Los especialistas creen que deben ser una especie de películas quietas, para que se lean como un relato. También sostienen que, para diferenciarse de la gigantografía, el campo plástico del mural debe presentar una relación poliangular entre sus puntos de vista y los tamaños en el plano. Lo cual, en cristiano, no sería otra cosa que ser enorme, monumental en porte e imagen. Total, siempre fue así. Desde las escenas de caza en el arte rupestre hasta las representaciones de pájaros y serpientes en los jeroglíficos egipcios. Lo mismo pasaba con los enormes frescos del imperio romano y en las pinturas mayas y aztecas, predecesores directos de Rivera, Orozco y Alfaro, la santísima trilogía mexicana post revolución de 1910.
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Entre nosotros, el arequipeño Teodoro Núñez Ureta (1912 – 1988) dejaría ciclópeas muestras de su arte en hoteles, colegios, municipalidades y, especialmente, en edificios ministeriales, como el que está en el Parque Universitario. En esa constante —que viene desde el paleolítico en Altamira o Lascaux, que puede elaborarse con marmolina, arena o aerosol—, las técnicas de arte figurativo mural, como creación y ‘poiesis’, felizmente siguen encontrando puntos de estacionamiento en nuestras calles. Y a todo color. Hablamos, esta vez, de la tercera edición del festival de arte urbano que organiza el colectivo Lima Mural Project y apoya la Municipalidad de Miraflores: acaban de desplegar cuatro grandes formatos en esas calles.
Ciudad geométrica
El más pequeño es un abstracto geométrico que corre a lo largo de nueve metros y tres de altura por la cuadra 4 de la calle San Martín. Se trata de una secuencia de líneas repetidas por obra y gracia de Nyeth (38), artista oriundo de Santa Catalina, La Victoria, que ya lleva 24 años interviniendo la ciudad, mejorando sus zonas vulnerables, aclimatando su pincel a la tipografía urbana. “Siempre me ha gustado pintar con colores que llamen la atención. Mi intención es darle la contra a esta ciudad tan gris. He encontrado buena respuesta de los vecinos, hubo muy buenos comentarios. Yo espero que les alegre un poco los días, sobre todo en este invierno que se caracteriza por ser tan plomo”, dice.
Elevándose sobre respetables diecisiete metros de alto y nueve de ancho, Conrad Florez (37) se decanta más bien por la técnica grafitera a la hora de estampar sus visiones, preferentemente psicodélicas y de anticipación. “He incluido colores fuertes que transmiten vida y hasta sensaciones futuristas en todo el muro, los he impregnado con algunos de esos personajes fantasiosos que siempre me acompañan”, dice. Artista plástico autodidacta, integrante del colectivo Crew DMJC de Lima y The Seventh Letters de EE.UU, asegura vivir a fuerza del arte tanto callejero como de interiores. Hasta convertirlo con el tiempo en algo más que un trabajo: es su estilo de vida. El mural de Conrad está en la tercera cuadra de la avenida del Ejército.
Y si se trata de ver una obra todavía más grande, es preciso desplazarse hasta la primera cuadra de la calle Bolívar: sobre los veinticinco metros de altura y a lo largo de quince metros de ancha base, Dear Lozada (31) ha levantado una sobria reinterpretación del reino vegetal en abstracto. “El lenguaje rectilíneo dialoga de forma activa con el mundo orgánico, generando composiciones donde ninguno invade al otro sino que se complementan en pro de la armonía en la totalidad. Mi propuesta de intervenir con un mural abstracto invita a reinterpretar lo conocido y verlo con otros ojos. Se estimula la creatividad del observador, que transita y convive con la pieza porque no tiene una interpretación cerrada y única”, explica el artista.
Pésimo y enorme
Y cuando ya era difícil —y hasta temerario— seguir retando semejantes dimensiones monumentales, “Ver con el corazón” de Edwin Higuchi Fernández (a) “Pésimo” (38) lo hizo: con desbordantes cuarentaicinco metros de altitud soportados por treinta de ancho, el artista decidió perpetuar la imagen de una mística indígena que atesora un corazón entre las manos. Se trata, por supuesto, de otra de las criaturas que pueblan un imaginario donde el cotidiano figurativo termina por conciliar irremediablemente con lo quimérico y esperanzador. Toda la coherencia de un artista egresado de la Escuela de Bellas Artes y que desde 1988 barniza las calles con su spray.
Pésimo también ha sido uno de los primeros grafiteros en abrir el circuito galerístico peruano a este tipo de propuestas. “Creo que el mural es un símbolo poderoso y una frase poderosa también porque en estos tiempos estamos un poco agobiados, hay tantos problemas, andamos un poco nublados por todo lo que sucede y ese sentimiento es algo que nos embarga. Creo que ver con el corazón es una forma de ver el sentimiento, ver más allá de lo que se ve a simple vista”, dice. La descomunal figura que ha dejado flotando en el cruce de la avenida 28 de julio con Larco parece darle la razón con su silencio.
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