En medio de rumores y reportajes de que el escritor Mario Vargas Llosa y la empresaria Isabel Preysler habrían terminado su relación tras ocho años, recordamos el primer viaje que realizaron a la ciudad natal del Nobel de Literatura, Arequipa, por su cumpleaños 81 con estas dos crónicas de Czar Gutiérrez.
El regreso a Arequipa
Contra el clásico cielo azul, una nube inédita se ondula sobre el cráter como si de un lazo nupcial se tratara: es el marco perfecto con el que Arequipa recibe a su hijo más preclaro, que aparece en la manga del terminal aéreo vestido con un impecable terno azul acero. El profeta está otra vez en su tierra. Una sonrisa perfecta sincroniza con la de su pareja, espigada dama que es abrasada por los amables rayos de luz, esos mismos que hace exactos 81 años viera por primera vez su amado. Esa fue la única y breve aparición de Isabel Preysler, cuyos primeros pasos podrían calificar como de atemperada musicalidad.
La caravana del escribidor, corte marcial compuesta por sus amigos más leales, siguió al vehículo líder hasta la tercera cuadra de la calle San Francisco, sede de la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, que desde hace 365 días extraña su presencia. Porque desde que se fundase, hace seis años, Mario nunca dejó de venir con una preciosa carga cada vez: 2.741 libros en el año 2014, 2.012 el 2015 y 3.030 el año pasado, cuya entrega Mario encargó a sus amigos porque él prefirió festejarlos en el Villamagna de Madrid.
La visita de ayer fue precedida por el aterrizaje de 7 mil volúmenes, entre libros y revistas, adelanto de la carga mayor de 15 mil que llegarán de Londres, Madrid y París hasta la ciudad que más lo quiere. Ninguna como Arequipa para esperarlo en marzo del 2011 cuando llegó con la medalla del Nobel y la depositó en el 101 de la Avenida Parra, la hoy Casa-Museo donde el hijo de Dorita y Ernesto viera el espléndido brillo que lo habría de acompañar durante toda su vida.
Esta vez, el cuarteto Cuerdas del Misti y la Banda Filarmónica precedieron el ingreso a una biblioteca que exhibe la muestra dedicada a Roger Casement (1864 – 1916), irlandés justiciero inmortalizado en “El sueño del celta”. Eran las 11:58 de la mañana cuando su figura se recortó nítida bajo la bóveda de sillar y entre la metralla de flashes. La ceremonia, particularmente emotiva por la tragedia que vivimos, empezó con la bienvenida de Yamila Osorio, gobernadora regional que ponderó la renuncia y entrega del tesoro. A continuación el escritor se acercó al micrófono y dijo que sí, que en efecto, estaba particularmente dolido por las inundaciones en Piura, donde vivió tres años debidamente recreados en su primera pieza teatral y en “La casa verde”.
El resto fue un elogio de la literatura: Vargas Llosa es un sumo sacerdote de la ficción que declama el mismo credo y cada vez resulta fascinante escucharlo: “Mi mayor logro en la vida fue aprender a leer, que es aprender a vivir, a viajar en la geografía, en el tiempo. Es encontrarse y hacer nuestros los héroes de Dumas, Verne o Salgari. Me apena desprenderme de mis libros, pero es una tristeza recompensada porque sé que serán útiles a mis compatriotas”.
Pero también fue un elogio a Arequipa: “Nadie como los arequipeños para sentir el Premio Nobel como suyo. Siempre me he sentido arequipeño. No me gustan las revoluciones, pero las de Arequipa fueron para deponer a los tiranos, a los dictadores. Y cómo olvidar el multitudinario recibimiento que me dispensaron por el Nobel. Viendo ese espectáculo decidí que mis libros vengan finalmente aquí a vivir entre mis coterráneos”.
Habló exactamente 18 minutos. Inmediatamente después, la fila de vehículos cruzó raudamente el Puente Grau y se perdió entre ese imbricado de casitas de sillar llamado Yanahuara. Allí está La Nueva Palomino, su picantería estrella.
Al cierre de esta edición aún estaba por resolverse la interrogante que desvela a la prensa del corazón a ambos lados del charco: ¿Isabel Preysler hundirá el diente en el corazón de un cuy chactado? Considerando que el roedor podrá ser conejillo de indias, peluche o mascota, todo menos comestible en España, nuestro próximo despacho promete absolver semejante misterio.
