Las memorias de infancia de la artista Natalia Villanueva están bordadas a punta de recortes de tela, cintas métricas, hilos de color, agujas y alfileteros. Su madre, tejedora toda su vida, salió del Perú con su esposo para estudiar costura en Francia. Trabajó como costurera en el taller de Christian Dior, y la artista lo sabe bien porque la recuerda llegar a casa tarde con las codiciadas etiquetas, que ella, como una broma entre madre e hija, cosía a la ropa que ella le confeccionaba. De niña, ella no podía moverse para no sentir el hincón de los alfileres que unen los cortes que su madre arma sobre cuerpo. Luego, al retirarlos, la niña observaba decenas de cabezas de colores arrimadas sobre la mesa. A ella le encantaba verlo.
Y aunque han pasado años desde que su madre le tomaba medidas y pruebas, ese tiempo entre costuras es lo que la artista recupera y revive en su notable muestra “Se multiplican llamativas, las hermanas agudas”, un despliegue de instalaciones con hilos, carretes antiguos, agujas clavadas en el papel a la manera de una silenciosa y perfecta escritura, son hebras que no solo conectan a una artista visual con su madre, sino que detonan en el espectador los propios recuerdos familiares.
La muestra abierta en la sala Juan Acha del Museo de Arte de San Marcos ofrece dos marcadas sensaciones: la obsesión por el detalle, con propuestas confeccionadas a partir de miles de filamentos de color milimétricamente ordenados y pacientemente dispuestos, pero también una profunda levedad, con instalaciones que parecen sostenerse en el aire.
“Paciencia solo tengo en mi trabajo”, nos advierte la artista. “Mi obra tiene que ver con haber crecido con una persona que tiene grandes cualidades para la costura y que me habitan hasta hoy. De alguna manera, cuenta lo que se produce en mí y, ojalá, en el espectador”.
En sus diversas instalaciones, la atención al detalle y el aparente minimalismo de las propuestas nos habla también de monumentalidad al ocupar los espacios. En efecto, como explica la creadora franco-peruana, la monumentalidad no es solo un tema de escala, o la posibilidad de tomar el espacio, sino que este pueda envolver al espectador. “Mi intención es que las personas sientan estas instalaciones como algo que les pertenece, que ellas también podrían escribir las historias que les cuento”, afirma.
“Para mí, la idea de una instalación no solo tiene que ver con la forma en que ocupas el espacio, sino en pensar en quién viene a él, cómo va a habitar la obra y de qué manera la obra le permite tomarla y llevársela. De esta forma, el propio visitante se convierte en el espacio de la obra. Si se logra eso, es maravilloso”, señala.
Guiños de colección
Es innegable la profunda carga metafórica de esta exposición en un país como el Perú, de tan rica tradición textil. Es por ello que al inicio de la muestra, curada por Augusto del Valle, se nos propone un muy interesante diálogo con piezas de la colección del Museo de Arte de San Marcos: tupus, husos y cayapis, elementos prehispánicos acompañan a pinturas campesinas que dan cuenta de la práctica social del tejido, así como a piezas de arte cinético realizadas en los años 60, que revelan la vibración del color a partir de los juegos visuales.
“Con este contexto, y bajo estas coordenadas, el espectador puede recorrer la sala y descubrir otra aproximación al tema del tejido, más subjetiva, basada en las relaciones entre la artista y su madre tejedora. Uno puede intuir en las obras, en su calidez mostrada, que hay historias encerradas, pero no lo puedes develar hasta que no hablamos con la artista”, añade Del Valle.
Más información
Lugar: sala Juan Acha del Museo de Arte de San Marcos. Dirección: Av. Nicolás de Piérola 1222, Parque Universitario, Lima. Horario: de lunes a viernes, de 10 a.m. a 5 p.m. Hasta el 16 de diciembre.
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