Literalmente, su obra le deslumbró como si se le presentara la virgen. Un día, la historiadora de arte italiana Elena Amerio (Asti, 1982) caminaba con su colega Ramón Mujica por el Centro Histórico. Al pisar la sacristía de la Iglesia de San Pedro se produjo el milagro: contemplar por primera vez “La coronación de la Virgen”, la obra del maestro Bernardo Bitti. Para ella, la pintura resultaba muy extraña para el contexto del arte virreinal, lo que le llevó a indagar en su autor, nacido en Camerino, Italia, en 1548. No sabía nada de él. En realidad, nadie en su país conoce hoy a este jesuita, el primer artista italiano que llegó al Perú, reconocido por haber introducido el estilo manierista en la pintura cusqueña y limeña. Fue entonces cuando decidió estudiarlo como tema de su tesis de maestría en la Universidad de Turín. Descubrió que, prácticamente, en los últimos 40 años, desde los trabajos fundadores de Teresa Gisbert y su esposo José de Mesa, nada se había investigado del artista. “Se conocía bien su obra en Perú, pero en Italia nadie le había dedicado un estudio”, afirma. Años después, para Amerio la figura de Bitti no solo se ha convertido en una pasión personal, sino también en un propósito de vida: recuperar su memoria en su tierra natal.
Los cuadros de Bitti no llevan firma. Si uno quiere descubrir las marcas de identidad del artista italiano, tendrá que buscar las pistas que dejaba de su estilo: el característico movimiento en los dedos de sus esculturas, la forma de las orejas de sus personajes, el drapeo casi acartonado y muy cortante de las vestiduras. Para la curadora, una de las tantas deudas para con el pintor es estudiar cuántos cuadros son en verdad de Bitti y cuántos realizaciones de sus asistentes, pues por lo menos dos de ellos se conocen de nombre y apellido. Mientras tanto, investigando en el archivo de los jesuitas en Roma, Amerio ya ha realizado los descubrimientos más interesantes sobre Bitti en las últimas cuatro décadas: las únicas firmas que se conocen del pintor, sus primeros años de formación como novicio y hermano coadjutor jesuita en Roma, e incluso su perdido nombre de pila: Demócrito. Por otra parte, en Camerino, su ciudad natal, todavía hay que hacer mucha investigación documental, pero se ha podido rastrear información familiar. Lamentablemente, el reciente terremoto que afectó gravemente la ciudad mantiene cerrado su centro histórico y ha paralizado las investigaciones. “Ese es un trabajo que planeo hacer en los próximos años, dentro de mi investigación de doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid. Creo que he abierto la caja de Pandora, y no dejan de salir cosas nuevas que hay que poner en orden”, señala la estudiosa.
Al hablar de Bernardo Bitti, Teresa Gisbert y José de Mesa destacaban la huella de dos maestros como El Greco y Rafael. ¿Como analizas ambas influencias?
Hay que decir que el texto de Gisbert y Mesa es muy importante, sobre todo por su trabajo de catalogar cerca de 60 obras atribuidas a Bitti que sobreviven hasta hoy. Sin embargo, el tema de sus influencias estilísticas resulta mucho más complejo. La mayoría de los estudiosos peruanos no consideran la influencia de las escuelas regionales, donde él empezó a pintar. Una de las cosas que encontré en los documentos de archivo es que Bitti empezó a pintar en Camerino, su ciudad natal, entonces importante a nivel comercial y artístico. A diferencia de otros artistas que eran adoptados por un pintor en su taller, Bitti se quedó en casa de su familia hasta los 18 años, dos años antes de entrar en la Compañía de Jesús. Eso ya es bastante particular. Los Bitti eran parte de la nobleza comercial, muy típica en la Italia del siglo XV y XVI, eran una familia muy bien instalada en la sociedad de la época. Luego, al partir a Roma, recibió un montón de influencias. La pintura del siglo XVI está marcada sobre todo por la figura de Miguel Ángel y de Rafael, pero él vivió en una ciudad donde aún trabajaban pintores de la vieja generación como Giorgio Vasari o maestros más jóvenes como Federico Zuccaro, incluso El Greco. En todo ese entorno multicultural, Bitti recibió influencias muy diversas y él era como una esponja.
