A fines del 2016, Martin Scorsese viajó a Roma con su familia y los productores de su nueva película para mostrarla a cientos de sacerdotes jesuitas. Fue así como el papa Francisco se convirtió en uno de los primeros espectadores de Silencio, adaptación de la novela homónima de Shūsaku Endō acerca de los misioneros jesuitas que intentaron evangelizar Japón durante la época feudal. Se dice que el encuentro entre ambos personajes fue “muy cordial”; la foto difundida por los medios captura el momento en que el autor de Taxi Driver le obsequia al sumo pontífice un cuadro de la Virgen de Nagasaki, obra de un artista japonés del siglo XVII. El papa aprovechó para comentarle a Scorsese que había leído el libro de Endō y que su sueño de joven era llevar a Japón la palabra de Dios. El martirio de los antiguos jesuitas dejó una marca indeleble en ambos hombres, el cineasta y el clérigo, aparentemente tan distintos pero próximos en su fe católica y su devoción al sétimo arte.
Si los padres de Scorsese (nacido en 1942) fueron inmigrantes sicilianos que se asentaron en Nueva York, los de Jorge Mario Bergoglio (nacido en 1936) procedían del norte de Italia, de la región de Piamonte, y se instalaron en el barrio bonaerense de Flores, que fue el “Little Italy” del futuro papa. Cuando Scorsese fue monaguillo y luego seminarista, Bergoglio ya había trabajado como portero de una discoteca y empleado de limpieza en una fábrica. Finalmente Scorsese escogió el cine para huir de las malas calles, perdiendo el mundo un sacerdote poco ortodoxo pero lleno de convicción. Ni siquiera la condena de la Iglesia católica a su versión de La última tentación de Cristo (1988) pudo quebrantar su amor por las sagradas escrituras. Los gustos cinéfilos de Scorsese reflejan sus creencias religiosas y no es casualidad que muchas de sus películas favoritas lo sean también de Francisco. Muchas de ellas son firmadas por cineastas católicos que también exploraron el misterio de la fe y la búsqueda de la redención. Además, son cintas italianas que ayudaron a reforzar su identidad como hijos de inmigrantes.
* * *La cinefilia de Francisco tiene como piedra fundacional el neorrealismo italiano, aquel movimiento revolucionario que cambió para siempre la forma de hacer cine. Francisco era un niño cuando se estrenó Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945), pero no hay duda de que su visión dejó en él una impresión poderosa; después de todo, sus padres habían huido del fascismo, la misma fuerza opresora que en la película martiriza a todos los que se oponen a ella, incluyendo un cura católico que se niega a delatar a los miembros de la resistencia.
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Aparte de Rossellini, otros monstruos sagrados del cine italiano preferidos por Francisco son Mario Camerini (Los novios, 1941), Luchino Visconti (El gatopardo, 1963) y, sobre todo, Federico Fellini; siente especial debilidad por Ensayo de orquesta (1978) y La Strada (1954), película a la que se ha referido como su favorita de todos los tiempos, distinción que puede ser rivalizada por la danesa El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987), citada en su exhortación apostólica “Amoris Laetitia”: “Cabe recordar la feliz escena del filme El festín de Babette, donde la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio: ‘¡Cómo deleitarás a los ángeles!’. Es dulce y reconfortante la alegría de provocar deleite en los demás, de verlos disfrutar”. Dado que ningún otro sumo pontífice había hecho mención a una película en un documento papal, Francisco se ha consolidado como el más cinéfilo de todos.
Durante gran parte de su vida, la relación de Francisco con el cine se limitó al papel de espectador, pero todo eso cambió radicalmente desde su nombramiento como papa en el 2013. No tardó en arribar el primer biopic, procedente de Argentina: Francisco, el padre Jorge (Beda Docampo Feijóo, 2015) tenía como mayor acierto el casting de Darío Grandinetti como Bergoglio, aunque eso no bastó para soportar el convencionalismo de su puesta en escena. El año pasado se anunció que el brasileño Fernando Meirelles había firmado con Netflix para dirigir otra cinta biográfica, con Jonathan Pryce como Francisco y Anthony Hopkins como Benedicto XVI, pero al final parece haber quedado en nada.
Lo que sí es seguro es que el próximo proyecto consagrado al papa será un documental que está siendo finalizado por Wim Wenders. El autor de El cielo sobre Berlín (1987) y Tan lejos, tan cerca (1983) proviene de un hogar católico y tiene cierta obsesión con los ángeles, pero confiesa que nunca imaginó hacer una película como esta hasta que se lo propusieron desde el Vaticano.
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En lugar de centrarse en la figura del papa, Wenders intentará darle forma cinematográfica a su discurso acerca de temas como la inmigración, la ecología, el consumismo y la justicia social. “Es alguien a quien muchas personas escuchan y le escuchan de una manera diferente. Sus palabras cuentan y es un hombre de palabra”, afirma el director alemán que no duda en describir a Bergoglio como “un ejemplo vivo de un hombre que cumple lo que dice”. Papa Francisco: un hombre de palabra debería ser el primer largometraje documental de Wim Wenders desde Buena Vista Social Club (1999) en estrenarse comercialmente en el Perú.
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