Nada como una guerra para activar el imaginario de los escritores, evento que concentra todas las emociones. ¿Ejemplos? Varios: el día más sangriento en la historia bélica de la humanidad, la batalla de Borodino (1812) generó “La guerra y la paz”, obra cumbre de Tolstoi que comenzó a publicarse recién en 1865 y por capítulos en el periódico Ruskii Viestnik. “Angels and killers”, de Michael Shaara, una representación ficticia de la batalla de Gettysburg en la guerra de secesión en EE.UU. (1863), se publicará 120 años después. “Catch 22” de Joseph Heller fue escrita en 1961, a quince años del fin de la Segunda Guerra Mundial. El bombardeo a Dresde (1945) inspiró, luego de 25 años, “Matadero 5” de Kurt Vonnegut (1969).
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Quizás la novela más cercana en el tiempo sea “Por quién doblan las campanas” de Ernest Hemingway (1940) dedicada a la Guerra Civil española que culminó en 1939. Pero esa no es la norma. Porque si existe un tema crucial en la literatura es el tiempo de maduración. Entonces, ¿cuál es el tiempo de la novela de guerra? Según la base de datos de Bowker, que le hace seguimiento a los libros impresos y electrónicos publicados y distribuidos en Estados Unidos, hasta el 2011 se habían escrito 164 obras sobre el 11 de setiembre. Digamos, entonces, que su primera característica es la inmediatez. La segunda debería ser investigada en el lugar de los hechos; es decir, entre las páginas de esos mismos libros.
Partes de guerra
Las primeras novelas de ficción sobre el 11-S aparecieron tres años después del atentado y fueron, curiosamente, francesas: he ahí ese relato juvenil que refiere las peripecias de un grupo de adolescentes en el momento de la destrucción, el recuerdo fresco y casi festivo cuando los materiales de las Torres Gemelas —vigas de acero, cristales, bloques de cemento y tornillos— son sometidos al fuego incandescente para establecer un ‘diálogo’ rico en especulaciones antes de precipitarse en el derrumbe absoluto: eso es “11-S” de Jean-Jacques Greif (2004). Un año después, su compatriota Frédéric Beigbeder publicará “Windows on the World” (2005).
Conocido por su best-seller “13,99€”, novela que trabaja sobre el mundo de la publicidad, Beigbeder se pone en el lugar de quienes desayunaban en el conocido restaurante del piso 107 de la torre norte en el momento del atentado. Como hilo conductor emplea a un agente inmobiliario divorciado, su alter ego, para retratarse bebiendo un café en el piso 56 de la torre Montparnasse, en París. Pese a su abordaje lúdico, la novela no deja de ser prolífica en detalles denoscriptivos de la destrucción de las llamadas ‘Twin Towers’, incluida la perspectiva de quienes las ocupaban. Intenta ser irreverente y corrosivo sin reivindicar víctimas ni victimarios.
Salman Rushdie, cómo no, también se embarca en el asunto a través de la vida de un joven islámico que se convierte en terrorista para vengar el adulterio de su esposa y explorar la naturaleza del terrorismo islámico (“Shalimarthe Clown”, 2005). El inglés Ian McEwan entra en el asunto por una puerta lateral, el día de la manifestación en Londres contra la guerra de Irak, 15 de febrero del 2003, cuando un neurocirujano despierta de madrugada y cree ver en el cielo un avión envuelto en llamas. Los sucesos familiares son de tal intrascendencia que la crítica a su “Saturday” (2005) fue francamente demoledora.
Jonathan Safran Foer, más bien, instrumentalizó a Oskar, un niño de 9 años que encuentra un extraño objeto en el armario de su progenitor, que murió en el atentado a las Torres Gemelas. Entonces emprende una búsqueda por Nueva York —por Internet— para explicarse el mundo que le ha tocado vivir hasta crear un foliscopio con 15 imágenes borrosas puestas en el orden inverso de un hombre cayendo del World Trade Center. Así, al pasar las páginas rápidamente, la figura se anima y en vez de caer vuela hacia los pisos de arriba del edificio y termina sano y salvo (“Extremely Loud and Incredibly Close”, 2005). Jay Mclnerney empleará una metáfora menos celebrada para explicar el antes, durante y después de los atentados (“The Good Life”, 2006) en una secuela de su anterior novela “Brightness Falls”, que transcurre el mismo día.
