¿Sigues viendo a tus amigos del colegio? Si la respuesta es sí, ¿Cuánto tienes en común con estas personas? ¿De verdad podrías considerarlos amigos? Todas estas preguntas surgen al leer “Vida animal” (Alfaguara, 2024), novela donde María José Caro (Lima, 1985) presenta a cuatro excompañeras del colegio que se reúnen a puertas del matrimonio de una de ellas. Se juntan en una casa vieja que las acompañó en su adolescencia, pero que ahora está en deterioro, como la relación que tienen entre sí.
Encuentro a Caro en la Librería El Virrey de Miraflores. Sentados en dos sillas minúsculas de la zona infantil, hablamos sobre cómo este libro suyo capta lo distintas que son las personas versus el recuerdo que se tiene de ellas. Pero que a pesar de esta diferencia el trato, y las dinámicas, viven con la marca del pasado.
―El nombre de tu protagonista no se menciona, pero es razonable pensar que es tu nombre. ¿Cierto?
No, porque mis libros anteriores tienen como protagonista a alguien que se llama Macarena, entonces no quería que existiese la posibilidad de que ese personaje fuese Macarena, porque no lo es. Es un personaje que tiene rasgos muy similares a mí, sin ser tampoco el personaje de los otros libros.
―¿Cuánto de ti hay en este personaje?
A nivel de cómo pienso, las reflexiones que tengo y que me preocupan, soy yo al 100%. En términos de los hechos que suceden en la novela, he novelado muchísimo; diría que es un 30% de cosas que han sucedido y el resto lo he ido proyectando a partir de recuerdos.
―Al leer tu libro me puse a pensar que al juntarnos con un grupo de amigos nuestra personalidad se transforma un poco; surge una voz colectiva que no tenemos individualmente.
Totalmente. Cuando uno está en un grupo de amigos de este tipo, de alguna manera cumple un rol, un papel que representar. Cada amigo tiene un rol en específico. Un poco en las amistades cuyos cimientos están en la infancia, eso termina siendo muy vago. Entonces, al final esas reuniones son también como representaciones de algo que ya no está y eso era un poco la reflexión que quería hacer con el libro. Por eso la protagonista principal está ahí, pero no está ahí. Siempre está como en un limbo.
―Leí un artículo del New Yorker. Menciona que todos somos gente distinta en distintos momentos de nuestras vidas, pero que en cierto modo somos los mismos. ¿Son tus personajes en su adultez los mismos que de adolescentes?
Yo creo que sí. Pero justo hay un momento en la novela donde se hace una una reflexión que tiene que ver con que, justamente, uno cuando recuerda a las amistades de la infancia, cree que conoce a esas personas en profundidad; quiénes son, a partir de quiénes fueron de niños. O sea, como que tuviéramos muy interiorizado esto de que quien uno es de niño es la es la versión natural de la persona. Entonces uno crece y luego habla de estas personas que ya han tomado rumbos muy distintos como si los conociese en realidad, como si la esencia estuviera allí en el pasado. Eso es algo que a mí que me interesa.
―Los ubican, tal vez, en sillas demasiado pequeñas para las que deberían sentarse.
Sí, o sea en la novela está esta búsqueda de qué pasó con Giuliana, que tomó un rumbo distinto. Pero las amigas todo el tiempo hablan de Giuliana como si la conocieran, como si su esencia permaneciera en el tiempo. Entonces hay esta idea de eso, de que de que a pesar de que crezcamos hay algo dentro de nosotros que siempre permanece.
―¿Y eres tú eres la misma persona que eras en tu adolescencia?
No. O sea, he cambiado mucho. Soy la misma persona, pero a veces me pongo a husmear redes sociales y quien era yo en mis veintes me da vergüenza. O sea, uno se va construyendo y ve momentos que le dan vergüenza. Hay hitos muy marcados en la vida de las personas. Entonces, yo quería reflexionar sobre dos momentos muy específicos, que podríamos llamar una primera entrada a la adolescencia, que está narrada en el pasado, y luego una entrada a una suerte de segunda adolescencia, cuando uno pasa a la vida adulta con las responsabilidades adultas, otro quiebre en el que uno está muy descuadrado, que es un poco lo que le pasa a los personajes. Y que creo que en mi generación de gente que hemos nacido en los ochentas, igual a pesar de que uno pueda tener treinta y tantos, tengo yo la sensación, de que seguimos siendo muy inmaduros para las cosas que nos suceden. Y nos vemos como más jóvenes de lo que de lo que somos.
―Eso es algo que captan muy bien los memes. Se siente que ha habido un cambio generacional.
Tal cual. O los problemas que que uno afronta versus la generación de mis papás, que tuvieron hijos en los 80. Recordemos ese país. Y uno los ve con otros ojos. Quizá eran igual de inmaduros que nosotros, que no nos hemos enterado.
