Los lamentables sucesos de la discoteca Thomas Restobar, y tantos otros aun más trágicos, suscitan una constante pregunta: ¿Quién tuvo la culpa? Familiares de las víctimas y agentes del orden expresaron versiones contradictorias. “Nadie cerró la puerta”, sostenían algunos policías; “nos rociaron con gases lacrimógenos”, replicaban infractores. Tenemos un problema: nadie quiere asumir su responsabilidad. Todos somos inocentes; ninguno, culpable.
En su libro La evolución de la libertad, el filósofo Daniel Dennett sostiene que la libertad es producto de la evolución (como lo son las garras del león o el cuello largo de la jirafa). En la Biblia, se narra cómo un macho cabrío elegido al azar —de allí la célebre expresión chivo expiatorio— era sacrificado por las culpas colectivas del pueblo judío. Rituales semejantes se han encontrado en otras culturas.
En el Medioevo tardío, se documentaron juicios a caballos, ratas y cerdos, entre otros animales, a los que se les imputaba responsabilidad por sus malos actos. Si el cerdo de un vecino comía hortalizas de tu huerto, ¿de quién era la culpa? ¡Del cerdo, por supuesto! Y como tal se lo castigaba. Pero poco tenían que ver los chivos con los pecados de los judíos o el citado cerdo, con el descuido de su propietario. Lo que importaba era que la lógica funcione impecablemente: otro es el culpable. Se externalizan los errores.
Responder por tus actos
Los humanos somos los únicos que podemos sostener “sí, yo lo hice”. De hecho, eso significa la palabra responsabilidad etimológicamente: capacidad de responder por los actos propios, realizados o prometidos. Sostiene Nietzsche que tal cualidad humana ha sido fruto tardío de la evolución. Somos el animal a quien acompaña su pasado y que aprendió a prometer. Para gozar de un bien presente, adquirimos un préstamo. A cambio, empeñamos nuestra palabra: lo devolveremos. Si no pagamos, sufriremos la ira del acreedor. Para evitar tal castigo, ahorramos y/o trabajamos duro: nuestro presente se priva de ciertos gustos y gastos. Ser responsables nos hace dignos de crédito. ¿Es eso poco valioso?
Atribuir responsabilidad al ser humano puede representar una maldición, pero también un gran honor. Somos contradictorios. Amamos y detestamos la responsabilidad a la vez. Cuando las cosas salen mal, diré: “No fue culpa mía”. Cuando salen bien, exclamaré: “El crédito es solo mío”. Daniel Dennett retoma la idea con una metáfora sobre la responsabilidad del yo. Cuando una recompensa aguarda, el yo se agranda; cuando se trata de un castigo, el yo se empequeñece. Movemos a conveniencia el límite de la responsabilidad: más cerca o lejos según la situación concreta. Sugiere Dennett que la vida social, con todos sus bienes y males, reposa en parte bajo la piedra angular de considerar al hombre como ser libre y, por tanto, responsable.
Los niños pequeños no gozan aún de este beneficio. Así lo reconocen los sistemas penales. Los adolescentes se hallan a medio camino. Asumir la responsabilidad es propio de los adultos. Si existe el derecho a ser tomado en serio en la sociedad, también existe el derecho a ser castigado. Deberíamos preferir ser tratados como personas autónomas, y no como juguetes del destino o de las estructuras sociales. Considera Dennett un futuro probable en el que abunden psiquiatras y centros psiquiátricos que sustituyan a las cárceles. Se instaurará la sociedad que todo lo excusa. Perderemos.