La historiadora Natalia Sobrevilla Perea ( Lima, 1971 ) vive en Londres, pero no se aleja del Perú ni un solo momento. Es catedrática de Historia Latinoamericana en la Universidad de Kent y ha dedicado los últimos 20 años de trabajo a estudiar, entender y explicar la historia de la creación de la república peruana, ubicándola en un contexto regional y mundial.
Por ello, no sorprende —por el contrario, alegra— la publicación de Independencia. A 200 años de lucha por la libertad (Penguin Random House, 2021), una obra cuya lectura es un buen camino para entender los procesos e incluso los mitos acerca de nuestro proceso independentista.
Independencia da cuenta de los antecedentes que marcaron el comienzo del fin del período colonial, los planes iniciales independentistas, la Expedición Libertadora de Lima, los primeros gobiernos, las maniobras a los puertos intermedios, hasta el desenlace de la batalla final. Además de considerar los eventos, figuras y escenarios protagónicos de la independencia, la autora ha sabido darles visibilidad a las personas comunes y corrientes, cuyas vidas cambiaron radicalmente al enfrentar las vicisitudes de la guerra.
Usted empieza el libro hablando de Túpac Amaru y su papel en el proceso de la independencia. Destaca también que su figura fue rescatada y valorada en el sesquicentenario de la independencia. Sin embargo, parece que, para el bicentenario, la figura de Túpac Amaru ya no tiene el mismo valor. ¿Es así?
En la época de Velasco, durante el gobierno de las Fuerzas Armadas, Túpac Amaru se convierte en el gran revolucionario, pues el Gobierno busca cubrirse con el manto de este cambio, de esta revolución. Aunque existe un debate muy amplio sobre si la independencia peruana fue una revolución o no, hay un consenso en que lo más revolucionario de esta es Túpac Amaru. Es interesante que uses la frase “ya no tiene el mismo valor”, porque Túpac Amaru estaba también en los billetes, hasta que se devaluó y desapareció, como casi todos los héroes peruanos que se devaluaron literalmente y salieron de los billetes. Y está, por supuesto, el hecho de que hubo un Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) en el Perú, así como en Uruguay y Argentina existieron los tupamaros. Este legado puede ser apropiado por muchas personas y, de hecho, así fue.
¿Hemos idealizado la rebelión de Túpac Amaru?
Todos nuestros héroes o nuestros mitos fundadores son creaciones. No sabemos qué hubiera hecho Túpac Amaru si ganaba, pero no es casualidad que, en el colegio y la universidad, aprendamos lo que aprendemos.
Digamos que... ¿la narrativa se adecúa a las necesidades de la nación?
Digamos que se pone una luz a ciertos eventos en particular. Están los hechos históricos, las cosas que pasan, pero luego la historia se construye para recordar personajes y momentos particulares. Eso no quiere decir que, en el colegio, nos enseñen mentiras, sino que la educación escolar busca resaltar una narración para crear una idea de nación.
Sin embargo, las cosas son más complejas, sobre todo, como usted señala en el libro, cuando hablamos del proceso independentista. En Independencia, sostiene que había hermanos, miembros de una misma familia, que luchaban en bandos distintos.
Que la independencia nos da nuestra libertad y que teníamos este yugo español contra el que todos queríamos luchar son ideologías, son parte de esas narrativas de las que hablábamos, de esa creación de un nosotros peruano. Hay un gran debate, a mi juicio estéril, sobre si esta fue una independencia concedida a los peruanos por los extranjeros o si los peruanos mismos lucharon por ella. En el libro, pongo en evidencia que estamos frente a un proceso de larga duración. La república peruana no nace en 1821, sino en el proceso que sigue, en esos doscientos años que contamos hoy, a partir de ese momento.
¿Haber vivido un proceso independentista tan dividido es la causa de que hasta hoy seamos un país fracturado?
Sí, pero no somos diferentes de otros países en eso. Los peruanos creemos que somos los dueños de todos los males, y que el Perú tiene un error de fábrica. Miremos a Argentina, que como país no existe sino hasta 1861. Chile, igual: cuando se independiza, lo hace solo el valle central de Santiago, Valparaíso y un poquito más. Hubo realistas en el sur de Chile hasta 1826, tuvieron problemas con los grupos indígenas hasta 1890, y hasta hoy tienen personas que no han sido realmente integradas a la nación chilena, y lo estamos viendo ahora con la nueva Constituyente. Y si te remites a otras naciones fuera del continente, miremos que Alemania no es una nación sino hasta el último cuarto del siglo XIX, en el siglo XX está dividida en dos Alemanias, es una estructura federal donde las personas se consideran de una parte o de otra parte y no tienen mucha relación entre unos y otros. Y el Reino Unido, un país que tiene miles de años. Aquí hay ingleses, escoses, galeses, irlandeses...ni siquiera tienen el mismo equipo de fútbol y están pensando en qué momento se van a separar...Yo creo que la mayor parte de la gente en el mundo no se entera de este tipo de cosas hasta que ve el fútbol y se pregunta por qué hay un equipo de Gales. Todos los países tienen los mismos problemas, pero hay algunos que han sido más exitosos en crear narrativas y en creérselas. En ese sentido, en el Perú, hemos sido mucho más reacios a creernos esas historias, también porque muchas de ellas han sido de fracaso. Me parece que los peruanos debemos dejar de lamentarnos y preguntarnos qué ha pasado en estos 200 años con nuestras narrativas y desigualdades. Tenemos debilidades de creación; no obstante, ¿qué es lo que realmente queremos ser como peruanos?
¿Los peruanos estamos huyendo de esa pregunta? O de esa respuesta...
Así es, y creo que las dejamos de lado porque, en los últimos años, se buscó reemplazar la identidad con la idea de convertirnos en una marca, de ser la marca Perú, y que todos van a comer anticuchos y ceviche y vamos a venderle comida a todo el mundo y vamos a convertirnos en una anticuchera mundial. Pero somos un país en donde la gente se muere de hambre, donde hay desnutrición infantil y problemas de anemia, por Dios. Claro que la idea de la marca país no es peruana. Es algo mundial que tiene que ver con el neoliberalismo. Sin embargo, cuando se debatió este tema de la marca Perú, algunos intelectuales nos preguntábamos si somos una mercancía o somos un país, y dónde está esa búsqueda para entender qué es el Perú. Nuestro país es una suma de diversidades, y, en estos 200 años, hemos tenido problemas para entender que, dentro de ellas, todos los peruanos deben ser iguales. Esa idea de igualdad es la que ha estado en dificultades y estas elecciones no han hecho más que mostrarnos que hay algunas personas en el Perú que no consideran que todos los peruanos deben ser iguales.
En el libro, usted sostiene que el proceso independentista se produce en el marco de revoluciones globales. ¿El bicentenario, en cambio, nos encuentra en un contexto neoconservador?
Sí. El neoconservadurismo está muy marcado por la derecha recalcitrante que apoya a Keiko Fujimori, pero no es algo único en el Perú. La historia nos enseña que, después de una revolución, viene la reacción: tras la Revolución francesa y las guerras de Napoleón, vino el Congreso de Viena y la restauración monárquica, por ejemplo. Es un péndulo que se va moviendo. Pero no pensemos que el péndulo está completamente tirado al conservadurismo: miremos el país, ha resultado elegido por un pequeño margen alguien que no hubiéramos podido pensar que tendría opción alguna de llegar al poder.
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