Hace dos semanas, tocamos fondo. La vida de dos jóvenes, Inti Sotelo y Bryan Pintado, se extinguió por la necedad y el egoísmo de algunos líderes políticos que no soportaron ser cuestionados por la población. Nuestra sociedad, particularmente el sector juvenil, despertó de un amodorramiento cómplice con la corruptela tradicional. Pero no es suficiente. Debemos superarlo. Examinemos el sistema. El título del presente artículo refiere a la política en dos sentidos: es una inversión económica y se ha invertido en sus fines. Ambos significados están entrelazados.
Las reglas del negocio
Aceptando que el mercado puede elevar el producto total al favorecer los intercambios libres, también nos puede hacer daño: convertirnos en egoístas racionales, actores estratégicos. Una expansión inconsciente y descontrolada de la lógica del mercado coloniza todos los espacios sociales incluyendo también la política. La convivencia ciudadana se vuelve un juego de monopolio a gran escala. No hay proyecto común más allá de sumar los beneficios individuales, que fácilmente incluyen pérdidas ajenas.
Esa lógica es explotada por políticos mercantilistas y reproducida por ciudadanos consumidores. No se vota por programas orientados al bien común, sino por prebendas. Aquel ofreció una beca; aquella, un táper. No nos inquieta cómo pudo regalar tanto. ¿Lo obtuvo de fuente lícita? Tampoco examinamos la voluntad de quienes donaron a su campaña. ¿Pura generosidad o, más bien, expectativa en el candidato como una inversión riesgosa pero tal vez rentable? Luego, cuando recibimos dádivas, tampoco nos interesa saber qué espera el candidato a cambio. Si por casualidad lo descubrimos, toleramos que robe con tal de que haga obra. ¡Y mejor si parte de ese hurto me beneficia a mí!
Se replican también algunas estrategias de mal marketing empresarial. Digo “mal” en sentido ético, aunque tal vez otros lo consideren “bueno” como sinónimo de eficaz, particularmente si logra el resultado deseado. Por ejemplo, los estrategas se concentran más en la presentación del producto que en su calidad. Así como compramos comida chatarra porque el empaque lucía bonito, votamos por políticos chatarra, vencidos, insalubres, etc.
El mundo al revés
La política se define en el mundo clásico como la búsqueda del bien común. Aristóteles afirma que requiere de políticos y ciudadanos virtuosos. Los primeros aspiran al honor y la satisfacción por haber guiado los destinos comunes hacia el bien. Los segundos esperan resolver pronto sus asuntos privados para dedicarse a las cuestiones de interés común, que les interesa más. Podríamos replicar a Aristóteles que el Perú no es Atenas y que esperaría demasiado si supone que políticos y ciudadanos antepongan el interés de todos al personal. Acá, la política está al revés.
¿Para qué ingresar a la política si es un terreno agresivo y desgastante? ¿Por qué priorizar la felicidad colectiva a la propia? Estos problemas desalientan la participación política. Pero el sistema local lo “solucionó”. Los políticos se arrogaron el derecho de obtener del Estado cuanto les plazca: dinero, poder, estatus, etc. Los ciudadanos no estamos lejos. En mayoría, toleramos con complicidad sus artimañas con tal de que nos sirvan para algo.
Los últimos días hemos vivido una tragedia predecible y, peor aún, fácilmente repetible. Un buen homenaje que podemos rendir a Inti y Bryan es recomponer nuestra actitud política. El civismo de una semana puede quedar en lo inútil a largo plazo.
¿Qué vamos a hacer? Seamos ambiciosos; no, mediocres. Volvamos a invertir la política, pero ahora sí del lado correcto. Basta de ser individuos atomizados que solo se juntan para cantar el himno frente a un partido de fútbol. Tengamos el coraje de votar con conciencia. Recordemos, permanentemente, a nuestras autoridades que el poder emana del pueblo y que ellos solo ocupan accidentalmente sus cargos. Estemos del lado de aquellos jóvenes que se la jugaron por el país, y no de aquellos que juegan con él.