El 2013 fue el año en que la quinua cruzó la frontera del espacio exterior. Samantha Cristoforetti, miembro de la Agencia Espacial Italiana, (ASI), la eligió por su concentración de vitaminas y minerales, y por su adaptabilidad a los cultivos hidropónicos. La quinua respondió bien a la temperatura, la alta presión y la ausencia de gravedad. Dos años después, en el 2015, el primer astronauta mexicano, Rodolfo Neri, tuvo la misión de germinar nuestra nutritiva kiwicha en el espacio y calculó entonces que, en 100 años, sino ocurría antes, se cultivaría esta y otras milenarias semillas y granos andinos incluso interplanetariamente.
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“¿Y acá?”, aterriza la pregunta la cineasta peruana Delia Ackerman. “Los ignoran”, dice; “casi no los aprovechan”, sentencia.
Aunque al inicio de su carrera se dedicó al periodismo, pasó poco tiempo para que Delia Ackerman descubriera que lo suyo era contar historias a través de imágenes. Así dejó la noble profesión por el cine y la producción de cortos y documentales por los que ha recibido reconocimiento nacional y en el extranjero. Su filmografía incluye títulos en los que presenta aspectos poco conocidos de nuestra cultura y de nuestra historia, como lo hizo en “Volviendo a la luz”, un documental sobre los sobrevivientes del Holocausto que se afincaron en el Perú; o en “Manos de Dios”, una película dedicada a Julio ‘Chocolate’ Algendones, el maestro del cajón, y a la música popular peruana.
En “Hatun Phaqcha: Tierra Sana”, la cineasta muestra la importancia de la conservación y el buen cuidado de los superalimentos oriundos de nuestro país, la preservación del conocimiento ancestral de nuestros agricultores y también plantea interrogantes sobre la vulnerabilidad de la región ante las demandas de un mercado promotor del monocultivo y la amenaza del cambio climático.
Un documental que por su magnitud y por la dificultad económica, le ha tomado nueve años culminar. “El apoyo del ‘crowdfunding’, de algunas empresas y de Ibermedia, que empezaron a sumarse poco a poco, así como el de la Universidad de Lima, que entró en coproducción, fue lo que me permitió terminar la película”, sostiene la directora de cine.
Durante el proceso, que costó mucho esfuerzo, Ackerman ganó información invaluable, miles de imágenes e incontables historias, pero también sufrió algunas pérdidas, como la de su editor, el reconocido Javier Arciniega, y su padre. A ellos les dedica el filme.
–¿Cómo surge la idea de hacer un documental sobre los superalimentos?
La pérdida de nuestra rica biodiversidad y el escaso consumo nacional de los superalimentos fueron los motores que más me motivaron. La quinua, la kiwicha, la mashua, la maca, el camu camu, el tarwi, el maíz morado, la oca, la arracacha, la pitahaya, la cañihua, el acaí, el olluco, las habas, la lúcuma... todos estos cultivos tienen propiedades extraordinarias y algunos hasta son considerados como alimento para los astronautas. ¿Y acá? Los ignoran. Casi no los aprovechan. Es trágico ver cómo esa variedad se pierde por desconocimiento, cómo desaparecen tantas especies por desinterés.
En el Perú no existen políticas que nos permitan tomar conciencia de esta situación y hacer algo al respecto. Fomentar respeto y apoyo a los campesinos, a los genios que crearon esta riqueza agraria hace siglos y que la preservaron de generación en generación. En nuestras manos está la posibilidad de cambiar el mundo.
–Como señalas, el Perú es un país con una gran riqueza de alimentos, pero que tiene una alta tasa de mal nutrición y anemia infantil. ¿Cómo abordas el tema en el documental?
Es una paradoja que en el Perú haya hambre cuando contamos con tantas riquezas nutricionales o que suframos de obesidad y problemas ocasionados por una mala alimentación, cuando podríamos consumir los productos de nuestra agricultura, que tienen cualidades nutritivas excepcionales.
La desnutrición, la anemia son una ironía ¿no? Una ironía, en un país al que acuden a buscar genes para reforzar cultivos de gran valor proteico, como dice el biólogo Juan Torres, uno de los personajes que participa en el documental. El Perú es un país bendecido con abundantes alimentos y productos de alto valor energético, nutricional y curativo. La sabiduría colectiva ha sabido seleccionar y domesticar 182 cultivos y numerosas variedades en cada especie.
