Quién hubiera pensado que el polémico ensayo “Raising Kane” (1971) –en el cual Pauline Kael reivindicaba a Herman Mankiewicz como principal artífice del guion de “Ciudadano Kane” (1941)–, se convertiría, tiempo después, en inspiración para otra película. En efecto, “Mank”, de David Fincher, parte de la pista que dejó Kael, para contar la accidentada aventura de Mankiewicz en la escritura del gran filme de Orson Welles.
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Y como toda cinta ambiciosa de Fincher, “Mank” es un acontecimiento. Es verdad, quizá lo sea, sobre todo, para los cinéfilos más duros. Pero no es solo para ellos. No hay aquí nada de esnob –como en muchas películas que revisitan al Hollywood de los pioneros, caso de la insufrible “El artista” (2011)–. Esta es, más bien, una invitación a conocer el mito del Hollywood de los años treinta en toda su monstruosidad y belleza.
De hecho, el estilo del filme no es más que una reinterpretación y homenaje de lo que hicieron Welles y el fotógrafo Gregg Toland para “Ciudadano Kane”: blanco y negro muy contrastado, contraluces intensos, mucha profundidad de campo, y atmósferas casi góticas. El resultado es una extraña ensoñación, donde Hollywood es un inmenso mundo de disfraces y utilería que amenaza con devorar lo que queda de Mank (Gary Oldman).
“El estilo del filme no es más que una reinter-pretación y homenaje de lo que hicieron Welles y el fotógrafo Gregg Toland para ‘Ciudadano Kane’”.
Quizá una primera visión del filme amenace con ser demasiado deslumbrante, formalmente, como para que podamos penetrar en la vida de Mank. No obstante, una segunda mirada abre las puertas a un escritor atormentado que se enfrenta a dos retos: demostrarse que es un artista con talento; y que puede decir la verdad acerca de la decadencia de los hombres más poderosos de EE.UU. Como en otros filmes de Fincher (“Red Social”, “Zodiac”), estamos frente a héroes cuyas vidas están amenazadas por la amoralidad de un entorno tan seductor como ambiguo y, de hecho, controlado por una entidad todopoderosa y evasiva. Aquí, las caras del Mal son muchas, pero todas confluyen en un personaje: William Randolph Hearst (Charles Dance), figura mefistofélica que inspira el guion original que Mank escribe para Welles.
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Casi todo el espacio recorrido por el protagonista es un escenario artificial construido por el poder de Hearst: desde los estudios y áreas de rodaje de la MGM financiados por el magnate, hasta el castillo de San Simeón, recinto de profundidades tétricas en los que las fiestas y reuniones sociales producen un eco desolador, resaltado por el diseño de sonido que imita al de “Ciudadano Kane”. Mankiewicz es el payaso de la corte de Hearst –como le suelen decir, no sin cierta condescendencia–, intelectual de charla hilarante y sabiduría mordaz. Pero también es un alcohólico irredento que, tras su chispeante escepticismo, esconde una moral romántica, una dignidad que le permite identificarse con las víctimas de los todopoderosos: empezando por la ensombrecida actriz Marion Davies (Amanda Seyfried), amante del millonario.
Pero este es también un filme que habla del mundo actual: ahí están las resonancias de las ‘fake news’ como herramientas de manipulación política, tan de moda en épocas de Trump, y que acá tienen un equivalente primitivo con la sucia labor que Hearst y su socio Louis B. Mayer emprenden a través de sus noticieros fílmicos, con el objeto de arruinar la candidatura del izquierdista Upton Sinclair para la gobernación de California. Al parecer, no mucho ha cambiado, y no solo en Hollywood, sino en EE.UU., nos dice Fincher, en este filme fascinante, complejo y personal que, estoy seguro, está destinado a perdurar.
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LA FICHA:
Título original: “Mank”.
Plataforma: Netflix.
Género: drama.
País y año: EE.UU., 2020.
Director: David Fincher.
Actores: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Charles Dance, Lilly Collins.
Nominaciones al Oscar 2021: 10 nominaciones. Entre ellas: Mejor película, Mejor dirección (David Fincher), Mejor actor (Gary Oldman), Mejor actriz de reparto (Amanda Seyfried).