Como “The Emperor’s Children” (2006), novela en la que Claire Messud explora la vida de los jóvenes neoyorquinos del nuevo siglo, muchachos que buscan un sitio en la Gran Manzana cuando todo en la ciudad se quiebra esa fatídica mañana de setiembre. Ken Kalfus intentará una analogía entre lo que ocurre en un microcosmos y lo que significa para toda una sociedad: las luchas de una familia como signo de la desintegración de un país. Será tarea del lector encontrar una relación directa entre el divorcio de una pareja y la correspondencia entre Estados Unidos y el mundo (“Un désordre américain”, 2006).
Un año después, el escritor egipcio Alaa El Aswany imagina a estudiantes y profesores egipcios del departamento de Historia de la Universidad de Illinois afrontando el exilio de diversas formas en un entorno tan amistoso como hostil (“Chicago”, 2007). Otro inmigrante, Mohsin Hamid, narrará mejor la tragedia de Changez, joven pakistaní que cuenta cómo su exitosa vida en Nueva York se viene abajo junto con las torres en medio de una atmósfera de desconfianza y resentimiento que ya estaba latente antes de los ataques (“The reluciant fundamentalist”, 2007).
Crema de estrellas
Como no podía ser de otra manera, las estrellas del parnaso literario en lengua inglesa también se pronunciaron: por enésima vez el celebrado Philip Roth puso como protagonista a su eterno alter-ego Nathan Zuckerman, que vive en New England con incontinencias prostáticas. Su gran obsesión es la identidad y la reinvención. “No, nuestra historia no es una piel que cambiamos: es algo ineludible, es nuestro cuerpo y nuestra sangre. La seguimos bombeando hasta la muerte, esa historia que corre por nuestras venas con los temas de nuestra vida, la historia eternamente recurrente que es al mismo tiempo nuestro invento y la manera de inventarnos”. Al final, su preocupación es por la novela y la desaparición de los buenos lectores (“Sale el espectro”, 2007).
Más directo será Don DeLillo en “Falling Man” (2007): un hombre sobrevive a los atentados del 11 de setiembre. Herido y con la ropa llena de polvo, llega sin saber por qué hasta la casa de su esposa, de quien estaba separado hacía buen tiempo. En la primera página hay dos imágenes memorables: una es la de los papeles de oficina ‘con sus bordes cortantes’ que pasan suspendidos en la marea de humo y ceniza; en la otra, el personaje tiene ‘trozos de vidrio en el pelo y en la cara, cápsulas marmóreas de luz y sangre’. Habla de lo básico que es encontrar objetivos en la vida. Y de lo terrible que es ver que la búsqueda de esos mismos objetivos puede conducir a estrellar un avión contra un edificio. Pero lo más terrible es constatar cómo un libro magnífico termina siendo de autoayuda.
John Updike se mete en la piel del terrorista Ahmad: hijo de un egipcio y una irlandesa-americana, abandonado poco antes de nacer por el padre, cuyo paradero se desconoce, vive en la humilde New Prospect, New Jersey, con su madre enfermera, hippie y sexualmente liberal a la que no soporta. Por eso abraza el credo musulmán en una pequeña mezquita regentada por un islamista radical, quien le inyecta una fe basada en el odio, la exploración de la violencia como salida a la frustración colectiva y a la sacralización de la pureza. El tour de force termina, obviamente, implicándolo con las luchas yihadistas y la tentación del gran atentado (“Terrorist”, 2007).
“Nuestro mejor destino como cohabitantes planetarios es el desarrollo de lo que ha sido llamado conciencia de especie, algo por encima y más allá de nacionalismos, bloques, religiones, etnias. A lo largo de esta semana de incrédula desgracia he intentado aplicar este tipo de conciencia y de sensibilidad. Pensando en las víctimas, los perpetradores y el futuro cercano he sentido el dolor de la especie, la vergüenza de la especie, y el miedo de la especie”, dice Martín Amis en su polémica colección de artículos de prensa, escritos para The Guardian y The Times, que no deberían leerse como un tratado de geopolítica: es el esfuerzo honesto del más brillante escritor de su generación por descifrar y entender la complejidad del mundo después de la tragedia (“Second Plane”, 2008).