―Tal vez sabían maquillarlo un poco más.
Sí. Quizá eran más solemnes, quizás lo maquillaban más como tú dices. Pero cuando uno ya está en los treinta y pocos ya empiezan a llegar muchas incertidumbres como llegan en la adolescencia.
―Este mismo artículo que te mencioné dice que un motivo para reunirnos con nuestros compañeros de secundaria es sentirnos como en el pasado. Pero eso siempre tiene sus riesgos, ¿verdad? No siempre es bonito ir al pasado.
No siempre es bonito. De hecho, en las reuniones donde juntan a toda una promoción hay muchísimo de actuación. Hay mucho de querer mostrarse hacia los demás de una forma que en realidad no es en ese momento. Entonces, en las reuniones suele pasar que las personas empiezan a contar qué han logrado, qué han hecho. Hay mucho de de impostura ahí.
―¿Y tú has ido a las reuniones de promoción?
He ido a varias. La última fue una reunión muy armoniosa, porque en el momento en que nos encontrábamos; mujeres adultas de 37 o 38 años. Pero si pienso en la anterior, cuando estábamos entrando a nuestros 30, era como sacar un pergamino de las cosas que uno ha logrado, en lo bien que le va, y nadie hablaba con sinceridad.
―¿Y a ti te gustó tu etapa del colegio?
En un momento no tanto, luego sí. Pero actuaba en base a las cosas que sentía que tenía que hacer por la edad que tenía. No había mucha reflexión de por medio. En mi crecimiento me ha acompañado mucho la televisión, toda la cultura popular, mucho más que los libros. Pero no recuerdo la etapa del colegio como especialmente pesada; recuerdo que lo que yo trataba era de sentirme parte del grupo, haciendo las cosas que se esperaban de mí. Y bajo esa premisa uno toma muchas decisiones equivocadas, desde elegir una carrera hasta cómo se comporta con los demás.
―Y en esto de tener que encajar también ocurre que las amistades no necesariamente son algo bonito. Puede haber vínculos que son por inercia o vínculos que no son tan tan sinceros.
Claro, por ahí va la novela. Es un grupo de amigas desde adolescentes que luego se encuentran más grandes y cada una tiene un camino bien marcado y de hecho uno de los personajes que viene de España dice “¿qué hago acá?” Y el personaje todo el tiempo está mirándose hacia adentro. Quizá nos aferramos a esos vínculos de la niñez para preservar nuestra propia historia. O sea, reunirse con gente con quien se ha estado en el colegio es poder recordar cosas que solo se pueden recordar estando juntos.
"Creo que en mi generación de gente que hemos nacido en los ochentas, igual a pesar de que uno pueda tener treinta y tantos, tengo yo la sensación, de que seguimos siendo muy inmaduros para las cosas que nos suceden. Y nos vemos como más jóvenes de lo que de lo que somos."
―Estamos en el momento en que escritores que se acercan a los 40 años cuentan lo que se vivió en su etapa escolar, entre finales de los 90 e inicios de la década del 2000; pienso, por ejemplo, en “Niñagordita” de Belinda Palacios. ¿Qué tiene esta etapa que la hace interesante desde el punto de vista narrativo?
Que somos como la primera generación que tuvo una comunicación virtual. Y es una generación que ha vivido cambios de paradigma, como la llegada del año 2000, Fujimori, la toma de la embajada; todo lo que sucedió. Hemos vivido muchas cosas que, quizá por el lugar que hemos ocupado en la ciudad no hemos vivido tan de cerca, pero igual hacen eco de lo que son esos personajes [ya en relación a la novela].
―Fue una etapa difícil, ¿cierto? Económicamente, muchas familias no se recuperaban todavía de la recesión. Y políticamente, surgió una generación que se oponía al discurso que la derecha impuso en los 90. ¿Fue un momento difícil para pasar de la adolescencia a la adultez?
Es una situación compleja. Hay personas que lo han tenido más complicado que otros, pero claro, yo he pasado de la adolescencia de la adultez justamente ya en la salida de la dictadura de Fujimori, y pudimos ver los Vladivideos en vivo y en directo, veíamos a Laura Bozzo dando 10 dólares para que se lamiera la axila de otra persona.
―Fue un poco como crecer mientras el espectador también crecía. Porque ver todas esas cosas en los medios es como perder un poco la inocencia.
Totalmente, eso es perder la inocencia. Recuerdo cuando vi lo de los Vladivideos en la televisión mi mamá me explicó lo que estaba pasando; ahí se te abre un panorama totalmente distinto. Y ahora ni qué hablar de cómo está el país, de todo lo que estamos viviendo. Fue una situación complicada para hacerse adulto una época así, coyunturalmente hablando, pero para mí particularmente un tránsito tan complejo tampoco [fue].
Título: Vida animal
Autora: María José Caro
Editorial: Alfaguara
Año: 2024
Páginas: 149
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