La ciudad y su Nobel
Una escena de parto flota en una dimensión holografiada. La interferencia entre el láser referencial y la luz reflejada en los personajes diagraman a Dora y miss Pitzer, la parturienta y la comadrona. El dormitorio, el primer alarido del bebe, un pesebre fabricado por luz. Y circunnavegando el escenario, ediciones en todos los idiomas, fotografías inéditas, preseas y todo ese aparato iconográfico montado el 2014. De pronto, el Vargas Llosa interactivo está al lado del Vargas Llosa hiperactivo, y uno no sabe quién es quién: ambos son compuestos de ficción pura.
Felizmente la realidad interviene cuando una dama extremadamente bella toma la mano del Vargas Llosa real y lo conduce a través del antiguo hogar materno transformado en guion museográfico. Son 17 ambientes donde el arco cronológico relampaguea, viaja por las diferentes edades del hombre, de Cochabamba a Barcelona, y luego a Londres y París, hasta resolverse en una réplica de la medalla del Nobel. Para que al final los tres –ella, el escribidor y la noche cómplice– dibujen la imagen tridimensional de un beso en HD.
La casa de Vargas Llosa en la avenida Vargas Llosa tiene un bello teatro donde esta noche se escenifican fragmentos de cuatro obras en honor al cumpleañero: “La ciudad y los perros”, “Conversación en La Catedral”, “El paraíso en la otra esquina” y “Travesuras de la niña mala”. “Esto se llama ganarse con avemarías ajenas, todo el mérito es de este elenco arequipeño”, dice el director Luis Peirano, presentando a la veintena de actores oriundos de la localidad que se mueven guionizados por Alonso Cueto, que sube al estrado con un bastón. Luego todos bajan para estrechar la mano del cerebro creador, mientras la fría noche es atemperada con calientitos sin alcohol.
A propósito, ningún acto de la jornada comprometió el uso de destilado alguno, guiño a la idea de que con MVLl se clausura la imagen del plumífero borracho. Nadie como él para relativizar la hipersensibilidad, el engranaje metafísico o la mecánica de la melancolía activados por una bohemia impresentable. MVLl es trabajo en estado puro. Un cerebro tocado por la radiactividad. Un creador contra viento y marea. La probable relativización de su genio último solo demuestra que es un ser humano cuyo portento quedó sellado en los primeros tiempos. Perfectamente resumidos al recibir el Rómulo Gallegos.
La mejor cocina peruana arde en ollas de barro. Mario acaba de desprenderse de 15 mil volúmenes de su biblioteca personal y la ciudad le agradece con su sazón. Así aterriza en su mesa la flota más selecta de platillos voladores plenamente identificados. El escritor se decanta por rocoto relleno y ají de calabaza. ¿Y su novia? De Armani y stilettos, sentada a la izquierda de su célebre prometido, ‘la perla de Manila’ (66) es asesorada por el poeta Alonso Ruiz Rosas, tratadista culinario y fundador de la Sociedad Picantera de Arequipa. Finalmente, se lleva a los labios un almendrado de pato. ¿De postre? Picarón y queso helado.
Si durante la entrega del tesoro libresco estuvo tan emocionado –la voz quebrada, el cerquillo cayendo en rizo–, en el acto de la Fundación Internacional para la Libertad lució imponente en su defensa de la democracia y el libre mercado “que, por ejemplo, hizo próspero a un país sin recursos naturales como Singapur, y llevó a la ruina a países con dictaduras como las de Cuba y Venezuela”. Mientras Mario habla, Isabel derrama su ‘glamour’ en el Convento de Santa Catalina y algunas tiendas de la calle Mercaderes desprovista de la nube de paparazzis que en España no la deja en paz, que la sigue más que a Paula Echevarría, Sara Carbonero o Elsa Pataky. Todas mucho más jóvenes, claro, pero antigüedad es clase.
Hasta que al tercer día llega la hora de zarpar. La aeronave privada se filtra entre aquella nube en forma de velo de novia que acaricia el cráter, y el escritor de bandera se aleja de su ciudad de origen. Con un hipopótamo de sillar rosado entre las manos. Con la extraordinaria autoridad de quien lo ha ganado todo. Equilibrando entre el kiosko rosa y su inmortalidad en La Pléiade de Gallimard. Con la certeza de permanecer en la cima del canon. Y luego hacemos bien los arequipeños en celebrarlo: al fin el Misti hizo ‘boom’.
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