El muchacho que iba a ser dios apareció por las escalinatas del TRISTAR con una señal que lo distinguía, más que de futbolista promesa, como niño genio: una casaca que decía Harvard University. Ya para esa madrugada, miércoles 4 de julio de 1979, a Diego Armando Maradona le pasaba la vida con esa velocidad de tráiler de las películas, como si hubiese estado pauteada por las alucinaciones de algún director. Había salido de la villa miseria en Fiorito, de la calle Azamor, a una casa con cuatro habitaciones solo diez minutos caminando de la cancha de Argentinos Juniors. El barrio no podía tener mejor nombre para su nuevo hijo: La Paternal. Barcelona de España se enteró de él por los cables de UPI y puso la primera oferta: mil millones de pesetas por su pase. Tenía solo 15 años de hijo pero ya mantenía a toda su familia, lo que uno hace, digamos, cuando se tienen 45. Jugaba como deslizándose, en patines; celebraba los goles como si cada puño levantado iniciara una revolución y en sus ambiciosas declaraciones no se escondía un crack promedio, sino que hablaba adivinando, como profetizando que iba a ser leyenda.
Ese era Maradona en los días previos a las Fiestas Patrias en Lima. Un mes antes de salir campeón mundial juvenil en Tokio, su primer podio intercontinental. A ese muchacho, imán de taquilla y termómetro de 1.64cm, la Federación Peruana de Fútbol contrató para jugar en Lima ante la preselección peruana que dirigía hacía unas semanas el profesor José Chiarella (+). Al argentino y todo Argentinos, claro: el equipo de La Paternal cobró 30 mil dólares de la época, según una nota del diario El País de España. Unos 110 mil al cambio de hoy. Según quiera verse, o muy poca plata o la extravagancia propia de un fútbol mundialista que ese 1979 era el vigente campeón de América y podía darse esos lujos.
Con su casaca de Harvard University, y la tenue garúa que humedece todo lo que toca en el otoño limeño, Maradona se llevó hacia un lado la nube de fotógrafos y reporteros que lo esperaban y les contestó algunas preguntas, con diplomacia. La razón de su hermetismo era natural, no una pose. Aunque soñaba en grande todo el día, a esa hora de la madrugada, Maradona tenía sueño. Un pedido de sus hermanos no lo había dejado dormir en el avión.
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¿Por qué Maradona había elegido a Lima como una parada de la gira que Argentinos Juniors empezaba por toda América? Primero, una necesidad del club por dinero: Pelusa ganaba 80 mil pesos mensuales, unos 900 dólares al 2021, según el contrato 639 registrado en AFA por Argentinos, el 24 de mayo de 1977. Eran los primeros números de un joven futbolista que estaba condenado a ser millonario. El documento decía también que Maradona ganaba cien pesos por punto ganado y otros cien más por amistoso. La institución que luego sería llamaba Semillero del Mundo —por haber criado a cracks del tamaño de Maradona, pero también hombres como Juan Román Riquelme, pasando por Fernando Redondo o Juan Pablo Sorín— necesitaba liquidez, y Maradona era oro de 24 kilates, pero faltaba para equilibrar la balanza para que pudiera seguir jugando en su país: lo primero fue hacer una gira nacional y también negociar una sponsoría. Entonces, Austral Líneas Aéreas, la segunda aerolínea más importante de la Argentina, apostó por la magia del 10 y firmó un contrato exorbitante para la época. “Guillermo Suárez Mason, uno de los hombres fuertes de la dictadura e hincha fanático del Bicho (...) fue el que logró que Austral pusiera publicidad en el club y en la camiseta de AJ para poder pagarle a Diego, que a los 18 años ya lo querían los mejores clubes del mundo. El contrato fue de 300 mil dólares por un año”, dice el periodista y escritor argentino Leandro Zanoni (Vivir en los Medios, 2006). El logo iría en el pecho de la camiseta, casi como una segunda insignia. En marzo último, a través de su cuenta de Twitter, publicó varios recortes periodísticos donde se entiende mejor los primeros años de la locura maradoniana: un diario dice, por ejemplo, que Pelusa era “Patrimonio Nacional”. La revista Gente lo pone en tapa con una leyenda “Maradona y los 6 millones de dólares” y otra, Somos, es más futurista: “Maradona, sociedad anónima”. Era muy difícil pagar lo que ganaba Diego pero sobre todo, no volverse loco con las ofertas que aparecían para llevárselo.
