Se llama Valentina. El artista representa a su hija como una niña gigante y curiosa, inmersa en una naturaleza inspiradora. Ella dibuja en su cuaderno, rodeada por un habitado entorno verde: un caracol, una mariposa desplegandose en intenso amarillo, pájaros de intensísimo color. Ella y su biodiversa compañía obligan a los peatones a detenerse el el cruce del Jirón Natalio Sanchez y la cuadra 6 de Arenales, la esquina del Centro Cultural de España, que estrena nuevo mural. Esta vez, la imagen nos encanta no solo por su ternura y riqueza de detalles, sino también por su carácter vibrante y a la vez apacible.
Marko Franco Domenak trabaja profesionalmente haciendo murales, hace 20 años, tras graduarse en Bellas Artes. Primero fue la calle, luego en restaurantes, locales privados, a domicilio. “Hace unos 10 años tuve un periodo malísimo, cada cosa que hacía me lo tapaban, no me dejaban pintar, hasta me cubrían el mural con barro. Entonces pensé dejar el espacio público y dedicarme a pintar en las casas de la gente que valorara mi arte. Y salieron muchas propuestas de negocio con terceros”, recuerda. “Esa decisión me dio frutos, porque llevo muchos años viviendo de eso, mantener a diario una empresa de artes plásticas, llevando murales a la gente interesada y que pague por esto es una cosa increíble en el Perú”, afirma.
Sin embargo, la pandemia le golpeó fuerte. Y Domenak confiesa que, en un inicio, consideró la convocatoria del Centro Cultural de España para su proyecto de intervención urbana Arte Ventilado, como una forma de recuperarse. Para él fue un riesgo, pues hacía años que no concursaba en certámenes de pintura. Había sido finalista de los concursos Alfa y Romeo 2007, Cerro Verde 2009 y John Constable 2010, dedicado a la acuarela. En 2008, ganó el segundo lugar de Pintura del certamen Mapfre 2008. Una década después, se animó a volver a intentar.
“Entonces me mandé con uno de mis murales más personales”, señala. Su boceto es una imagen que suele pintar en casa: sus hijos, las plantas de su jardín, los pájaros del barrio de Mirones que los visitan a diario. Hizo un boceto en el que sintió que trasmitía su mundo de la forma más sincera. Semanas después, fue elegido para encargarse del proyecto de arte urbano del CCE, que esta semana se estrena en su ya tradicional pared de la cuadra 6 de Av. Arenales.
“En el proyecto está el retrato de mi hija Valentina, pero en realidad quise abrir el tema hacia la niñez, ese momento en la vida en el que no hay preocupaciones y todo es creatividad. Cuando todo es virgen, ingenuo, lleno de posibilidades. Y pensé que ese espíritu combinaba si lo rodeaba de una naturaleza inventada. La verdad, en casa tenemos un espacio especial para estar con mis hijos, rodeados por muchas plantas. El mural no está muy alejado de nuestra realidad familiar”, afirma el artista.
De colores vibrantes y relajada actitud en su modelo, la obra plasmada en la pared de tres pisos del Centro Cultural de España genera entusiasmo en el espectador, una sensación de bienestar y de ánimo para reconectarse con la vida, un mensaje que necesitamos con urgencia en estos días de incertidumbre pandémica. Nacido en Sullana, en el Valle La Perla del Chira, Domenak plasma en su obra esa energía vital del paisaje. “El valle de Sullana y su cultura me han influenciado mucho”, afirma el artista. “El acto de pintar es una manera de regresar a mis raíces, de hacerle recordar a la gente que este valle existe y, del mismo modo, que en mi valle se sienta que alguien está llevando su bandera”, afirma este artista influenciado por los temas y pigmentos de los antiguos artistas moche, así como de los actuales alfareros norteños, que en sus talleres pintan sus calabazas, el poto, el cojudito, con árboles y personas. “Para mí es muy importante lo vivencial. No me gusta complicarme, Pinto las cosas que resultan naturales para mí”.