Mi intención fue que la película fluya de manera orgánica y amena, que mantenga un ritmo que le permita al espectador hacer un recorrido por diferentes temas relacionados con la biodiversidad. Aunque en un documental de hora y media no puedo cubrir todo, he intentado resaltar el respeto a la alimentación ancestral que todavía está viva en el Perú. Hay retos ambientales ecológicos, como el cambio climático. Tenemos la posibilidad de cambiar las cosas: comer más sano, valorar a nuestros agricultores y sus productos, y hacer que crezca la demanda de ellos. Espero que mi película genere un espacio para conversar sobre estos temas tan urgentes y necesarios, y que contribuya a crear conciencia y estimular el compromiso.
–Muchos de los superalimentos que hace 10 años eran desconocidos, hoy forman parte de la dieta peruana. Esto, en parte, ha sido un logro de los cocineros y del boom gastronómico. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación?
Claro. Los cocineros del boom gastronómico son los que han conseguido el reconocimiento mundial de nuestros productos y nuestras comidas nativas tradicionales. Por eso, en la película participan la inspiradora Isabel Álvarez y el tan comprometido con la investigación y promoción de los productos peruanos, Flavio Solórzano. Además, Palmiro Ocampo, Lenin Cahuana y Roy Riquelme, quienes buscan educar cocinando. Y, aunque no aparecen en la película, Virgilio Martínez y Gastón Acurio también fueron parte del camino.
El propósito de este documental es valorar a nuestros hombres y mujeres de la tierra, busca convertir el hambre en buena alimentación, utilizar mejor nuestros recursos y sus propiedades, promover los platillos andinos nutritivos, cambiar la dieta peruana y, por supuesto, generar oportunidades para los agricultores y preservar la diversidad. No podemos correr el riesgo de perder nuestra identidad alimentaria.
Guamán Poma de Ayala, en sus crónicas, menciona una ley Inca que prohibía la escasez de alimentos en todo su territorio. En el Tahuantinsuyo la nutrición tenía un arraigo cultural: “Estaba prohibido el hambre”. El Estado garantizaba que no falte comida. Y para eso, no solo se sembraba mucho maíz, también almacenaban y conservaban sus productos. Fue el primer Estado en el mundo que desarrolló la seguridad alimentaria con un sistema de ingeniería biotecnológica. Pero, además, la cultura inca encontró las mejores formas de transformar los alimentos y consumirlos óptimamente. Como herencia tenemos la papa seca, el tocosh y el chuño, no la papa frita. Los incas conocieron la forma de combinar los alimentos. No olvidemos su extensa andenería y su sistema de riego tecnificado por ceramios de exudación. Desarrollaron una ingeniería hidráulica y agrícola más avanzada que la de hoy en día, pues era sostenible.
Así como el Mediterráneo ha logrado sistematizar una cultura alimentaria que estuvo perdida, el Perú también empieza a contribuir beneficiando a la humanidad con estas artes tradicionales alimenticias y nuestra enorme biodiversidad.
–¿Tomaste como referencia alguna otra película?
Sí, “La delgada línea roja”, de Terrence Malick, me sirvió como clave estética, porque me gusta mucho su acercamiento poético a la naturaleza. Por la avidez del proyecto, no sé si habré logrado plasmar esa sensibilidad, pero fue un referente para mí. También me inspiró Agnès Varda, a quien admiro mucho como documentalista. El tratamiento de la película busca tender puentes entre la verdad científica y la mirada poética. La música de Pauchi Sasaki fue un gran aporte en ese sentido.
–Rodaste en diferentes ciudades...
En Huánuco, Puno, Iquitos, Piura, Madre de Dios, Cusco, Lima, Ancash, Apurímac, Ilo.
-¿Cómo trazaste la ruta?
Me fui asesorando con varios profesionales. Mucho le debo a biólogos como Roberto Ugás, quien habla en el documental sobre el tomate, un cultivo de origen peruano que hace su recorrido global y se consume en el gazpacho, en el Bloody Mary, en la pizza, en el kétchup, y que regresa al Perú́ en esas formas o como semillas mejoradas, producidas en el hemisferio norte. También aportaron nutricionistas, como Talia Schvartzman, quien habla del cacao, de su alta calidad y de sus propiedades que favorecen a la salud. O, María Mayer de Scurrah, hija de refugiados del nazismo que nace y crece en Huancayo y dedica su vida a entender y tratar de mejorar la agricultura con métodos ancestrales para enfrentar el cambio climático.
