Lo que más le alegró a Marianne Eyde (Tønsberg, Noruega, 1949) del homenaje que recibió en la edición 23 del Festival de cine de Lima PUCP es que tres de sus películas tienen un espacio especial para ser proyectadas. “Siempre es un gran gusto tener un espacio de difusión. Una produce películas para que se vean”, afirma. Llegó al Perú en la década del 70 con un título de Ciencias Políticas bajo el brazo.
Instalada en Lima, eligió estudiar Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima, formando así parte de la primera promoción de esta carrera. Desde entonces trabajó haciendo cortos, medios y largometrajes; primero para otras productoras, y luego para la suya, Kusi Films. De ella dice que, si no la hubiera creado, no habría podido hacer ninguna película. “Una mujer abordando temas de violencia, marginalidad y vida en el campo en el cine peruano de los 80… ¿Quién habría financiado algo así?”, contó.
A continuación, la entrevista que este diario sostuvo con ella tres años antes de su partida.
—¿Recibió alguna crítica por su forma de hacer cine en los 80?
Sí. La más común empezaba con la pregunta: “¿Le pediste permiso a tu marido para estar aquí?”. Yo me había criado de forma muy libre, ¿por qué tendría que pedirle permiso a mi marido? Una cosa es coordinar horarios o compartir proyectos. ¿Pero pedir permiso para desarrollarme profesionalmente? Me parecía de locos.
—El Perú siempre ha sido un país muy machista y hacer cine es una empresa compleja. ¿No pensó en irse?
Yo me quedé aquí porque los proyectos se sucedían uno tras otro. Empecé a trabajar en cortometrajes tras terminar la universidad, luego pasé a medios y luego a largos. Antes de dedicarme a la dirección hice producción y trabajé mucho en la parte técnica. He cargado muchos cables antes y después de ser directora. Fue un buen tiempo para hacer cine en el Perú gracias a la ley que se dio en 1972, que promovía la producción y exhibición de cine nacional. Gran parte de los cineastas de mi generación empezamos a trabajar por esa ley.
—Pero también fue una época de censura.
Es cierto. La gran parte de cortos pasaban por la aprobación del gobierno. El primer corto que hice con Kusi Films se llamó “Después me voy a mi tierra”. Era sobre un grupo de lustrabotas aimaras que jugaban fulbito cerca del Estadio Nacional, y no pasó la junta de supervigilancia. Me llamaron a interrogarme, no creían que yo había hecho esa película. Entonces, nunca pasó. Solo dos cortos en el cine nacional no pasaron la aprobación de la junta. Uno fue el mío y el otro fue “El fotógrafo del parque”, de los hermanos Masías.
—La ley tuvo sus pros y contras.
Sí. Cuando aprobaron mi película “Los ronderos” (1980), una persona de la junta me dijo que la habían aprobado porque no iba a ir nadie a verla. Yo la estrené en Cajamarca, Chiclayo, Lima y otros lugares, y hubo más de medio millón de espectadores.
—Desde el inicio su apuesta fue por un cine social. ¿Tal vez por su formación en ciencias políticas?
Creo que sí. Pasé de cortos costumbristas a cosas más antropológicas y socioeconómicas. Salvo “La carnada” (1999), mis historias siempre han estado más ligadas a las comunidades, a historias de organización, de lo colectivo. Por eso te digo que era raro en ese tiempo ver a una mujer embarcarse en esos temas. No digo que no hubiera mujeres. Siempre hubo y hay mujeres empujando el cine. Por ejemplo, Nora de Izcue, María Ruiz, cuya preocupación por la parte técnica es impecable. También Pilar Roca, como productora... Y ahora hay magníficas profesionales. Muchas de ellas presentan sus trabajos en este festival, como Melina León, con “Canción sin nombre”. Es una película a la que le tengo mucho interés.
—¿Cree que el cine peruano es menos hostil que entonces con las mujeres que participan en él?
Creo que las mujeres también tenemos que tomar nuestro espacio. Antes, cuando iba a festivales, yo veía a los hombres en primera fila salir en la foto y yo me sentaba atrás. Es un asunto de carácter también. Yo soy de hacer mucho, pero no de salir en la foto; pero claro que veo que ambas cosas son importantes. Es importante que salgamos en la foto. El gran lujo de mi vida es haber logrado seguir produciendo, contra viento y marea, y seguir haciendo cosas nos mantiene dentro de la foto, claro. Pero hay que estar presentes cuando esa foto se tome.
