Lleva el cabello largo, amarrado hacia atrás. Viste polo, jean y zapatillas. Más que un filósofo parece un rockero en gira de promoción y algo de eso hay en Darío Sztajnszrajber: escucharlo es como asistir a un concierto, a una performance, a una especie de stand up de la filosofía, a la que uno ingresa con ciertas certezas y sale lleno de incertidumbres, de dudas, de inquietudes; es decir, sale ávido de saber. Si lo duda, puede escucharlo por YouTube en una de sus clases de la Facultad Libre, un proyecto colaborativo que reúne a filósofos, antropólogos, historiadores, sociólogos, escritores, artistas, para difundir el pensamiento crítico entre un público masivo en teatros y auditorios.
En estos escenarios, él empieza a deconstruir —su palabra favorita— esas estructuras mentales que creemos incólumes: el amor, la verdad, Dios, la democracia, temas que va desarticulando amparado en su ingeniosa e implacable retórica, en su sentido del humor y, por supuesto, en las ideas de filósofos clásicos y contemporáneos, como Aristóteles, Platón, Descartes, Marx, Nietzsche, Foucault y su favorito, Derrida.
¿Qué llevó a este profesor de colegio a sacar la filosofía de las aulas y llevarla a la calle, la televisión, la radio y las redes sociales?
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* * *Pide conversar por audios de WhatsApp. Se siente cómodo grabando su voz en el celular. En tres semanas estará en Lima para participar en la FIL, donde presentará Filosofía en 11 frases (Paidós, 2019), un libro en el que construye (¿o deconstruye?) una historia valiéndose de citas de filósofos (hoy podríamos decir tuits), desde el “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”, de Heráclito, hasta el “Dios ha muerto”, de Nietzsche; pasando por el célebre “Solo sé que no sé nada”, de Sócrates; o el conocido aforismo de Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”; o la frase de Foucault: “Donde hay poder hay resistencia”.
Escucho el audio dejado por Sztajnszrajber en el teléfono: “Aquí estoy viajando en un tren. Yo llego a la filosofía en realidad tras haberme formado en educación religiosa. O sea, hice mi primaria en un colegio religioso y la insistencia de la temática religiosa fue como provocándome una serie de preguntas que obviamente no pudieron ser respondidas por mis maestros, quienes estaban más pendientes del dogma o del cumplimiento normativo; y me hicieron dudar de lo que se me planteaba, sobre todo de los relatos bíblicos que eran bien interesantes y planteaban grandes cuestiones existenciales que, de algún modo, despertaron mi curiosidad. Yo creo que en ese punto, en cuestiones narrativas, la religión y la filosofía tienen un vínculo familiar, como si fuesen primas. Comienzan a partir de una misma indagación; pero, obviamente, terminan en lugares muy distintos. La religión cierra y la filosofía abre. Creo que la filosofía no resuelve problemas, sino que los crea. La filosofía problematiza una realidad que se presenta ya con certezas dadas y, por eso, no es un lugar donde uno va a buscar tranquilidad sino al revés: es un lugar donde uno va a perturbarse a sí mismo. Es una manera de refutar esas respuestas establecidas en las que uno está sumergido y que es el sentido común. Pero hay algo bello y liberador en la posibilidad de abrir y ejercer el poder de la pregunta”.
Y por los libros que lleva vendidos, las visitas en YouTube, o sus más de 280.000 seguidores en Twitter, uno se da cuenta de que cada vez más gente está dispuesta a aceptar el desafío. “Hay una frase de Oscar Wilde —prosigue su voz— que dice que el arte es una actividad completamente inútil, yo creo que la filosofía es un arte en ese sentido. Y, de algún modo, posee la misma característica. Ahora su inutilidad no la hace una actividad sin sentido, sino que nos hace repensar el sentido utilitario de la existencia. O sea, es una forma de reconciliarnos con un aspecto de nuestra existencia también inútil”.
* * *En otro de sus libros, Filosofía a martillazos, se recogen algunas de sus clases en la Facultad Libre. El segundo capítulo trata sobre el ‘postamor’, algo que encaja perfectamente en este tiempo inestable en que vivimos. Como él escribe: “el post alude a un presente que nunca se estabiliza porque remite a un pasado que, de algún modo, persiste. El tema es cómo persiste…”.
Otro mensaje de voz: “Sigo creyendo que el post es una buena nomenclatura para problematizar nuestro tiempo, nuestra particularidad. Esa tensión que se da entre categorías que ya no explican el mundo en el que vivimos, pero que, sin embargo, todavía están presentes en nuestro andamiaje explicativo porque las instituciones epistemológicas no se han reinventado en función del frenesí, del impacto tecnológico. Usamos categorías viejas para explicar lo nuevo. Se producen entonces sensaciones fantasmagóricas al usar conceptos que, de algún modo, no terminan de explicar lo que está sucediendo; pero que, al mismo tiempo, son los únicos que tenemos a mano. Estamos usando categorías muertas por default […]. El post viene a explicar esa sensación de desfase que, para mí, arranca en los años ochenta cuando se le utiliza para hablar de posmodernidad y hoy parece que está bueno, que es un buen concepto para comprender muchos de los fenómenos de descentramiento en los que vivimos”.
Y en ese descentramiento entra también el amor. Por eso Sztajnszrajber prefiere hablar de postamor, a partir de la deconstrucción de ese amor romántico y tradicional que —en su opinión— resultó muy nocivo para establecer vínculos. Por eso dice: “Creo que la filosofía de género y, sobre todo, el feminismo, con su postulación de que lo personal es político, vinieron a evidenciar justamente que el lugar de mayor ejercicio de poder se ha dado en aquellos ámbitos en los que se nos había hecho creer que no existían relaciones de poder: en lo personal, lo amoroso, lo afectivo, lo familiar. En ese sentido, lo que plantea el postamor es una deconstrucción del amor en pos de su politización. Politizar el amor no es quitarle carga ni intensidad; al revés, es humanizarlo. Es darle un punto para vivenciarlo desde un lugar más humano. Solo desidealizando el amor podremos, finalmente, enamorarnos; pero un enamoramiento que se hace cargo de las contradicciones que provoca el otro, de las diferencias que hay en toda relación vincular, y no en esa idealización que construye una imagen del amor por fuera, no mundana, una imagen que termina generando una frustración generalizada, porque, si uno cree realmente en el amor ideal, ninguna persona de carne y hueso va a poder satisfacer ese anhelo”.
Sztajnszrajber es, ante todo, un divulgador. A sus miles de seguidores en Twitter o Instagram, se suman también los que consigue en sus presentaciones en teatros. Como lo ha contado en varias ocasiones, el origen de todo está en su vocación de maestro, cuando decidió salir a la televisión —al desaparecido Canal Encuentro de Argentina— e hizo, según sus palabras, que la gente se erotizara con la filosofía y se enamorara de su poder de deslumbramiento. Y eso es lo que él ha hecho hasta ahora: librar múltiples batallas contra el sentido común.