Para explicar mejor la interrogante planteada, es bueno precisar que la migración es un evento que se ha ido repitiendo innumerables veces a lo largo de la historia de la humanidad. Esta se ha dado por múltiples razones, siendo las más recurrentes las persecuciones, la violencia o la inminente vulneración de los derechos.
Sin embargo, a pesar de estos motivos que condicionan el desplazamiento, muchas veces forzado, de un grupo determinado de personas, la mirada de una buena parte de la población del país receptor sigue siendo negativa y hasta de rechazo. Se tejen infinidad de comentarios cuyo común denominador recae en lo siguiente: acaparamiento de puestos laborales y servicios públicos.
A continuación explicamos a detalle por qué es importante comprender el fenómeno de la migración y cuáles son la implicancias positivas que se originan a partir de esta.
El movimiento, parte esencial del ser humano
Basta leer un libro de historia universal para saber que moverse de un sitio a otro ha sido parte del comportamiento de las personas desde hace más de 100.000 años. Y no solo eso, de no haber sido por las migraciones no se hubieran originado, o quizá no tal cual las conocemos ahora, las distintas civilizaciones que habitaron el mundo. El ADN del ser humano ha desarrollado el gen del movimiento.
Tan solo imaginar que de no ser por los desplazamientos el hombre nunca hubiera dejado África para poblar los demás continentes resulta casi imposible.
En 1965 se registraban 75 millones de migrantes en el mundo, mientras que en 2000 el número se aproximaba a los 150 millones. Actualmente, la cifra redondea los 258 millones. Asimismo, con el paso de las años las migraciones fueron variando en cuanto a motivos. Para el 2018, había 70,8 millones de personas desplazadas a la fuerza alrededor del planeta.
Un rechazo a la diversidad
Con toda lo antes explicado, resulta casi inverosímil pensar que aún existe un rechazo de un sector de la población hacia estas poblaciones de migrantes y refugiados. Rechazo que es incentivado desde distintos frentes, en gran medida, a través de la desinformación, la cual alimenta el miedo, el temor y los prejuicios de quienes se sienten perturbados frente a una ola migratoria.
Lo cierto es que a pesar de que alrededor del mundo los eventos migratorios han estado acompañados por la solidaridad de muchas naciones, no se puede negar las distintas formas de discriminación que persisten hoy en día y que necesitan ser erradicadas.
Algunas de estas formas son el racismo, la xenofobia (odio u hostilidad hacia los extranjeros), la aporofobia (rechazo a las personas pobres o desfavorecidas), el colorismo (rechazo por la oscuridad de la piel), el fundamentalismo religioso y el fundamentalismo político.
El caso peruano
A lo largo de la historia no hay un solo pueblo que haya actuado siempre con una apertura o con un rechazo total y discriminación hacia el migrante. Ninguna nación. Todos los pueblos han estado en ambos lados de la historia. Es más, todos los pueblos han pasado alguna vez por procesos migratorios y de desplazamiento, ya sea por guerras, por presiones demográficas, escasez de alimentos, catástrofes, necesidades de sobrevivir, entre otras razones.
El Perú no ha sido ajeno a ello. Por dar un ejemplo, a finales de la década del 40, cuando Europa aun vivía las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, cientos de personas sin hogar ni trabajo decidieron dejar sus ciudades para buscar un nuevo futuro. Es así que la mañana del 24 de febrero de 1948, un total de 626 inmigrantes europeos, a bordo del navío norteamericano ‘General W. M. Black’, arribaron al puerto del Callao. Este sería el primer grupo que llegaría a nuestro país gracias al convenio realizado por el Gobierno peruano y el Comité Intergubernamental de Refugiados.
La mayoría de inmigrantes eran yugoslavos y los demás polacos, checoslovacos y húngaros. Eran 552 adultos, de los cuales unos 399 eran varones y unas 153, mujeres. Buena parte de ellos eran agricultores que venían contratados para trabajar en algunas haciendas. También habían mecánicos, obreros, sastres, especialistas en viticultura, torneros, panaderos y personas de diversos oficios.
Un grupo de polacos, entrevistados por periodistas de El Comercio de la época, manifestó que no dudaron en emigrar y dejar atrás el infierno padecido en la Segunda Guerra Mundial.
Otro punto histórico nos remonta a mediados de la década de los 80, cuando la hiperinflación, el terrorismo y la falta de empleo formaron un cóctel nefasto para el pueblo peruano. La situación empujó a un gran sector a migrar hacia otros países como Estados Unidos, Argentina, Chile, Italia, Venezuela, entre otros, en busca de una estabilidad que les permita asistir económicamente a sus familias. En aquella ocasión el motivo del desplazamiento fue de índole político-social.
Este evento, además, tuvo sus frutos. Las personas echaron raíces y formaron una familia en territorios que se portaron de forma solidaria y con mucha apertura en un momento de mucha incertidumbre en el país propio.
Pero si de procesos migratorios en el Perú se habla, sin lugar a dudas se tiene que mencionar al pueblo chino. El Perú es el país con más ciudadanos chinos (7.708) y de descendencia china (1′300.000) en toda Latinoamérica. La inmigración de esta población en un inicio tuvo como fin el aprovechamiento de su mano de obra. La mayoría trabajaba en condiciones deplorables y eran víctima de explotación. En la actualidad, tras 172 años de la inmigración china en el Perú, la integración se ha dado por completo. Muchos de ellos incluso ocupan puestos y cargos importantes en sectores clave de la sociedad peruana.
Todo lo expuesto tiene la intención de brindar una mirada diferente hacia la migración, proceso que es parte de la especie humana desde hace más de 100.000 años. Y si de resumir la idea central se trata, el gran sociólogo y escritor venezolano, Tulio Hernández, lo ha hecho de una forma breve pero contundente, alterando una frase conocida por muchos: “Es mejor estar juntos y, si es posible, revueltos”.
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