Mientras tanto, Diego Armando Maradona solo tenía 18 años y aún lo conmovían los juguetitos. El día que firmó el contrato de los 300 mil dólares con Austral, revalorizada la camiseta de Argentinos Juniors, lo que a Pelusa le arrancó una sonrisa fue el avioncito que le regaló el dueño. Como niño con caramelo.
Esa chompa, con el número 10 de Maradona y el nuevo logo, iría a parar a las diez de la noche de ese 4 de julio de 1979 al ropero de uno de los futbolistas peruanos más brillantes de todos los tiempos.
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EL PRIMER CONTRATO DE MARADONA, EN 1978
La presencia de Maradona en Lima también respondía a una gestión deportiva: la preselección peruana afrontaba un proceso de cambio —ya no dirigía el Oso Marcos Calderón—, probaba nuevos futbolistas —Jota Jota Oré, el Pato Cabanillas, Juan Caballero— y debía jugar la Copa América de ese año con el status de último campeón. La primera apuesta fue la elección de José Chiarella (1929-2009), un técnico peruano con estudios en Brasil, ex asesor de Roberto Scarone, y experiencia en clubes como Defensor Lima, Sporting Cristal, FBC Melgar, Carlos A. Manucci y Portuguesa Fútbol Club. Mario Fernández, periodista de El Comercio en esos años, así lo recuerda: “Fue un buen entrenador, frontal. Era muy serio: el año 66 hizo su mejor campaña profesional con el Sport Boys. Tenía un genio fuerte, en el periodismo tuvo muchos roces con Pocho Rospigliosi. Ida y vuelta. Para la época, era un entrenador estudioso”. Quizá esto último lo empujó hacia la autosuficiencia: para los duelos iniciales contra Chile por la Copa América, decidió no llamar al Nene Cubillas (en Strickers de EE.UU.) ni al Cholo Sotil (DIM de Colombia). Tampoco alinear a Percy Rojas o Juan Carlos Oblitas. Los resultados alimentaron la crítica: Perú cayó 2-1 en el Estadio Nacional de Lima y empató 0-0 en Santiago. El campeón estaba eliminado en semifinales. Lo peor que le dijeron es impublicable hoy.
Pero la historia dirá que José Chiarella Espíritu, el hombre que alguna vez citó chamanes para liberar a Defensor Lima de los malos resultados en el Descentralizado 1993, fue el primer técnico peruano en enfrentar a Diego Armando Maradona.
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El martes 3 de julio de 1979, la página de deportes de El Comercio abrió con un titular sobrio, a cinco columnas: “Maradona y su equipo arribarán hoy a Lima”. Es la primera aparición del apellido argentino más universal en el medio peruano. Dentro, como si fuera una mala pirámide invertida, los dos últimos párrafos de la nota en la página 28 hacían referencia a lo que se subtituló como Gran Atracción. “Sin duda que, —escribió el reportero del Decano— aparte de lo que significa ver en acción nuevamente al preseleccionado, existe una gran atracción en los aficionados limeños por la presencia de Diego Maradona. Constituido en el crack del momento, no solamente en el plano de su país sino a nivel internacional, Maradona se presentará por primera vez en Lima”.
Los 22 jugadores peruanos concentrados para este duelo por el profesor Chiarella hojearon el diario en el hotel y más de uno coincidía. Aunque en realidad solo uno iba a poder hablarle de tú a Diego. Se iban a tomar fotos que hoy son póster, rarezas buscadas en Mercado Libre. Y era un poeta.
