Muchas cosas eran distintas en el Perú de 1975. No solo en lo político y en lo social, sino también en lo cultural. En ese año apareció una obra literaria que dejó huella en nuestra entonces incipiente literatura fantástica.
Nos referimos a “Escuchando tras la puerta”, uno de los libros más celebrados del escritor, diplomático y numerario de la Academia Peruana de la Lengua, Harry Belevan. El libro, a través del juego literario, prolongaba el destino de épicos personajes de la ficción para llevarlos a desenlaces inesperados.
Hace unos días la editorial Animal de Invierno lanzó una nueva edición conmemorativa de “Escuchando tras la puerta”. Son dos las novedades que incluye esta publicación. En primer lugar, ya no hay nueve textos –como en el original—sino 19. Además, se incluye un estudio de José Güich Rodríguez titulado “Los universos hipertextuales de Harry Belevan”. Finalmente, se mantiene el prólogo que en 1975 escribió Mario Vargas Llosa sobre esta importante obra.
Si bien los relatos y micro relatos incluidos en esta edición son todos muy valiosos, destacan por sobremanera “Los inquilinos”, “La otra cara de la moneda” y “El retrato de Dora Gris”.
Conversamos brevemente con Harry Belevan sobre su formación como escritor y también sobre “Escuchando tras la puerta”, que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.
-¿Escritor, diplomático o intelectual? ¿Cómo se define?
Principalmente escritor. Mi preocupación fue ser escritor y mi ocupación, diplomático.
-Si nos remontamos 40 años atrás, ¿sintió algún peso en sus espaldas cuando Mario Vargas Llosa prologó la primera versión de “Escuchando tras las puerta”?
No, me sentí satisfecho. Entonces yo vivía en Bruselas y él en Barcelona. Nos comunicábamos por correo. Fue algo evolutivo. Un manuscrito no se presenta y a la semana sale, ¿no? Así que fue un proceso que tomó un año, desde el momento en que se lo envié a él, a Julio Cortázar, a un par de amigos más, lo leyeron y les gustó.
-Un escritor se nutre mucho con los viajes. Siendo usted un diplomático que ha recorrido el mundo a lo largo de estos años, ¿de qué manera se puede decir que influyó esto en su formación como escritor?
No creo que haya sido una influencia. Mi vida ha sido nómada y quise que, a través de la literatura, se convierta en sedentaria. Eso procuré desde que nací. Me fui del Perú a los ocho años. Toda mi vida, hasta hace cuatro años, cuando el comandante presidente decidió expulsarme de la carrera diplomática, había viajado siempre. Vi a la literatura como una tabla de salvación que me permitió ser finalmente algo sedentario.
-¿Y en qué momento de su vida se dio cuenta que quería ser escritor?
Creo que desde siempre. En mi generación jugábamos con carritos y cuando los ubicaba en su lugar me ponía a escribir sobre la escenografía, dónde se encontraban, qué personajes los usarían y, a veces, creaba una batalla, no sé. La verdad es que siempre estuve escribiendo.
-¿Cuáles fueron sus primeras influencias en el mundo literario?
Mis influencias fueron aquellas lecturas de colegio en Francia, unas lecturas muy eclécticas. Jean Paul Sartré, con quien no tengo ningún vínculo. La ficción fue una influencia muy grande para mí, pero también las novelas clásicas, de aventuras, que estaban en la biblioteca pequeña de mi padre. Él fue diplomático y tenía varios clásicos, de Dumas y otros autores. Y, es más, yo comencé a escribir en francés. Luego lo haría en inglés hasta que finalmente descubrí las posibilidades inmensas que te da el español a través de Jorge Luis Borges. Lo descubrí en mi adolescencia. Me percaté que con nuestro idioma podía decirse todas esas cosas formidables que Borges contaba. Él fue mi primera influencia real.
-¿Alguna vez tuvo un acercamiento a la poesía?
No, nunca. La he visto siempre, más que con reparos, con frustración o envidia. Nunca he frecuentado la poesía, pero me gustan algunos poetas como Dylan Thomas y César Vallejo, y no por ser peruano sino porque me parece un verdadero genio. A él lo descubrí cuando estudiaba la universidad en el Perú, nadie me lo recomendó.
-Hábleme sobre “Escuchando tras la puerta”. ¿Debe tomarse lo que usted realiza con los relatos de otros autores como una variación del original o más bien como una prolongación del mismo?
Creo que el generoso prólogo de Mario Vargas Llosa me encasilló por una senda, no tanto a mí, sino más bien a la percepción que tenían sobre este libro, dentro de lo que él llamó el ‘robo perfecto’. El adaptar personajes. Creo que estamos ante una prolongación y a la vez apropiación y ubicación en situaciones distintas, donde pongo a personajes determinados. Y si bien lo continúo haciendo, no hay solamente eso, hay más también en este libro y en los posteriores. Libros que no tienen nada que ver con fuentes previas (escritores que hayan creado personajes antes que yo).
-Uno puede prolongar o modificar un relato porque no le gusta o porque desea hacerlo mucho mejor. ¿Cuál fue su motivación?
La motivación era mi cariño por esos personajes de Dino Buzzati o de Franz Kafka. Le cuento algo. Hay una novela, que publiqué en Alfaguara titulada “Una muerte sin medida”. En ella tomé a Mayta, personaje de “Historia de Mayta” (Mario Vargas Llosa, 1984), y es una novela completamente realista. Tomo además a otros personajes de la vida real, como Néstor Cerpa Cartolini (ex cabecilla del MRTA). Y lo sigo haciendo. Por ejemplo, en una novela que estoy trabajando soy uno de los personajes, para poder criticarme mejor.
-¿Se puede decir que en su relato “La otra cara de la moneda” hay una intención por cuestionar el orden natural de las cosas, o la sociedad en sí? El personaje transformado mira por la ventana y ve cómo se pelean allá afuera. Es una rareza cuestionando las rarezas de la sociedad…
Creo que eso es inexorable en todo escritor. No me he “apartado” deliberadamente del llamado realismo y he entrado a algo que podría verse como una evasión. Pero lo fantástico nace de la realidad y crea una nueva instancia, una ‘realidad real’. No es como la ciencia ficción. Para mí lo fantástico es un relato realista, novela o cuento, que en un momento dado se disloca, trastoca y crea una nueva realidad. En el cuento que usted cita, Gregorio Samsa es crítico de lo que ve, y yo creo que es inevitable hacer crítica social en lo que uno escribe, por más que sea del género fantástico.