Las argollas las hemos presenciado o padecido todos. Incluso quizá pertenecemos a alguna. Están dentro de un grupo político y en una pequeña oficina; se cierran dentro de la comunidad artística o literaria, o a la manera de un grupo de futbolistas “argolleros”. Y toman también diferentes formas: mediante la vara, el contacto, la elección a dedo, el amiguismo, los padrinos, el nepotismo, la criollada.
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Básicamente, se podría definir a la argolla como un concurso de personas de naturaleza excluyente, con miras a manejar algún tipo de poder. Sin embargo, vista bien de cerca y con detenimiento, es un concepto mucho más complejo, como lo demuestra el libro “La argolla peruana”, del antropólogo César R. Nureña, quien se dedicó a investigar este fenómeno como parte de su tesis de doctorado.
Publicado ahora por el sello Crítica, de la editorial Planeta, “La argolla peruana” es un completo estudio sobre condición social. Una que se remonta la etapa colonial, luego a los aristócratas y terratenientes del Partido Civil, liderado por Manuel Pardo y Lavalle, e incluso alcanza a los ‘hermanitos’ o jueces corruptos desenmascarados por los CNM audios. Una genealogía larga y que parece aún lejos de extinguirse.
¿La argolla peruana tiene particularidades diferentes a las de otros lugares? ¿O es el mismo fenómeno en todo país o idioma?
Tiene similitudes porque se trata de un discurso que, si bien tiene toda una historia previa, viene desde España, en la época de la Reconquista y luego la Colonia, y es compartida por el Perú y varios países latinoamericanos, en torno a la idea del abuso de poder, las relaciones, los favorecimientos, y grupos sociales como camarillas o redes. Sin embargo, lo que yo veo encuentro en mi investigación es que en el Perú la idea de la argolla parece tener mucho más presencia, estar más desarrollada. He revisado el concepto en otros países, pero no lo he visto con la magnitud y la complejidad que encuentro aquí.
Dices incluso que la argolla tiene un “ropaje peruano”. ¿En qué consiste ese ropaje?
Los aspectos más peruanos de la argolla tienen que ver justamente con ese lenguaje colonial que usamos para referirnos a ella: cuando hablamos de la collera o el tarjetazo. Esa es la manera en que mucha gente la entiende acá en el Perú, usando conceptos de uso común, que están culturalmente contextualizados. Le damos otras connotaciones y equivalencias de términos, aunque son prácticas en realidad universales. Entonces la diferencia que yo encuentro es que en el Perú existe un campo mucho más abierto para que se desplieguen todas estas prácticas, por cuestiones como la debilidad de los sistemas estatales o de los aparatos administrativos de control de normas. Ante esa debilidad, estas prácticas aparecen mucho más difundidas, y eso propicia que la gente hable mucho más de las argollas. En resumen: por un lado, la argolla es peruana porque los peruanos nos referimos mucho más a ella que otras sociedades; pero por otro lado, no es tan distinta a lo que puede ocurrir incluso en sociedades desarrolladas.
Pero permanece esa idea de que el peruano es argollero casi por naturaleza, ¿no?
Sí, es la impresión que muchos nos podemos llevar. Y definitivamente hay ciertos aspectos culturales. Uno de los argumentos del libro es que estas prácticas tan difundidas, como el recurrir a los amigos o buscar favorecimientos personalizados, aparecen más como adaptaciones sociales que los peruanos necesitan ensayar porque nuestro mundo social es así. No hay muchas alternativas. Muchos peruanos realmente quieren comportarse bien, hacer las cosas según las reglas, pero estamos en un entorno donde no tenemos muchas posibilidades. Al no tener una autoridad central que haga cumplir las normas, individualmente cada peruano se mete en conflictos porque choca con muchos otros intereses. Es una guerra de todos contra todos, y hay que ensayar prácticas defensivas.
Unirse a la argolla para sobrevivir…
Sí, en muchos casos la argolla aparece como una estrategia de supervivencia, especialmente cuando la encontramos en sectores medios y bajos de la sociedad. En esos espacios, la argolla es también una búsqueda de ascenso social, o de resolución de problema cotidianos. Por ejemplo, para encontrar atención médica. Allí literalmente es de supervivencia. Cosa diferente a si la comparamos con otros niveles de la sociedad, como el de las élites, donde la argolla aparece con otras funciones: como una forma de reproducción del poder y de la dominación. Por eso la argolla tiene varios aspectos, dependiendo desde donde uno la mire.
En ese último aspecto, el del poder y la dominación, la argolla muestra su anclaje colonial, ¿verdad?
Así es. Existe toda una carga de sentidos y significados que los peruanos le atribuimos al concepto de la argolla y, como bien lo mencionas, provienen de toda la experiencia colonial del abuso de poder, y también de la observación de redes de gentes privilegiadas que aprovechan su posición para cometer arbitrariedades contra personas más vulnerables. Todo esto ha cargado tantos sentidos y significados que han terminado siendo codificados en la cultura en muchos símbolos; pero el de la argolla es especialmente particular y está densamente cargado de significados. En el libro se muestra cómo a lo largo de la historia se han ido transformando esas experiencias y esos sentidos, y han proliferado de tal manera que hoy en día el lenguaje de la argolla se utiliza para muchas más cosas y de maneras mucho más compleja que como se entendía en la Colonia o en las etapas tempranas de la República.