— Usted tiene cinco largos, muestra de un trabajo pausado...
Sí, yo soy muy constante, pero me tomo mi tiempo para producir mis películas. Me involucro en todo el proceso. Yo he vivido en las comunidades, a veces he viajado sola, otras con un equipo pequeño. Yo misma he buscado locaciones, y cuando había que quedarse mucho tiempo en las comunidades, me quedaba sola. A veces con mi hija, cuando era chiquita. También es una manera de ahorrar en la producción. Yo agarro cámara, cargo cables, hago todo.
— El cine peruano suele tomarse su tiempo para hacer películas cuando está en búsqueda de fondos o cuando se trata de cine independiente. Parece que las productoras de cine comercial no saben de pausas.
Creo que los realizadores deben tener el tiempo para revisar el guion, para preparar la película. Yo veo ahora que muchos viven apurados. La cosa debe digerirse. Mira, a veces las luchas con la producción son fuertes. Es obvio: las productoras vigilan el negocio y está bien, eso no debemos perderlo de vista al hacer cine; pero también los realizadores tienen que darse su tiempo para revisar el trabajo que van a firmar, aun cuando se trate de un realizador que ha sido contratado por una productora y la película no nazca de él mismo.
—¿Cree que el cine comercial en el Perú deja de lado el hecho de que también es un arte?
No lo sé. En todo caso, hay muchos tipos de cine. Se puede hacer distintos tipos de cine y con distintas intenciones. Mi intención siempre fue hacer un cine más social.
—Usted entró mucho a comunidades en regiones, vio muchos temas necesarios de ver en ese tiempo, ¿cree que ahora el cine está viendo los temas necesarios de ver en este tiempo?
La del 70 fue la generación de las ciencias sociales, ahora estamos en una época de éxito económico y eso tiene un impacto en los temas que se tratan y en la forma en la que se tratan.
—Pero nuestra coyuntura nos deja ver otros temas actuales, como el feminismo o los conflictos sociales. También podemos ver el país que somos desde el cine.
Los temas de violencia terrorista están aún vigentes y eso está bien. En cuanto al feminismo, a la representación de la mujer, todavía nos falta evolucionar. El cine sigue representando a las mujeres en papeles tradicionales, por eso es necesario que haya más realizadoras, más guionistas, que más mujeres participen de diversos espacios en el cine. Ahora es más sencillo que antes apoderarse de espacios que nos hagan visibles. Eso no significa que no haya una estructura muy masculina para muchas cosas, pero depende de nosotras hacernos campo. Si yo no hubiera puesto mi empresa, no hubiera producido ningún largometraje.
—Hablando de su producción, es bastante difícil acceder a ella.
Sí, pero ahora todas mis películas están en la plataforma Cineaparte y también en todos los mercados de Andahuaylas, de Ayacucho y de otras ciudades [ríe]. Mis películas han circulado mucho en provincia, en las comunidades, en la punta del cerro, pero no en ciudades. Sobre eso puedo decir dos cosas: primero, que Cineaparte es una buena plataforma para la difusión, pues son serios, cumplidos y respetan el derecho de autor. Y segundo, que espero que se dé la nueva ley de cine y se arme la videoteca nacional.
—Todos la esperamos. Nuestra historia cinematográfica es poco conocida, incluso para los más interesados.
Ahora sí, pues solo tenemos la filmoteca de la PUCP. Tenemos problemas con la conservación. Cuando hice películas en Noruega, la Biblioteca Nacional de Noruega me pidió no solo copias de la película, sino también documentos, fotos, negativos. También tengo archivos conservados en Francia, pero solo sobre lo que he grabado en Europa. El resto, mi trabajo en Perú, debe quedarse aquí.
—Pero aquí, ¿dónde?
No lo sé. Por eso estoy esperando la creación de la cinemateca para poder depositar las copias de mis películas y los documentos de investigación. Estoy esperando que se promulgue la ley para desocupar mis armarios.
Películas imperdibles de la cineasta
Una joven comerciante se hace amiga y amante de un narcotraficante local y de un escritor y exdrogadicto.
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Tres estudiantes llegan a Ayacucho. Florinda, una joven campesina, se enamora de uno de ellos sin saber que los recién llegados son senderistas.
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La película presenta el accionar de las rondas campesinas de la provincia de Chota, en Cajamarca, durante la década de 1970.
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