Era domingo, al mediodía. Lindo día y linda hora para ver un partido de fútbol. El estadio Azteca a pleno, cuando su aforo aún no había sido reducido por las remodelaciones: 115.000 personas alentando, una barbaridad. Muchas cosas pasaron en el mundo ese 22 de junio de 1986 –hace exactamente 35 años–, pero hoy lo recordamos por apenas dos instantes.
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Dos momentos condensados en solo cuatro minutos. Ambos frente al mismo arco y contra la misma víctima, el portero inglés Peter Shilton. Su justiciero: el argentino Diego Armando Maradona, en el día en que se consagró como máxima estrella. Un Argentina-Inglaterra que no solo era un duelo por los cuartos de final de la Copa del Mundo, sino la posibilidad de una simbólica revancha por la Guerra de las Malvinas, ocurrida cuatro años antes.
EL MINUTO 51
Pese a toda la expectativa generada, en el primer tiempo del encuentro no ocurrió nada. Fueron 45 minutos sin goles. Pero a poco de reanudado el juego, ocurriría el primero de esos instantes inmortales: Maradona enfila una gambeta por el medio, busca una pared con Valdano, pero un mal despeje de Hodge coloca la pelota en el aire, justo entre Maradona y el arquero Shilton. El argentino, con 20 centímetros menos de estatura, gana en el salto y marca el 1 a 0.
Los jugadores ingleses le reclaman al árbitro tunecino Ali Bin Nasser que el gol fue con la mano. Maradona celebra, pero mira de reojo para ver si se lo anulan. No había VAR que pudiera corregirle la trampa, la obra indebida de “esa especie de Dios sucio, pecador”, como describió Eduardo Galeano al ‘Pelusa’. Aquel gol antirreglamentario consolidaba la mitad de su estatus legendario.
Cuando al final del partido le preguntaron si el gol fue válido, Maradona dijo que lo anotó “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”, tal vez sin saber que dejaba una frase para la posteridad. De ella saldría una película, “Maradona, la mano di Dio” (2007), retrato biográfico del Diego, dirigido por Marco Risi, y con el actor Marco Leonardi (el mismo que hizo de Totó adolescente en “Cinema Paradiso”) interpretando al astro de la albiceleste.
De esa frase también surgió la más emblemática de las canciones dedicadas al habilidoso zurdo: el cuarteto “La Mano de Dios”, que se popularizó en la voz de Rodrigo Bueno, aunque fue escrita por su cuñado Alejandro Romero. “En un potrero forjó una zurda inmortal/ Con experiencia sedienta, ambición de llegar/ De cebollita soñaba jugar un mundial/ Y consagrarse en primera/ Tal vez jugando pudiera/ A su familia ayudar”.
Como para hacer más dramática la historia, habría que mencionar que el ‘Potro’ Rodrigo, quien pudo cantarle en vivo su famosa canción a Maradona, murió en un accidente de tránsito en el año 2000. Tenía 27 años –como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain– y la tragedia le sobrevino en la misma fecha en que se conmemoraba la muerte de Carlos Gardel, otro ídolo argentino. Su voz entonando “Y todo el pueblo cantó ‘Maradó, Maradó’” se ha consolidado como un himno maradoniano.
EL MINUTO 55
Si la Mano de Dios fue un monumento a lo errático y al fraude, lo que haría Maradona cuatro minutos después tenía propósito de enmienda. Recapitular su recorrido de 60 metros –tantas veces descrito como el Gol del Siglo– puede resultar ocioso. Pero sí vale la pena rememorar la narración de Víctor Hugo Morales, desgañitándose por la emoción: “genio, genio, genio, ta ta ta ta, goooooool goooooool, quiero llorar… barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?... Gracias, Dios. Por el fútbol, por Maradona. Por estas lágrimas…”. Un relato que confirma la debilidad argentina por la hipérbole y que acuñó un nuevo apodo para el Diego con aquello de “barrilete cósmico” (Morales ha explicado que lo comparaba con un cometa).
Menos estridencia, aunque tremendo ingenio es el que aplicó el caricaturista británico David Squires, quien retrató a la perfección la épica de Maradona frente a toda Inglaterra: en su viñeta, el 10 argentino supera a Winston Churchill, Enrique VIII, Shakespeare, David Bowie, los Beatles e Isabel II, quienes tratan de robarle el balón pero se conforman con mirarle el dorsal.
Y divertida y emocionante también es la prosa del argentino Eduardo Sacheri, que le rinde homenaje a Maradona con el cuento “Me van a tener que disculpar”, pero es más específico aún en su relato “22 de junio de 1986”, donde narra el dilema de un muchacho que debe acudir a conocer a la familia de su novia el día del Argentina-Inglaterra. En medio del asado, el protagonista tratará de no perder la cordura frente a los más bien sofisticados y flemáticos anfitriones. Los goles del 10, lógicamente, le hacen la tarea difícil. Cómo no emocionarse incluso 35 años después.
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