Hay un hecho peculiar en la creación de este libro: sus dos autores no se conocen. La pandemia ha aplazado de forma indefinida el encuentro entre el fotógrafo Herbert Mulanovich y la poeta Valeria Román, aunque esa distancia, finalmente, haya servido para que “Triza la luz” adquiera una forma más pura y desprovista de influencias innecesarias.
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O para explicarlo mejor: la concepción del libro vino de su editor, Andrés Marroquín, quien dirige el sello Meier Ramirez. Admirador de los respectivos trabajos de Mulanovich y Román, y con la intuición de que poseían puntos de referencia comunes que podían dialogar, los convocó a trabajar este proyecto conjunto que se ha ido conformando en dos frentes.
“Nunca quise que fuera un libro en el que cada foto estuviera acompañada de un poema o un verso. Creo que ese es un error garrafal que se suele cometer en este tipo de proyectos. Así que decidí que cada cosa tuviera su propio espacio”, explica el editor. Es así como el volumen tiene como eje central las poderosas imágenes de Mulanovich y desemboca en el poemario de Román, inserto como un delicado acordeón en el final del libro-objeto.
“En ese sentido, lo que ha hecho Valeria es desmantelar las imágenes con su poesía –agrega Marroquín–. Sus poemas funcionan como una especie de hachazo a las fotografías, pero también como un ensayo o una narrativa paralela. Y eso es algo que, irónicamente, quizá no se habría podido lograr si hubiesen trabajado juntos. De haberse conocido, podría haber ocurrido que uno terminara adaptándose al otro”.
REMONTARSE AL ORIGEN
Ver las fotos de Mulanovich es toparse con una serie de elementos orgánicos, de una naturaleza limpia y fundamental: hay rocas, playas, cuerpos desnudos entrelazándose. Los versos de Román, por su parte, apuntan en ese mismo sentido: la pretensión de despojarse de cualquier artificio para asimilarse a una esencia tan franca como remota.
abro la tierra de par en par
cuando el oficio mecanográfico
en su marco primitivo y rudimentario
no me basta
y hundo húmedas estas
mis dos manos
“Cuando vi las fotos, sentí que podrían funcionar en conjunto con una voz que ya había explorado en ‘Matrioska’”, señala Valeria Román en referencia a su poemario del 2018, ganador del premio José Watanabe Varas, de la Asociación Peruano Japonesa. Un libro en el que se inmiscuía en la naturaleza de la femineidad, de la maternidad como fuente de vida, y de la visceralidad de los cuerpos en un sentido íntimo pero también político.
En “Triza la luz”, Román vuelve a visitar esas referencias, pero a tono con unas imágenes que revisten de materialidad a sus ya contundentes palabras. “Creo que el libro en su conjunto trata sobre la relación entre ser padre o madre de algo. Sobre el sentimiento de tener una cosa y cuidarla, pero al mismo tiempo de dejarla ir. La naturaleza está allí de una manera muy bruta”, señala la poeta.
Curiosamente, el derrotero visual y textual de “Triza la luz”, que abarca desiertos y mares, piel y secreciones, aspereza y fragilidad, adquiere un sentido más profundo y potente hoy, en momentos en que el mundo atraviesa tiempos caóticos e inciertos. Mirar y leer un libro así nos devuelve a la necesaria calma de los inicios. A la vida cuando es completa pureza, sin indicios de un hipotético y terrible final.
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