Todo es efímero
Acostumbrados como estamos a considerar la obra artística en fetiches o simples mercancías, el trabajo de Domenak, y por extensión la de los artistas urbanos como él, nos recuerdan que otras actitudes frente al arte son posibles. Se trata de artistas que sus obras son vivas, pues así como nacen a la vista del público, también llega un momento en que declinan y mueren, como toda naturaleza efímera. “Para mí, todo es efímero”, explica el muralista, que bautizó justamente su obra como “Momentos”, como un intento por capturar aquello que queda de cada segundo que se no escurre. “También pinto obra formal, en soportes convencionales. Sé que un cuadro es una mercancía, que tiene un precio y que tengo que venderlo. De eso vivimos. Pero hay cosas que no se pueden vender. Como artista, uno también tiene la posibilidad de vivir ciertas experiencias por amor al arte”, afirma.
“En lo particular, me gusta lo efímero. Me gusta pintar en la pared porque no pertenece a nadie. Me parece lo más auténtico, lo más sincero. La pared te da una información muy distinta que la puede dar un lienzo. Es otro tiempo, otra historia, la calle tiene una vivencia muy distinta a la del taller. Hay una expectativa de la gente que transita y que observa la pared, creas una conexión especial. Como pintor, me gusta que la pared sea mi soporte”, añade.
Además del enorme mural “Momentos”, Domenak es conocido por intervenciones del centro histórico hoy desaparecidas, como sus murales en el Jirón Lampa y el entrañable homenaje a Humareda pintado en el Jirón Azángaro, que fue borrado tras un incendio en el inmueble. Una obra en la cual, el artista graduado de la Escuela de Bellas Artes rinde bohemio honemaje al pintor puneño, a quien llegó a conocer. Pero su mayor trabajo puede verse en los alrededores de su casa, en el barrio de Mirones, donde ha vivido por muchos años con su familia. La familia y la naturaleza sigue siendo el tema: retratos de sus hijos, enormes abejas, fantásticos gatos acechando desde la pared. “Me pareció que era un buen regalo para Mirones traer otro tipo de mensajes. Con este tipo de trabajos, el barrio se identifica, el entorno crece, la gente se preocupa por la fachada de sus casas y sus jardines”.
Tres pisos de pintura
Ciertamente, es difícil reproducir la imagen de un boceto para que alcance las dimensiones de una pared de tres pisos. Para conseguirlo, para Domenak todo recurso es valido: la cuadrículas, aplicativos tecnológicos, o la misma información que puede darle la pared. Para empezar la obra, apela al rodillo sostenido con un largo palo que le permite distancia para dibujar mejor. El rodillo le permite cubrir los grandes espacios, lo considera un instrumento noble, fácil de encontrar en cualquier ferretería. Le permite determinar qué hacer con los trazos y el color, mientras se mueve en el amplio espacio vertical. Cuando las superficies son especialmente grandes, utiliza un extensor que le permite alcanzar los pisos altos. Pero también en el mural hay una dimensión más cercana, que le permite tanto al público como al artista a interactuar con él. Es el espacio de los detalles, para los que usa pincel.
En total, han sido diez días de trabajo. La pequeña Valentina ha seguido el trabajo de su padre en fotos y videos que revisa en el celular, sin embargo, aún no ha podido verse in situ, retratada como una gigante de ocho metros de alto. “Por lo que me escribe, ella está encantada”, dice el artista que espera llevarla cuando la coyuntura lo permita. Domenak no sabe cuánto tiempo su obra lucirá en la pared, y no le molesta, pues para él, como ha señalado, lo efímero define su mundo. Aunque al final de nuestra entrevista, cuando habla del amor al barrio y la entrega a la familia, se desdiga. “Todo es efímero, salvo algunas cosas”, añade.
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Museo abre para exhibir arte callejero del “estallido social” en Chile
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