Todos los días, mientras se cocina el pavo, en mi TV solo se escucha un villancico. El resto de los 131 minutos, hay balazos. Probablemente sea una tradición de fanático obsesivo, pero el 24 de diciembre, mientras los canales pasan “Milagro en la Calle 34″ o “Mi pobre angelito”, algunos amigos y yo vemos “Duro de matar”, protagonizada por Bruce Willis. Sí, nuestra película de Navidad favorita. Y estas son las razones por la que es un clásico no solo de las fiestas de fin de año, sino del género de acción.
Lo que pasa en el edificio Nakatomi ocurre en la fiesta de Navidad de la empresa liderada por el señor Takagi que es víctima de un robo elaboradísimo. La Noche Buena de ese año, un grupo de 12 supuestos terroristas toman como rehenes a los asistentes y desatan el infierno en aquel lugar.
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Una de las primeras escenas de acción del filme es tremenda. John McClane, el policía de Nueva York interpretado por Bruce Willis, está en el edificio de Los Ángeles por casualidad. Ha ido a visitar a su esposa para arreglar su matrimonio. Y logra escapar del secuestro casi de milagro. Su presentación ante el grueso de terroristas ocurre cuando mata a uno de ellos y coloca su cuerpo en un ascensor. Le pone un gorro de Papa Noel y un polo con una leyenda legendaria: “Ahora tengo una ametralladora, ho, ho, ho”.
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McClane es un protagonista atípico para estas películas navideñas donde todo se trata de seres virtuosos que tratan de salvar las fiestas. De hecho, el protagonista tiene un matrimonio quebrado y en posteriores películas descubrimos que no solo tiene problemas con sus hijos, sino la autoridad y con el alcohol. Encima, tiene miedo, todo el tiempo.
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El protagonista de la película pudo ser Arnold Schwarzenegger, cuando el filme se concibió como una secuela de “Commando”. También pudieron ser Sylvester Stallone, Burt Reynolds, Nike Nolte, Robert De Niro, Charles Bronson, Richard Gere, Don Johnson, Tom Berenger, Harrison Ford, Mel Gibson y hasta Richard Dean Anderson (en ese entonces conocido por MacGyver). Felizmente cayó en Bruce Willis, un actor casi sin pasado que pudo crear al tipo duro casi a placer.
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Acá se acabaron los empresarios ambiciosos o los ancianos amargados que odian las fiestas. Alan Rickman apenas había participado en dos películas y no era, ni por asomo, el enigmático Severus Snape que personificaría en Harry Potter. Su personaje en “Duro de Matar” es el de Hans Gruber, un ladrón con una inteligencia superior, capacidad de manipulación y, aún mejor: tiene todo absolutamente calculado.
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Vamos, que el hecho de que sea un filme de acción no quiere decir que el buen John McClane no nos haga sentir algo: trata de salvar a su esposa durante más de dos horas de la película. Y hasta tiene fe, en el momento en que el sargento Powell le dice que es mejor que rece. Y claro, nada como el abrazo al final de la pelíula entre John y Holly.
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Bueno, no hay película alguna que se llame “Die Hard”, pero peores son sus traducciones: en España se llama “La jungla de Cristal”, en Italia se llamó “Trappola di cristallo”, mientras que en Francia, “Piège de cristal” (“Trampa de Cristal” en ambos casos). En Alemania el nombre de la película es Stirb langsam (“Morir lentamente”). El nombre del filme en Serbia y Hungría también es inexplicable: “Muere con Valor” y “Dale valor a tu vida”, respectivamente.
Si bien la quinta entrega de la saga (“Un buen día para morir”), es una mancha en un historial poco impecable, cada una de las secuelas maneja apropiadamente todos los clichés del cine de acción: el bueno, el malo, los motivos. Incluso manejan estructuras similares. Si bien solo la segunda ocurre también en Nochebuena, siempre se puede disfrutar de las continuaciones si es que queda tiempo.
No importa que no tenga nada que ver con Navidad, pero escuchar a John McClane diciendo “Yippie Ki-Yay, motherfucker” no tiene precio. ¿Cómo es eso? La escena donde se dice esta icónica línea va así: McClane y Gruber hablan por walkie talkie. El terrorista le dice al héroe que seguramente es uno de esos americanos que se cree John Wayne y el policía de Nueva York responde que su cowboy favorito es Roy Rogers. Suena el timbre que anuncia que los terroristas llegan a cazarlo y Willis se despide diciendo la frase. Según “urban dictionary”, la primera parte es una expresión de alegría popular entre los vaqueros del siglo XIX en los EE.UU. que Roy Rogers canta en uno de sus filmes. La segunda, nos reservamos el derecho de traducirla.
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