Los vendedores de fruta y verduras del Pabellón B del Gran Mercado Mayorista de Santa Anita no se pueden quejar. Con la popular Tía Cachetes cerca nadie pasa hambre. Nery Luisa Martínez, mejor conocida por su cariñosa chapa, se pasea sitio a sitio todos los días entre las 6 y las 10 de la mañana. Para las 8 suele tenerlo todo vendido; lo que resta de su visita lo dedica a comprar aquello que necesitará para el menú del día siguiente. Su jornada arranca temprano: debe levantarse a la 1 para dejar verdura y carne picadas y luego, claro, cocinarlas. Los 45 platos que venderá casi al alba así lo demandan.
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La Tía Cachetes es una de las seleccionadas este año para el Premio Teresa Izquierdo, presentado desde el 2012 en Mistura. En esta ocasión se busca reconocer a las mujeres vendedoras de menú popular con un precio inferior o igual a S/.10. El 13 de setiembre sabrá si quedó entre las ganadoras. Mientras tanto, Nery sueña con tener algún día un restaurante en la casa que comparte con sus hijos. “Yo todavía puedo hacer todo, pero me cansa mucho tener que caminar cada día, estar dando vueltas por el mercado”.
DE NORTE Y PICANTERÍA
De aquellos días en que sus tías la enviaban, con 9 años, al estadio de Catacaos a colocar el toldo del puesto donde vendían cebiche y arroz con toyo ha pasado mucho, pero a Sebastiana Córdova, la popular Paisana de Magdalena, todavía se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda su infancia.
Llegó a Lima a inicios de los ochenta convertida en madre y esposa. Empezó en una pollería donde iba incluyendo algunos platos norteños con la intención de alimentar a sus hijos, pero el destino haría de las suyas. Poco a poco la pollería se iría transformando en algo más. Ese local, a una cuadra del mercado José Gálvez de Magdalena, vería nacer a la picantería La Paisana. Un segundo establecimiento no muy lejos de ahí (en el Jirón Libertad) abriría en el 97. Hoy en día, con 61 años, Sebastiana comanda ambos.
“No cambiarle el gusto ni los ingredientes a un plato; ese es el secreto”, sostiene. Mistura se prepara para escuchar a Sebastiana y su historia de éxito en un foro donde la charla viene bien sazonada. Como debe ser.
COLOR Y SABOR
Cuando no había cine, ni supermercados ni restaurantes, estaba ella. A la altura de la cuadra 12 de la Raúl Ferrero, en los difíciles años 90, Angélica Obregón vendía frutas y verduras en una bodega de La Molina. La llegada de los primeros espacios comerciales a la zona hizo que su clientela disminuya considerablemente. Llegó una época complicada para el negocio durante la cual su marido cayó muy enfermo. La fruta se le quedaba, las cuentas empezaban a acumularse. Angélica encontró una salida: haría cremoladas.
“Cuando yo empecé, esta no era la calidad de mi cremolada”, confiesa. “Encontré unas clases en la Universidad Agraria y fue ahí donde aprendí a hacer mis néctares. Para una buena cremolada necesitas buena fruta, que no esté ni muy madura ni muy verde. No usamos hielo: haces el néctar con cada fruta y lo congelas con el mínimo de agua y el mínimo de azúcar. Así es como salen ricas”, explica. Antes de su primera participación en Mistura había días en los que no vendía ningún vaso; temporadas en las que solo las ofrecía en verano. Después de la feria, ha llegado a tener hasta 100 personas acumuladas para la venta. “‘Cremoladas Angélica’ como tal no existía. El concepto, la creación de un logo, el nombre, todo existió a través de Mistura. Ha sido una gran una ventana para mí, para poder surgir, crecer”, finaliza.
Más sobre ellas y Mistura 2014 en la edición de hoy de la revista Somos