La frase fue atribuida a Nicolás Maquiavelo, pero este jamás la pronunció: “El fin justifica los medios”. Quizá el término maquiavélico como sinónimo de astuto o falaz le hace poco favor al pensador italiano, pero en su obra más difundida, El príncipe, lo único que él hizo fue dar una serie de consejos pragmáticos para obtener y conservar el poder en esos Estados-reinos de la Europa mediterránea de comienzos del siglo XVI, en los que primaban las guerras, las venganzas y traiciones.
En el capítulo dieciocho de esta obra, escribió, por ejemplo, que “hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero, como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda”. Y, más adelante, señala: “En las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado que los medios siempre serán honorables”.
Esto es lo más parecido a la frase inicial que, con los siglos, se ha convertido en una justificación de las intrigas y excesos del poder, agravados en periodos de crisis política.
Le preguntamos al filósofo Pablo Quintanilla qué ideas pueden ser claves para explicar estos momentos críticos. “La palabra crisis viene del griego krinein —explica— que significa ‘separar’ o ‘distinguir’, por lo que una época de crisis es aquella que está caracterizada por la heterogeneidad, la división y la falta de acuerdos. Pero las crisis no siempre son malas, porque con frecuencia reflejan el tránsito de una época a otra. De krinein también proceden las palabras criterio, crítica y discernimiento”.
Para Quintanilla, una crisis puede ser bienvenida si conduce a la autocrítica, pero es problemática cuando no existe criterio y, peor aún, cuando priman la intriga, la manipulación y el engaño. “La intriga es la forma más rastrera y venal de la manipulación —afirma—. Una persona intriga cuando no tiene la valentía ni la capacidad para presentar con claridad su posición y defenderla, así que actúa de manera zigzagueante y retorcida. La intriga, como la manipulación, conforman la antipolítica, que es el engaño,la búsqueda de objetivos con tretas y artimañas”.
—Lo racional y lo afectivo—
¿Qué nos lleva a actuar moral o inmoralmente? Immanuel Kant desarrolló, a fines del siglo XVIII, el concepto de imperativo categórico como una norma moral universal a la que el ser humano debe aspirar premunido de la razón. Es ese deber ser que va más allá de cualquier conveniencia. “El problema de esto —señala Quintanilla— surge cuando se producen conflictos entre normas que son igualmente buenas o deseables. Por otra parte, Kant solía pensar que la motivación para actuar de manera ética es básicamente racional, lo que no parece reflejar la realidad. Últimamente, hay muchísima investigación en psicología experimental que prueba que lo que nos mueve a actuar moralmente es lo que David Hume y Adam Smith llamaron los sentimientos morales, como la compasión y la empatía”. Es decir, la integración de lo racional y lo afectivo, algo que se pierde, definitivamente, con la corrupción. Por eso, es impostergable —sostiene el filósofo de la Universidad Católica— eliminar la impunidad, pues, si la gente percibe que la corrupción es la única manera de sobrevivir exitosamente en la sociedad, esta jamás será derrotada.