aparecen autores como Jorge Ibargüengoitia, Manuel Puig, Bryce, Julio Cortázar y Guillermo Cabrera Infante que nos regalan una cantidad de obras perfumadas de humor que hacen cambiar a Mario Vargas Llosa y a García Márquez, que no estaban en ese registro. Hacen cambiar a José Donoso. Entonces siento que hay que darle la importancia que tiene el humor en la literatura.
¿Qué es lo que aporta el registro humorístico a tu escritura?Se trata de construir un cristal a través del cual contemplar las cosas. Supone un ejercicio muy exigente porque el reto no es hacer chistes, sino que de lo que se trata es de la construcción de la ironía, que es la esencia del humor. Chesterton era un autor absolutamente risueño, pero que de una manera muy seria acometía estos ejercicios de creación. Entonces tienes que crear paradojas, jugar con las palabras, convertirte en una especie de funambulista de los significados, y ahí está el juego. “El Quijote” no es humorístico porque le rompan la dentadura varias veces a Alonso Quijano, lo es porque es un melancólico del que se pueden reír otros melancólicos. Y ahí está la genialidad de Cervantes.