En general, ¿cómo es la vinculación de la idea de la argolla con otros problemas como el clasismo, el racismo, o la discriminación de género?
Yo encuentro que todo está muy imbricado, relacionado de diversas formas. Como cada peruano entiende el concepto de argolla a su manera, a veces puede entenderse de forma muy precisa, como una gollería o un tipo de relación social que a veces es igualitaria y otras veces más jerarquizada. Bajo ese panorama, hay argollas jerarquizadas que involucran formas de segregación y discriminación. Sin embargo, diría también que sobrepasa esos criterios discriminadores porque en el mundo de la argolla lo que importa más es si estás dentro o estás fuera. Si eres parte de mi grupo o no. Y eso de estar fuera trasciende cualquier visión de clase social o de género. ¿Por qué? Porque dentro de la argolla más jerarquizada se pueden articular grupos sociales distintos. Por ejemplo, gente de la élite puede encabezar una argolla, pero en niveles inferiores puede integrar a gente de otros orígenes, siempre y cuando paguen su derecho de piso. En ese sentido es una forma de dominación. El derecho de piso aparece como una forma de mostrar lealtad a alguien que a uno lo favoreció con la inclusión. Y así se articulan diversos estatus sociales.
Llegas a afirmar también que la argolla es un problema político más que cultural. ¿Por qué?
Esa es una de las propuestas de la investigación. Lo que he encontrado es que la práctica de la argolla es algo común y que cabe esperar en cualquier tipo de sociedad que tiene un Estado muy débil. Por eso aparecen más como adaptaciones sociales de las personas a un mundo donde no existen mecanismos que hagan cumplir las reglas. En esa línea es que afirmo que son más un problema político. Si lo entendemos de ese modo, podríamos dejar de decir que es un problema de la mentalidad de la gente, o culpa de la irracionalidad de las personas. Porque en realidad es muy racional que la gente recurra a sus redes de amigos en un lugar donde no tienes servicios sociales adecuados.
Otra cosa curiosa: señalas que las argollas suelen asociarse principalmente a la política y al fútbol. ¿Hay alguna relación en eso? ¿Algún denominador común?
Lo que quería decir es que los discursos sociales, especialmente los discursos mediáticos y los discursos cotidianos en la familia y entre amigos, suelen mencionar muy frecuentemente a las argollas en relación con escándalos políticos y con cosas que ocurren en el fútbol. Cuando uno ve las noticias con la familia reunida y aparece que un político contrató a su pariente, no falta quien diga “ah, la argolla”. Y si en ese grupo hay un muchacho y no sabe del tema, allí comienza a captar el sentido, no necesita preguntar qué es la argolla. Lo mismo pasa en el fútbol, donde se despliega un amplísimo lenguaje sobre la argolla para hablar injusticias: que excluyeron a un jugador o le hicieron la camita a tal técnico. Si un comentario así surge cuando un grupo está viendo un partido de la selección, los jóvenes van captando la idea. Y luego cuando ese joven va a buscar trabajo, vuelve a encontrarse con gente que habla de la argolla y de esa manera su concepto se va haciendo más y más denso. Su cabeza se va llenando de toda una teoría social sobre la argolla, para explicar el poder y la dominación a su manera, de entre tantas experiencias de abuso que ha atestiguado o sufrido en carne propia.
En el libro usas la figura del Aleph de Borges para decir que la argolla también nos devuelve una imagen de nuestra propia cara. ¿Qué tanto crees que la crítica a la argolla esconde la molestia de no pertenecer a ella?
Es curioso eso, sí. Y ahora que lo mencionas, hace unos días pensaba que debí haber incluido en el libro una frase que Martha Hildebrandt pone en uno de sus textos sobre peruanismos. Si no recuerdo mal, ella dice: “El sueño de todo peruano es el sueño de la argolla propia”. No es una frase acuñada por ella, sino que la recogió, pero no hay una fuente precisa. Y efectivamente, aunque no es una cosa que se verbaliza, es posible encontrar esta idea en muchos peruanos. Lo que ocurre es que, una vez que tienen acceso a una posición de poder, su manera de obtener reconocimiento es hacer favores a otros. Y esos favores implican deudas de lealtad. Esa es la manera en que muchos peruanos ascienden socialmente, a través de apoyos en sus redes. Bajo esa figura, la frase de Hildebrandt tiene lógica. Pero igual yo le pondría algunos reparos. Porque así como existe eso, actualmente el discurso de la argolla también expresa una autocrítica social. Que haya tanta gente quejándose por las argollas significa que mucha gente se da cuenta de que sus prácticas son contradictorias con una lógica democrática de igualdad, de justicia, de ciudadanía. Entonces en una de sus vertientes también es un reclamo por un orden más justo, una sociedad más ordenada.
“La argolla peruana”
Autor: César R. Nureña
Editorial: Crítica
Páginas: 334
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