¿Ser jesuita explica su decisión de dejar Roma para viajar al Perú? ¿Fue una decisión más bien ligada a una misión evangelizadora que profesional?
Pasa con Bitti completamente lo opuesto a la decisión de otro pintor italiano en el Perú, Pérez de Alessio, quien llegó para volverse famoso y tener más dinero. A Bitti lo mandó al Perú la orden jesuita. De España llegaban entonces lienzos y esculturas, pero ellos necesitaban a alguien que pudiera trabajar en el lugar. En aquel entonces no había muchos pintores trabajando al interior de la Compañía de Jesús en Roma, y Bitti era el candidato perfecto.
¿Por qué?
Porque habiéndose formado como pintor entre Camerino y Roma, conocía las últimas novedades del Concilio de Trento, y sobre todo, porque era joven. Hacer el viaje a través del océano era una empresa complicada. La primera vez que intentó partir de España su nave naufragó y con los otros jesuitas tuvo que regresar a Sevilla. Algunos meses después logró salir. Cuando salió de Roma tenía 25 años y llegó a Lima a los 27. Y de allí trabajó por 35 años en el Perú. Escoger un artista joven era una inversión para el futuro. He intentado ver cuantos kilómetros pudo haber hecho Bitti en toda su vida en el país y he calculado más o menos 10 mil, yendo y viniendo de Lima a Cusco, Juli, a Sucre en Bolivia. En caballo, en mula, a pie. ¡Es impresionante!
Bitti trajo a la América Colonial la semilla del manierismo. ¿Cómo ves el diálogo que se generó entre esta corriente y la pintura del Cusco y de Lima?
Él fue el primer pintor italiano en llegar al Perú. Después llegaron otros como Mateo Pérez de Alesio o Angélico Medoro, cuyos ingredientes se van a juntar en Lima, en Cusco y en Bolivia con diferentes resultados, alimentándose de otros ingredientes como puede ser el estudio de los grabados que llegaban desde Italia, España y Amberes. Hay que decir que, en general, el manierismo es un fenómeno que tocó diferente partes de Europa, y para los españoles era lo más cercano a su gusto. Resultaba más moderno que el tardo renacimiento español. Los artistas italianos eran garantía de calidad es lo que era la pintura religiosa, ideales para reflejar correctamente los dogmas del Concilio de Trento, sin excesos.
Uno de tus descubrimientos es que Bernardo Bitti se llamaba, en realidad, Demócrito. ¿Por qué el cambio de nombre?
Él se llama Demócrito como el filósofo griego, un nombre que a los jesuitas podía incomodar por todo lo que había detrás de un personaje tan alejado del pensamiento de la congregación. Cuando él firma en el registro del noviciado jesuita como Demócrito es su padre quien tacha el nombre con una línea y escribe Bernardo encima. Es muy interesante que la familia le haya puesto a todos sus hijos nombres humanistas. El hermano mayor llevaba el nombre del Santo patrón de la ciudad, Venancio, y sus otros dos hermanos se llamaban Hércules y Camilo, nombres de la época romana muy peculiares para una familia de mercaderes de telas.
¿Qué más aporta ese documento además de la revelación del nombre?
El documento permite decir con seguridad que en 1566 Bitti vivía con su familia, y con ello se abren nuevas hipótesis. Por ejemplo, sabemos que, por lo menos algunos años de su juventud tuvo formación artística en la misma ciudad de Camerino. Eso es importante, porque en todas sus biografías anteriores, incluida la de Teresa Gisbert y José de Mesa, se dice que empezó sus estudios de pintura en Roma. Ello permite verlo de diferente manera, inferirlo en un contexto de pintura regional en una región culturalmente muy activa en aquellos años. Pienso que ese ha sido el hallazgo más importante que arroja la búsqueda en el archivo de los jesuitas en Roma, el cual incluye toda la documentación de la provincia peruana.
