Crisis climática, auge de los nacionalismos, xenofobia, fanatismo religioso, suicidios crecientes y extremismos de todo pelaje. Algo parece no cuadrar en el mundo contemporáneo en el que, supuestamente, se han alcanzado niveles de desarrollo nunca antes vistos en medicina, ciencia y tecnología, al punto de que hoy el ser humano, como promedio, vive 30 años más que hace medio siglo. Sin embargo, la utopía de un mundo feliz —para parafrasear la novela de Aldous Huxley— está lejos de realizarse. ¿Por qué sucede esta paradoja? ¿O por qué algunos líderes están envanecidos con el poder, mientras en las calles adolescentes llaman la atención sobre el desastre ambiental que se nos viene? ¿O por qué pueblos o sociedades parecen ir a la inversa de la historia? ¿O cuáles son las causas del resurgimiento de los radicalismos en una época en que se presume debería prevalecer la tolerancia?
El fin de semana pasado, en la Sociedad Peruana de Psicoanálisis y en el hotel Los Delfines, se desarrolló un coloquio que tenía como tópico central el análisis de la estupidez humana, un tema tan antiguo como nuestra presencia en el mundo, una especie de condición que al parecer siempre termina jugándonos en contra.
“A mí lo que me preocupa no es que un estúpido se comporte como tal, sino cuando gente que es inteligente hace estupideces. Y ese es el misterio que nos ocupa”, afirma el psicoanalista Moisés Lemlij, el organizador del encuentro.
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Sobre el significado de la estupidez (más allá del Diccionario que la describe como ‘torpeza notable en comprender las cosas’) no existen acuerdos. Para el argentino Andrés Rascovsky esta conducta tiene que ver “con el narcisismo, con el egoísmo y también con la destructividad” inherentes en el ser humano. Para el brasileño Leo Nosek es algo que está en todos nosotros y que parte siempre de la ignorancia de su existencia. “Creo que la principal característica de la estupidez es que no se la reconoce. Por eso cuando yo afirmo que soy estúpido ya no lo soy más”, dice. Una de sus certeras frases en el coloquio fue la siguiente: “Mi ignorancia no es completa; tiene huecos”.
“Yo creo —complementa Lemlij— que habrá gente que es estúpida todo el tiempo, pero la mayoría somos estúpidos por momentos. Pero hay otra cosa interesante. Tú siempre ves al otro como estúpido cuando no está de acuerdo con tus ideas. El problema es que para el otro, el estúpido eres tú”.
Y en esa incapacidad de diálogo puede aparecer algo tan letal como el fanatismo. “Entiendo que un pillo quiera actuar de acuerdo a sus intereses mezquinos, pero el problema es que a veces un prejuicio te inmoviliza y tú prefieres equivocarte a retroceder”, apunta. Y pone un ejemplo de estos días: “Da la impresión de que a veces naciones enteras se estupidizan. Y no me refiero solo a algo tan obvio como la Alemania nazi, me refiero a un país tan civilizado como Inglaterra en el que la gente de pronto dice no me importa perder el 30 % de mis ingresos con tal de salirnos de la Unión Europea. Cuando actúas en contra de tus propios intereses es porque algo ha sustituido tu razón y has adoptado una imagen omnipotente y todopoderosa que inconscientemente te gobierna y te dice qué hacer”.
Para Lemlij si algo nos libra de la estupidez es la capacidad de negociación. “Mi madre decía —cuenta divertido— es preferible negociar con un malo que con un estúpido. Con el malo puedes llegar a un arreglo, pero con el estúpido no. Hannah Arendt sostenía que el mal nace de la estupidez. No es que uno sea estúpido porque es malo. Es malo porque es estúpido. Yo creo que es cierto. Cuando le das crédito al otro, aunque sabes que no tiene la razón, ahí empiezas a negociar. En cambio, si crees que el otro debe ser totalmente derrotado, vas perdido. Te voy a poner un ejemplo, independientemente, de mis simpatías o antipatías: cuando Rosa Bartra decidió eliminar absolutamente la capacidad de hacer una concesión, garantizó su ruina”.
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Puede parecer paradójico pero el desarrollo científico no nos libra de la estupidez (o de la desesperanza). Rascovsky resalta los índices de suicidio en una sociedad tan moderna y tecnológica como el Japón del siglo XXI. “Desgraciadamente —dice— existe ahí una exigencia tal que si los niños no cumplen con los ideales y pretensiones de sus padres y cultura quedan descalificados. Es una maratón permanente por el éxito, algo que para ningún ser humano es posible, pues todos necesitamos fracasar para crecer”.
“La estupidez —agrega— es todo aquello que obstaculiza y limita el desarrollo humano”, y puede ser consciente o inconsciente. ¿Existe alguna salida? Una receta también antigua: “Freud decía que aunque no está en el plan de la creación que el hombre sea feliz, el ser humano desarrolló una dosis de erotismo y sensualidad que le permitió el placer”. La utópica búsqueda de la felicidad como antídoto contra el mal.