Lo primero que uno siente al ver los quipus es fascinación. Después, asombro. Existe una maravillosa simetría en estas cuerdas entrelazadas, cuyos nudos se multiplican de acuerdo con patrones establecidos, pero resulta imposible, según nuestra lógica racional, saber qué significa cada uno de ellos. Sobre los quipus se ha escrito y especulado bastante en los últimos tiempos, aunque ya existe casi un consenso entre los investigadores: eran mucho más que un sistema contable.
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De acuerdo a últimas indagaciones se cree que formaban parte más bien de un código desconocido, y que, más allá de las cuentas, escondían información clave acerca de las sociedades del antiguo Perú. Por ejemplo, relaciones de gobernantes, relatos o mitos fundacionales y hasta canciones, algo que todavía no ha podido ser develado, pero existen pistas que apuntan a ello.
Uno de los académicos que más ha estudiado estos nudos es el profesor de la Universidad de Harvard Gary Urton, quien viene desenredando el hilo de esta madeja hace más de 40 años, cuando vio por primera vez algunos ejemplares mientras realizaba sus estudios de campo en una localidad cercana al Cusco. Desde entonces, regresa cada cierto tiempo al Perú. Hace unas semanas, vino con un grupo de 17 estudiantes de pregrado de universidades estadounidenses, a quienes llevó a presenciar excavaciones en el norte y en la selva de Chachapoyas.
—El arte de contar historias— El interés de Urton por los quipus ha ido creciendo con el tiempo. Ahora tiene registrados más de 1.060 ejemplares de diversas épocas (en un archivo denominado Khipu Database Project): los ejemplares más antiguos pertenecen al horizonte medio, sobre todo a la cultura Wari; algunos otros son del periodo Inca; y muchos de la época colonial. Lamentablemente, entre la violenta conquista, a mitad del siglo XVI, y la extirpación de idolatrías iniciada en el XVII, se perdieron no solo vidas humanas —de sacerdotes, administradores y expertos en el manejo de los quipus (quipucamayocs)—, sino también información valiosa sobre los métodos de entrelazado y anudado, que hubieran permitido descifrar los datos que contenían estos enigmáticos objetos. Urton —como también creía el estudioso italiano Carlos Radicati— está convencido de que en estas cuerdas se guardan mucho más que datos estadísticos.
“El desafío más grande es aprender a leer o interpretar la información contenida en esos quipus que registraron relatos, poemas, canciones y demás”, dice. “Sabemos, por lo que dijeron los cronistas, que los quipus guardaban este tipo de testimonios. Ahora, cuando estudiamos los más de 1.000 ejemplares existentes, vemos que existen dos grandes clases en términos de estructura y nudos. Un 85 % de los quipus tiene sus nudos alineados de una manera jerárquica en varios niveles. Esa era la manera de registrar los datos cuantitativos, siguiendo el sistema decimal que usaron los incas para su administración. Pero existe un 15 % de quipus que no siguen este patrón, sino que sus nudos parecen organizados al azar. Pensamos que estos nudos, que contradicen el sistema decimal, son aquellos que fueron usados para registrar narraciones y contar historias”, detalla.
—El quipu Rosetta— Recientemente, Urton y Manuel Medrano, un joven alumno de Harvard, han publicado un estudio en inglés [“Toward the decipherment of a set of mid-colonial khipus from the Santa valley, coastal Peru”] en el que comparan la ‘información’ contenida en seis quipus coloniales —hallados en un cementerio prehispánico en el valle del Santa, en Áncash— con los resultados de un censo registrado en un documento español encontrado en la misma época y lugar.
“Descubrimos —cuenta Urton— que estos seis quipus estaban organizados de tal manera que en conjunto registraban 132 unidades. Al mismo tiempo, el documento de 1670, hallado en la misma zona del valle, registraba un censo de seis ayllus, donde había 132 contribuyentes. En ambos existía una división de seis parcialidades”.
¿Cada quipu entonces representaba un ayllu?, le preguntamos. “Así es, —responde el investigador—. Pensamos que el documento fue escrito de acuerdo a los datos anudados en esos seis quipus. El problema es que en el documento se dan los nombres de los 132 contribuyentes, lo que quiere decir que aquellos están escritos en esos seis quipus; la pregunta es de qué forma”.
Actualmente, Urton y Medrano vienen trabajando en la hipótesis de que los nombres están expresados en los quipus en colores; para dilucidar esto resulta clave el análisis de datos facilitado por los programas informáticos. “Si tenemos éxito al analizar este vínculo, podríamos estar cerca de la decodificación de este sistema, podríamos tener algo así como el quipu Rosseta”, dice el profesor de Harvard con entusiasmo.
Urton se refiere a la famosa Piedra Rosetta que permitió en 1822 a Jean-François Champollion (1790-1832) descifrar los jeroglíficos egipcios. En el caso de los quipus, la tarea parece más complicada, pues existen diferencias marcadas en el uso del color entre los ejemplares waris, incas y coloniales. “Los waris no incorporaron el color en la fabricación de las cuerdas, como los incas”, dice Urton. “En los waris los hilos de colores aparecen envolviendo el cordón principal; en cambio, en los quipus incas el color está integrado al cordel. Sin embargo, aparecen otras distinciones: algunos quipus incas son de un solo color; otros son de dos colores; otros, de tres y hasta de cuatro; incluso hay algunos de colores mezclados. Y en los quipus coloniales hay como una fusión entre el estilo wari e inca”.
Y todo esto sin contar que los quipus incas se rigen por el sistema decimal, mientras que los waris por el sistema de cinco. Todo un mundo complejo de nudos y cuerdas que, si llega a ser decodificado, permitirá conocer, por fin, cómo nuestros ancestros narraron su propia historia.