La mayor concentración de basura que se conozca no se encuentra en los botaderos clandestinos que preñan de suciedad el mar del Callao, sino en las redes sociales. Los aniquiladores de honras, los insultadores espontáneos, los escupidores a sueldo han convertido el mundo virtual en un ring donde el tamaño de la vileza no tiene límites.
En una de sus últimas declaraciones, Umberto Eco dijo que “las redes sociales les dan derecho de hablar a legiones de idiotas [...]. Es la invasión de los imbéciles”. Y, bueno, uno lee la lista de comentarios a los posts más inocuos o le da un vistazo en Twitter a la labor de demolición que cumplen con descarado entusiasmo los ejércitos de trolls durante la campaña electoral y no puede más que darle la razón.
Pero lo malo, aunque abunda, no acapara. El mundo virtual es también un espacio para iniciativas que pueden ayudarnos a ser mejores. Una de ellas es la que promueve dejar de comprar teléfonos celulares robados, al recordar que estos pudieron costarle la vida a su propietario, como ocurriera con los estudiantes asesinados en los últimos días por raqueteros.
“Si usted compra un celular robado, recuerde que puede ser de un chico de 17 años asesinado”, ha escrito la periodista Rosa María Palacios. Mientras que la policía ha difundido una imagen con el siguiente mensaje: “Un teléfono robado termina costando más que uno nuevo. Al dinero que pagaste súmale la vida que pudo haber costado”.
Los peruanos somos expertos en reclamar al Estado la prestación eficiente de una serie de servicios, pero hacemos poco por cumplir nuestra parte. Por el contrario, inventamos diversas excusas –algunas ingeniosas, otras tontamente burdas– con el fin de evadir las normas que a otros sí exigimos que cumplan al pie de la letra.
No solo compramos celulares en Las Malvinas o en alguna cachina de barrio sin saber si fueron conseguidos lícitamente, también hacemos lo propio con electrodomésticos, ropa, adornos para la casa, relojes o el accesorio que le falta a nuestro automóvil. Cuando lo hacemos, nuestros reparos morales se difuminan y concebimos una serie de justificaciones que no admitiríamos en otra persona.
El caso de los celulares es especialmente sensible. Una de las razones que explican por qué el índice de victimización es tan alto en nuestro país se debe a los delitos menores y entre ellos los móviles son los objetos más preciados por los delincuentes. Según Osiptel, solo en los primeros tres meses del año se ha reportado el robo de 549 mil celulares.
En los últimos días hemos sido testigos de lo que son capaces los raqueteros por robar un teléfono. No importa si la víctima decide no hacerles resistencia. Para estos tipejos, la vida no vale nada.
La próxima vez que vaya en busca de un celular de última generación a esos lugares que todos sabemos son el paraíso de los reducidores, recordemos su verdadero valor.