A lo largo de todo este tiempo me acompañaron profesionales como Juan Durán, reconocido director de fotografía, David Zuñiga (Cobra), apreciado sonidista; Susana Bamonde, productora; Omar Aramayo, gran poeta; el guionista Augusto Cabada; los escritores Kathi Huber y Ricardo Espinosa; la productora Margarita Morales; la actriz María de Medeiros, que dio su voz a las versiones de inglés y francés; Armando Sipán, en la post de imagen; Carlos Cuya, post de sonido; a Oscar Quezada, rector de la Universidad de Lima y al equipo audiovisual del Centro de Creación Audiovisual de la UL (Crea); a Cecilia Gómez de la Torre, agente de ventas de Amazonas Films; la Doctora Silvia Pessah y tantos otros amigos. Como ocurre en todos los documentales, filmé muchas cosas que no figuran en la película: no se puede incluir todo, la estructura te obliga a elegir, a descartar. Empecé a grabar en el 2013 y continué hasta el 2020, son ocho años de grabación y nueve producción.
–¿Qué ciudad supuso un mayor reto en el rodaje?
El mayor reto fue tener poco tiempo en cada sitio. Las distancias eran muy largas, los temas eran tantos y las plantas y alimentos eran muchos. Había que elegir. En el norte, por ejemplo, me quedé con muchas ganas de ir a las alturas de Piura, pero viajamos al desierto con el biólogo Juan Torres, para ver el origen de las plantas silvestres, que son tan importantes. He tenido viajes largos, el traslado no fue fácil.
Hubo otros grandes retos como cuando fuimos a la comunidad Pamparomás, de Caraz, a filmar el tarwi, o a la comunidad de Santa Teresita, en Madre de Dios. Sentir la pobreza, el hambre, las carencias. En Caraz tienen el maravilloso tarwi –alimento que posee un alto contenido de proteínas y que, probablemente, sea el vegetal con más proteínas que exista– y los habitantes que lo cultivan no pueden consumirlo; no tienen agua limpia para lavarlo porque el agua está contaminada o sucia. Igual en Madre de Dios, donde la minería ilegal contamina los ríos y la vida. Todo era muy doloroso y una paradoja también porque a la vez quería celebrar toda esta riqueza de nuestra tierra, que nos cura y que nos sana. Por eso el título de la película es un poco de denuncia, pero también de celebración.
–¿Cómo fue el proceso de edición de material obtenido durante ocho años?
Esa fue una labor del querido Javier Arciniega. Sin él no existiría esta película a la que dedicó tanto tiempo y corazón. Es una pena que no pudiera ver la versión final. Bernardo Cáceres y José Luis Jiménez tomaron la posta y me ayudaron a terminar de editar.
Con mis películas siempre busco poner un granito de arena. Hacer un cambio, contribuir en lo que pueda desde mi arena. En la película “Volviendo a la Luz” (2008) quise homenajear a aquellos judíos que escaparon del Holocausto y que empezaron una nueva vida en el Perú, reconocerlos como héroes y no solo como víctimas. En este caso, también quiero rendir homenaje a nuestra tierra y a nuestros agricultores que abnegadamente protegen nuestra biodiversidad. A ellos también les dedico esta película. Con la cámara he tratado de transmitir la belleza y la emoción del paisaje del Perú. En esa dirección nos dirigimos en la edición. La música de Pauchi Sasaki y todo el trabajo sonoro contribuyó a mostrar la mística de estos lugares y resaltar nuestras interrogantes y también nuestras denuncias.
–¿Qué es lo que más te impactó en estos ocho años de filmación?
Me han impactado los guardianes de los alimentos y de la diversidad como Dionisia Mamani, de Cabana, Puno, quien se ha convertido por propia iniciativa en la guardiana del patrimonio genético de la quinua. Dionisia nació en una familia donde la quinua era el principal alimento y medio de sustento. Viendo que este tesoro estaba siendo olvidado e incluso despreciado, se propuso recuperar y conservar la mayor cantidad y variedad de quinua. Su trabajo constante y visionario le ha permitido salvar y dar a conocer variedades hasta entonces desconocidas. Actualmente, Dionisia conserva y cultiva 120 variedades de quinua y conoce las propiedades nutritivas y medicinales de cada una. Esa sabiduría, al igual que la diversidad de alimentos, me parece increíble y mágica. Eso es lo que más me ha impactado, la grandeza y la posibilidad de tener un banco de alimentos.
EL DATO
El estreno de la película será el 16 de octubre, fecha que coincide con la celebración del Día Mundial de la Alimentación.
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