Cuando visitamos algunas ciudades en otros países de América Latina, en Europa o en Asia, disfrutamos caminar por las zonas céntricas donde coexiste una mezcla de usos. En los centros de estas ciudades es común vivir en un edificio que tiene tiendas en el primer piso, y una mezcla de oficinas y viviendas en los otros niveles. Irónicamente, esta coexistencia de diversos usos que nos gusta de otros lugares es algo que rechazamos en nuestra propia ciudad. En Lima, los distritos ubicados en el área de tratamiento normativo III, incluyendo San Isidro, Miraflores, San Borja, Surco y La Molina, representan un problema donde sus vecinos exigen la protección de la “residencialidad” de su distrito, a pesar de su ubicación en el centro de una megaciudad (definida así por tener una población mayor a 10 millones de habitantes).
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En los distritos del área III, los usos comerciales están mayormente concentrados en las avenidas Benavides, Conquistadores, Primavera, etc. Esta forma de desarrollo se basa en un sistema de planeamiento sostenido por el uso del automóvil, que segrega la vivienda de los otros usos y deja los usos comerciales en lugares a veces lejanos de la vivienda, donde altos niveles de tráfico, contaminación y ruido son grandes desincentivos para caminar.
A escala metropolitana, la ordenanza 620 define un área de uso residencial como un área “urbana destinada fundamentalmente al uso de la vivienda, pudiendo aceptar además otros usos compatibles”. Lo que cada distrito considere un uso compatible es otra historia. En San Isidro, por ejemplo, según la ordenanza 950, las actividades profesionales son compatibles solamente si están desarrolladas por el mismo propietario. Los lugares con usos comerciales, servicios u oficinas que ya tienen licencia de funcionamiento en zonas residenciales podrán operar hasta que se demuela el edificio. A partir de este momento, cualquier “nueva edificación será exclusivamente de uso residencial”. Esto es contradictorio, ya que mientras más reciente sea el edificio es probable que corresponda a un ambiente urbano más denso y por lo tanto debería responder a una condición más urbana y diversa.
En muchas otras ciudades, en cambio, existe un sistema de usos de suelo mucho más flexible que promueve una activación de las calles residenciales a lo largo del día. En Quito, para elegir una ciudad cercana a la realidad limeña, tienen varias categorías de zonas residenciales, donde la idea, más bien, es promover barrios de usos mixtos compatibles con la vivienda. Usos que se consideran compatibles con un barrio residencial son hoteles con menos de 30 habitaciones, comercios (incluyendo cafés, restaurantes y tiendas), servicios y oficinas administrativas. Usos no compatibles con vivienda son bares y talleres mecánicos. Estos usos tienen que ubicarse en zonas de usos múltiples, donde también puede haber vivienda.
De esta forma, se promueve una ciudad compacta, que incentive viajes a pie a través de la cercanía de las viviendas a varios destinos, generando la activación de las calles a toda hora y la posibilidad de reducir el uso del automóvil.