LA CRÓNICA DE EL COMERCIO:
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Sobre el partido, algunas aclaraciones. Según La Crónica y El Comercio, este 2-2 ante Argentinos Juniors sirvió, también, para despedir a César Cueto del fútbol peruano, pues acababa de firmar un ventajoso contrato con el Atlético Nacional de Medellín de Colombia. “Una de las mayores ovaciones de los últimos tiempos se llevó anoche César Cueto —escribió El Comercio el 5 de julio— al abandonar el campo de juego para ser suplido por Caballero”. Cueto ya era mundialista, bicampeón con Alianza y, claramente, el representante peruano de eso que llamamos nuestra identidad, entonces ya reconocida en el continente. Los reportes de la época no son precisos sobre el día pero sí anuncian el próximo e inminente viaje post partido del Poeta de la Zurda, y así sumarse al poderoso club donde ya hacía goles el Tanque Guillermo La Rosa. La revista Caretas lo explicó desde la ironía: “Maradona llevó la gente al estadio, pero Cueto hizo el espectáculo”.
La izquierda se unió esa noche. Pero el peruano Cueto no fue el único zurdo que hizo noticia en el Nacional, ante 14.337 espectadores pagantes en el Nacional. Mi padre quiso ser el 14.338 pero debía ahorrar: mamá y yo estábamos embarazados de cinco meses.
El primer flash del encuentro —que terminó 2-2— fue para Pelusa. A los 39 minutos del primer tiempo, Maradona aprovechó un error de Héctor Chumpitaz —permítanme la licencia— y de “recio disparo de zurda”, según describe el cronista de El Comercio Guillermo Alcántara, venció a Darío Chacal Herrera. Empató Leguía a los 5 del complemento, luego adelantó Moreno para el Bicho y a los 61 minutos, un autogol de Minutti cerró el marcador. Unos oles finales, señores en Occidente escuchando a Pocho en radio Ovación, y el aroma de los anticuchos que humeaban desde Paseo de la República , terminaron el encuentro que entonces todavía no era histórico.
Lo más curioso de este partido, el primero de Maradona en Lima, fue precisamente lo que ocurrió cuando se terminó. Diego, que con los años iba a inspirar películas, documentales y series por streaming de las que hablarían desde Hong Kong hasta Buenos Aires, buscó con paciencia a César Cueto, sentado en el banco de suplentes y con el pitazo final del árbitro Sergio Leiblinger, se le acercó para cumplir el sueño de uno de sus hermanos, no se sabe si Hugo o Lalo, que le habían pedido un deseo antes de salir de La Paternal, con su buzo Puma y su casaca Harvard University.
El mismo Maradona se lo contó a La Crónica, que publicó la nota el 5 de julio. “Es la camiseta de Cueto. Es un gran jugador y yo lo admiro. Me la llevo a Buenos Aires porque mi hermano me la pidió como regalo. Cuando juego con ellos uno dice que es Cubillas y el otro Cueto”. Aquella camiseta, un inédito modelo adidas manga larga que, a diferencia del cuello marinero que usó la selección en Argentina 78, tenía el cuello redondo de color rojo, es hoy una rareza entre coleccionistas. “Se puede encontrar en el mercado internacional, pero su precio no baja de 1.000 dólares”, me explica un coleccionista maradoniano que prefiere guardar su nombre en reserva. Básicamente, porque acaba de repatriar uno de esos modelos desde Argentina. Curiosidad: viajó de regreso en el chárter de la selección, tras la fecha triple de Eliminatorias de octubre.
“Cuando juego con ellos uno dice que es Cubillas y el otro Cueto”, fue lo último que dijo Diego la primera vez que pisó Lima. Un extraterrestre en la Vía Expresa. Poesía surrealista antes de Sueño Bendito, de Amazon Prime. Los Maradona jugaban a ser peruanos, alguna vez.
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