Tener la firma de Bitti ofrece otro dato muy importante para imaginar al pintor: era un hombre que sabía escribir…
Era una de las grandes dudas. Cuando él ingresa a la Compañía de Jesús, el nuevo novicio escribe una pequeña biografía que luego firmaba. Hemos encontrado dos documentos que llevan su autógrafa. Probablemente, como era hijo de un comerciante, tuvo una educación muy práctica. Bitti sabe leer y escribir, pero en su grafía se nota que no tiene la práctica de hacerlo. Su firma es la de una persona que no está acostumbrada a coger la pluma todos los días. Es curioso, sabía muy bien tener el pincel en la mano, pero le resulta más complicado escribir.
¿Cuáles son las principales zonas de sombra en la vida de Bitti? ¿A dónde nos llevan las nuevas investigaciones?
La materialidad es fundamental, descubrir cómo preparaba su tela, cómo era su pincelada. Con la UTEC, la Universidad Católica y el Museo Pedro de Osma estamos viendo la posibilidad de desarrollar algunos proyectos para ese análisis. Otro tema importante es investigar cómo llegaron las obras de Bitti a muchos de los lugares donde hoy se encuentran. Con la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII el mercado local de obras de arte se llenó de obras de jesuitas y para ese trabajo se necesita rastrear los documentos de la expulsión y los registros de los bienes. Bitti es un artista que trabajó en el Perú y en Bolivia, y creo que, ahora que nos acercamos al 2025, la celebración de los 450 años de la llegada de Bitti al Perú, se necesita hacer un proyecto conjunto entre ambos países.
¿Puede encontrarse producción de Bitti en Italia?
De seguro, nada oficialmente. Nunca dejó obras de gran formato, aunque quizás sólo hiciera obras de pequeño formato, piezas devocionales para el noviciado o el colegio romano. Es más probable que en Roma haya pasado los años dibujando, recolectando materiales que después le servirían en el Perú.
En Europa, las obras del arte “indiano”, realizado en las colonias americanas, suelen ser vistas con cierta indiferencia. ¿Cómo crees que la academia recibiría a Bitti? ¿Qué nota distinta tocaría a este artista en el concierto del arte barroco italiano?
Si Bitti se hubiera quedado en Italia, hoy se conocería como tantos otros pintores jesuitas de la época que no alcanzaron el rango de grandes maestros. Sería uno de los muchos pintores buenos, pero perdidos en un mar de pintores extraordinarios en la Italia en aquellos años. Pienso que el interés que Italia podría tener hoy para un personaje como Bitti radicaría sobre todo en la vida que llevó: haber sido el primer artista italiano en llegar a Perú, el primero enviado de Roma por la Compañía de Jesús, el haber recorrido un territorio casi no explorado por los españoles y haber dejado obras que podrían estar muy bien en cualquier Iglesia en Roma. Bitti es un producto del arte de la contrarreforma, y su obra sigue el estilo y el gusto de aquellos años. Puedes encontrar a muchos que pintaron como él. Pero su vida es increíble e inimitable. Eso es lo que hace la diferencia.
Descubriste la obra de Bitti con La coronación de la Virgen en la Iglesia de San Pedro. ¿Crees que es si obra maestra? ¿Cuál es tu Bitti preferido?
Sin duda, La Aparición del Cristo Resucitado a su Madre que se encuentra en la iglesia del pueblo de Rondocan, en el distrito de Acomayo, a dos horas de Cusco. Forma parte de una serie de ocho lienzos enormes bien conservados. En la monografía de Gisbert y Mesa no está citado, pues se pensaba desaparecido. Recién en los años 80 pudo rastrearse hasta esta Iglesia. Es su serie más representativa, importante no solo a nivel artístico sino también por lo que representa para la Compañía de Jesús. Para mí, es el lienzo más importante de la Compañía de Jesús en el Perú.
El dato
“La maniera italiana en el Perú: Bernado Bitti y la Palabra de Dios en la punta del Pincel” es el título de la serie de conferencias que Elena Amerio ofrecerá todos los sábados de marzo, de 10 am a 12 del día, invitada por el Museo de Osma, con el apoyo del Proyecto Estudios Indianos de la Universidad del Pacífico. El curso permitirá ilustrar las características del estilo manierista y su éxito en el arte peruano de los siglos XVI y XVII. Inscripciones en el curso al teléfono 970644119.
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