Bajo el título Equivocaciones. Ensayos sobre literatura penúltima ( 1928 ), Jorge Basadre indagó tempranamente en la vida y obra de varios de los grandes nombres de nuestra literatura. En el libro, el joven Basadre destaca, entre otros, a Zulen, Valdelomar, Eguren y Vallejo. Justamente sobre estos dos últimos ensaya un contrapunto, dos modos de aproximación a la poesía peruana. La melancolía de Eguren —dice— hiere; el dolor de Vallejo desgarra. Y agrega que mientras la poesía del primero penetra como la niebla, la del escritor de Santiago de Chuco estruja como una zarpa.
“Equivocaciones… es el segundo libro de Basadre. El primero fue Alma de Tacna ( 1926 ), en el que el historiador rescata sus recuerdos de la chilenización y de los maltratos sufridos por los peruanos durante dicho tiempo”, anota la historiadora Margarita Guerra.
Los primeros pasos
Entre la crítica literaria y la biografía, el Basadre de apenas 25 años elabora ocho textos cortos en los que explora algunos aspectos de la cultura peruana de su época. Su valía reside en poner luz a nombres y lugares de nuestra cultura desdeñados por miembros de la crítica de su época, muchos de los cuales —como Clemente Palma— incluso calificaron tempranamente de adefesios y mamarrachos los primeros versos de Vallejo.
En el libro Vanguardistas: una miscelánea en torno de los años 20 peruanos, editado en 2012 por el Fondo Editorial de la PUCP, Mirko Lauer sostiene que los textos de Equivocaciones no solo configuran a Basadre como un intelectual de vanguardia, sino también ofrecen una mirada de primera mano de muchos de nuestros escritores antes de que la historia y la legitimidad de la academia los convirtieran en los grandes nombres de la literatura contemporánea.
En ese sentido, el libro de Basadre es paradigmático e incluye una mirada valorativa de la vida cultural peruana de su época. Así, por ejemplo, ofrece información de las revistas y grupos nacionales: Peralta y el boletín Titikaka por el sur; Orrego y Spelucín por el norte; y Amauta, Flechas, Poliedro y Jarana en Lima. Augura, además, la relevancia de Mariátegui, Valcárcel y Orrego como parte de la generación transformadora de nuestro país, e incluso se aproxima en sus anversos y reversos a lo novedoso del cinema, que, para el autor, sintetizaba el alma de su época, así como las catedrales lo fueron para el Medioevo y la tragedia para Grecia.
En el texto, no solo están presentes los grandes nombres de nuestra literatura peruana de comienzos del siglo XX. También aparecen, entre otros, Joyce, Borges, Spengler y Chaplin. Para Camilo Fernández en su artículo “Basadre como crítico literario: una lectura de Equivocaciones” ( 2003 ), el libro nos revela al gran historiador, pero “también a uno de nuestros críticos literarios más agudos y sugestivos de los años veinte”.
Zulen, Eguren, Mariátegui, Vallejo
Sobre Zulen, Basadre no solo destaca sus poemas, recomendaciones bibliográficas y su trabajo en la biblioteca de la Universidad San Marcos, también lo reconoce como el primero en “proclamar el valor poético de Eguren” cuando otros lo ignoraban o no comprendían. Dicha mirada, abierta y de vanguardia, siempre con un pie en el futuro con la que recuerda a Zulen, es la misma que Basadre impregna a su libro de juventud.
Para el historiador con Eguren comienza la “separación radical entre el autor y el público en la poesía peruana”. Dice: “Si Ricardo Palma ha llegado a identificarse con la literatura que mira hacia el pasado, si González Prada se ha identificado con la literatura que mira hacia el provenir y si Chocano se ha identificado con la literatura continentalista, Eguren está entre los que pueden identificase con la literatura estética, con la literatura que no quiere ser sino literatura”. Presenta además una imagen muy precisa del autor de Simbólicas: “un locuaz hombrecillo vestido de negro que conversa en las esquinas […] la corbata hace un nudo desmesurado que tiende a desastre. Ropa modesta. Un hongo tapa mal el cabello abundante que empieza a ser gris. Lejano parecido con Edgard Poe a la vez que un absurdo recuerdo fugaz de Charles Chaplin”.
De Valdelomar no solo pondera su obra literaria, además señala que con él la crónica alcanza la plena depuración estética en el Perú. Advierte también que el periodismo se constituye como un espacio atractivo para los intelectuales de su época y se adelanta incluso a la famosa dicotomía entre el afán narrativo y la información de la crónica contemporánea. Asimismo, destaca que Valdelomar da cuenta del amor por lo peruano y que, a diferencia de Chocano y Ventura García Calderón, sus aproximaciones no indagan en el exotismo. Así como con Eguren, también ofrece un retrato de Valdelomar: “Odió lo huachafo… No tuvo alma universitaria… Era accesible, sencillo en el fondo sin desmedro de su calidad aristocrática”. Y lamenta su muerte en 1919 “absurda e intempestiva” que no permitió para Basadre la natural progresión a la vanguardia del escritor.
Finalmente, también propone un ejercicio comparativo, que resuena a contemporaneidad casi cien años después, entre Eguren y un joven Vallejo. Así señala: “Vallejo viene de la sierra, del pueblo con un sello de autoctonismo; Eguren es un producto aristocrático, tan aristocrático que no tiene contacto con nuestra realidad abigarrada. Vallejo es más humano y Eguren más artista. Los poemas de Vallejo parecen a medio hacer, los de Eguren dan la sensación de algo acabado…”. Y concluye que el arte de Eguren ha tramontado mientras que Vallejo está actualmente en París y es aún joven, anunciando ya en lo que se convertiría luego para nuestra literatura. Precisamente, esa es la riqueza del libro de Basadre: la potencia de la historia viva, aquella que no solo se detiene y mira al pasado sino de aquella que anuncia y delinea el futuro.