Ese mismo año, un holandés que vive en Nueva York después del 11-S juega al criquet y se conecta con la clase marginada inmigrante que intenta ganarse la vida en Nueva York tras los atentados (Joseph O’Neill, “Netherland”, 2008). Al año siguiente salió una novela coral cuyas historias se inician el 7 de agosto de 1974 cuando el equilibrista francés Philippe Petit caminó sobre un cable tendido entre las Torres Gemelas del World Trade Center frente a miles de espectadores. La historia remezcla la vida de diez personajes —una prostituta del Bronx, una millonaria de Park Avenue, un soldado muerto en Vietnam, un sacerdote irlandés, un hacker, etc.—hasta configurar “Let the Great World Spin”, novela escrita por Colum McCann el 2009.
Ese mismo año, Paul Auster publica “Man in the dark”: Un hombre que ha sufrido un accidente de coche se recupera en casa de su hija, en Vermont. Como no puede dormir inventa historias en la oscuridad. En una de ellas, un joven mago despierta en el fondo de un foso de paredes muy lisas que no puede escalar. No sabe dónde está ni cómo ha llegado hasta allí, pero oye el ruido de una batalla. Hasta que aparece un sargento que le ayuda a salir del pozo. América está inmersa en una oscura guerra civil. Los atentados del 11S no han tenido lugar y tampoco la guerra de Irak. Él no entiende nada, pero tiene que salir a matar a un hombre que no puede dormir y que, como un dios, inventa en la noche esa guerra que no acabará nunca si él no muere. Así, de esa manera lateral, Auster nos cuenta una feroz y veraz fábula de nuestros días.
Jonathan Franzen empleará seiscientas páginas en esa compleja exploración de un puñado de vidas íntimas cuyo problema es el eterno conflicto entre lo que quieren y lo que se espera de ellas. Es la historia de la familia Berglund, el auge y la caída del matrimonio. El dinero, los deportes, el sexo, las drogas y el postpunk en una especie de ‘zeitgeist’ post 11 de setiembre (“Freedom”, 2010). En paralelo, Thomas Lehr crea una historia entre la hija de un académico alemán-estadounidense que pierde a su hija en uno de los aviones y un amigo suyo que también pierde a su hija en un ataque terrorista en Bagdad. Las dos hijas tienen una conexión misteriosa: cómo la niña occidental conjuró con su una hermana imaginaria, una princesa árabe. He ahí el oriente exótico y todos sus clichés como cebo para el lector, que finalmente se enterará de la existencia de chiítas y sunitas. (“September fata morgana”, 2010).
En esa misma onda, la reportera Amy Waldman imagina al jurado a cargo de escoger un monumento conmemorativo para Zona Cero eligiendo el diseño de un arquitecto musulmán (“The Submission”, 2011). También está la historia del del qatarí musulmán que trabaja en el sector finanzas de la planta 88 del World Trade Center y se hace rico con un programa informático macabro: cuantos más atentados se cometan en Oriente Próximo, más ganancias se obtienen gracias a los precios del petróleo (Teddy Wayne, “Kapitoil”, 2010). Y también está la historia del siquiatra que camina desorientado por las calles de Manhattan, el coronel Tassin, personaje real que vivió en el siglo XIX famoso por llevar la cuenta de los pájaros que se estrellaban contra la Estatua de la Libertad, unos 1.400 por noche. La analogía sirve de recordatorio de otras muertes por colisión, también en Nueva York, dos siglos más tarde (Teju Cole, “Open City”, 2011).
“Extraordinariamente, la mejor novela sobre la tragedia de las Torres Gemelas la ha escrito un peruano, poeta, periodista y viajero, cuya novela, performance, espectáculo y proeza formal se origina en la acampada del autor en la Zona Cero durante varias etapas de su escritura hasta convertir las ruinas en un taller de escritura y ha hecho de su libro un peregrinaje literario que lo ha convertido en el producto de su propia novela, la que ha seguido transformando en el internet, el videoarte, la lectura high-tech; y, al final, en un acto de fe literaria sólo paralelo al de Joyce en el ‘Work in progress’, al de Julián Ríos en ‘Larva’, a la novela desvelada de Perec”, escribió el crítico Julio Ortega el 2009. Es decir, algo que la velocidad de los jóvenes escritores contemporáneos superará con creces.
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