Armados con horquetas y hondas fabricadas en casa, los muchachos de distintos barrios de Breña se reunían por las tardes –después del colegio– para trepar juntos los cerritos de la huaca de Mateo Salado. Solo los más diestros lograban cazar alguna lagartija o escorpión, pero todos volvían a casa exhaustos, con la ropa empolvada y, sobre todo, con nuevas aventuras que contar. Así se divertían los adolescentes en la era pre-Internet.
Por décadas, Mateo Salado –Mateo o, simplemente, la huaca– no solo fue un inmenso campo de juegos para inquietos jóvenes, sino también hogar de decenas de familias, taller para la reparación de tubos de escape, guarida de adictos y delincuentes, y una cancha de fútbol en la que se disputaban feroces campeonatos.
Hoy, 13 años después de que empezó a gestarse su recuperación, en los caminos de canto rodado de este complejo arqueológico se oye el silencio de la tranquilidad. Lamentablemente, la única forma de mantenerla con vida fue mediante cercos, vigilancia perenne y visitas programadas.
El arqueólogo Pedro Espinoza Pajuelo, director del proyecto de Mateo Salado, menciona que hasta ahora se ha recuperado más del 50% del área del sitio; es decir, poco más de la mitad de 17 hectáreas (170.000 metros cuadrados).
“También se han erradicado las mecánicas, que eran alrededor de 50, y de las 15 familias que vivían aquí, aún quedan nueve, pero eso sigue su curso en el Poder Judicial. No hay una relación hostil con ellos”, precisa Espinoza Pajuelo.
Las invasiones y destrucciones en el patrimonio arqueológico de Lima no son un problema reciente: a inicios del siglo XX, empresas ladrilleras inundaron las huacas para utilizar sus muros en la fabricación de ladrillos. El huaqueo durante la época de la Conquista española fue otro golpe devastador.
En diálogo con El Comercio, el Ministerio de Cultura –que administra directamente 16 monumentos arqueológicos en Lima Metropolitana– reconoció que todavía “existe el problema del tráfico de terrenos, que convence a la población a invadir zonas arqueológicas para obtener un espacio de vivienda”.
—Pasado y presente—
Una huaca es un espacio con vida propia. Si bien Mateo Salado es una obra de los ichmas, una cultura preincaica natural de Lima, continuó utilizándose como un lugar ceremonial muchos años después. Belén Gonzales Echave, especialista sociocultural del complejo, recuerda que en el 2015 –un año después de su apertura al público como un remozado complejo arqueológico– se encontró en una de las pirámides [ver infografía] el cuerpo enterrado de un inmigrante chino del siglo XIX.
“Estaba como en un cajón y en sus manos tenía monedas acuñadas en los últimos años del siglo XIX. Se le encontró calzado, un saquillo de arroz con un ajuar como almohada y objetos para fumar opio”, explica.
Pero la historia no se detuvo ahí. Sofía Chacaltana Cortez, doctora en Antropología con especialidad en Arqueología, considera que “entender las huacas en su noción cultural originaria, necesitamos comprenderlas como entidades sociales que se relacionan con otras huacas, y también con sus vecinos humanos locales y regionales, formando un ecosistema social”.
Chacaltana remarca que es una obligación de las autoridades convertir los espacios públicos en lugares seguros para los ciudadanos. “Y ese es un derecho que nos debe ser proveído”, anota.
En una entrevista con el portal Lima Milenaria, la arquitecta suizo-italiana Adine Gavazzi advierte que las personas no entienden el valor de las huacas, porque en la escuela “no hay un libro que lo cuente, ni siquiera un museo”.
El caso de Mateo Salado es especial no solo por las continuas invasiones. El complejo se ubica en la intersección de tres distritos: Breña, Pueblo Libre y Cercado de Lima; cada uno con poblaciones con diferentes intereses, expectativas y visiones respecto del lugar.
“Tenemos muy buena respuesta de Breña cuando hay actividades culturales dentro de la huaca. Antes de la pandemia había eventos artísticos y ha habido buena respuesta de Pueblo Libre también”, añade Espinoza Pajuelo.
En el 2020, el COVID-19 obligó a paralizar las actividades en la huaca, pero esta volvió a abrirse, desde octubre, para visitas guiadas (martes, jueves y sábados de 10 a.m. a 3 p.m.), mientras que los trabajos de investigación y estudio continúan su curso. Pese a todo, Mateo Salado sigue con vida.
—Historia y memoria—
El sitio recibe su nombre por Mathieu Saladé, un luterano francés que llegó al país en el siglo XVI huyendo de la Inquisición. Su fe impidió a Saladé vivir en el corazón de Lima, por lo que se instaló en las afueras, comprendidas entonces en la zona del complejo.
Mathieu Saladé fue la primera persona juzgada condenada a la muerte en la hoguera en la ciudad de Lima, el 15 de noviembre de 1572, rememora Belén Gonzales Echave.