Decía Jean-Jacques Rousseau que la inocencia perdida no se recuperaba jamás. En el mundo moderno, las campañas electorales han sido las encargadas de forjar nuestro irreversible desengaño, quizá uno de los requisitos para un realista ejercicio de la ciudadanía. Cierto: lo esperable en época de elecciones es que el sesgo intencional, la mentira desfachatada y el ataque ad hominem sean los puntos cardinales por los que se guían las palabras y los actos. Pero agregarle a eso una nómina de candidatos en que la mayoría está más cerca de George Weah e Imelda Marcos que de un estadista mínimamente presentable, justifica la apatía y la desesperanza entre las que se balancean los peruanos.
LEE TAMBIÉN: “Su seguro servidor”: nuestra crítica al libro de Cristhian Briceño
Si miramos hacia atrás intentando encontrar una respuesta para nuestro destino (que quizá merezcamos, pero no queremos), nos toparemos con un encantador librito que se remonta al año 64 a.c. “Breviario de campaña electoral” es el título editorial impuesto al “Commentariolum petitionis”, opúsculo que Marco Tulio Cicerón recibió de su hermano menor Quinto Tulio cuando presentó su candidatura a cónsul de Roma. Este texto contenía algunos consejos sobre cómo convencer a los electores mediante una demagogia sin medias tintas y manchar de oprobio a los rivales escondiendo la mano con elegante estilo.
Como sabemos, Cicerón obtuvo el cargo anhelado, por lo que podemos inferir el acierto de las recomendaciones del hábil Quinto. Estas gozan de la eficacia de lo atemporal: “Todo el esfuerzo durante la campaña debe dirigirse a mostrar que eres la esperanza del Estado, pero evitando al máximo hablar de política”, puede traducirse en el contemporáneo “las ideologías no sirven” que Fujimori acuñó en 1990 y Julio Guzmán reflotó con algún éxito en su momento. “Los rumores que salen de la propia casa son la base de cualquier reputación”, es el antepasado de la exigencia a lavar los trapos sucios en familia que invocan, cada cierto tiempo, los dirigentes apristas, acciopopulistas o pepecistas, cuando los crujidos de un cisma o los ecos de una conducta infraterna amenazan con expandirse puertas afuera.
Entre nosotros, pocos libros centrados en un proceso comicial han conseguido la notoriedad de “El diablo en campaña” (1991), crónica de Álvaro Vargas Llosa sobre la postulación presidencial de su padre, en la que ofició de portavoz. Es un volumen antagónico al de Quinto Tulio: nos enseña, con ingentes ejemplos, cómo no se debe llevar a cabo una campaña política, en especial cuando esta se lidera con una ventaja que adversarios y amigos estiman insuperable. El hijo mayor de novelista nos confiesa que este, en resumidas cuentas, tenía a sus carísimos asesores de adorno. Prefería optar por sus convicciones personales, posición que le costó millones de votos. También repasa los entretelones de graves errores que cometió, como el del infame spot del mono o caer en la polémica vana con Alan García, quien le hizo pisar el palito todas las veces que se lo propuso.
Vargas Llosa pedía a los peruanos que “imaginaran un país literario” y le cumplieron el deseo con creces. Sumergieron al escritor en una novela nacional de dramáticos giros imprevistos que tuvo como epílogo la más dolorosa derrota de su vida. El plato fuerte de “El diablo en campaña” son las escenas en que el candidato, un hombre que siempre ha evitado exhibir sus debilidades frente a los demás, se humaniza por entero sumiéndose en la duda, el desamparo o una amargura sobrellevada con dignidad (”lo siento de veras por el Perú”, dijo al saber los resultados de la segunda vuelta) antes de regresar, con el éxito que conocemos, a sus libros y papeles.
¿Hay alguna alternativa a las campañas electorales multipartidistas que no sean los tétricos casos de Cuba o Corea del Norte? David Van Reybrouck, en “Contra las elecciones” (2017) nos propone una, basada en la aseveración de Aristóteles acerca de que no hay nada más democrático que el azar: escoger a nuestras autoridades por medio de un sorteo. La idea, a primera vista descabellada, se vuelve digna de atención cuando el autor expone sus razones. Van Reybrouck cree, al igual que Quinto Tulio, que nos interesa mucho el bien común, pero desconfiamos de quienes se ofrecen a gestionarlo. Aboga por un sistema birrepresentativo, en el que una de las cámaras sea elegida por el pueblo y otra con el conocido procedimiento de las tómbolas feriales. ¿El beneficio de esto? Que los parlamentarios gocen de la libertad de acción para legislar que hoy no tienen; que los electores abandonen el rol pasivo favorable al desarrollo de los peores populismos.
Por ahora, esta noble idea se mantiene en el papel. Mientras nada cambie, consolémonos recordando que en los libros, nuestro último refugio, no hay lugar para los males menores.
“Breviario de campaña electoral”
Autor: Quinto Tulio Cicerón.
Editorial: Acantilado
Año: 2011
Páginas: 90 pp.
“El diablo en campaña”
Autor: Álvaro Vargas Llosa
Editorial: El País/Aguilar
Año: 1991
Páginas: 221 pp.
“Contra las elecciones”
Autor: David Van Reybrouck
Editorial: Taurus
Año: 2017
Páginas: 272 pp.