Soltamos la primera pregunta a manera de juego: Si el psicoanalista Max Hernández (Lima, 1937) tuviera la fantástica posibilidad de recibir al Inca Garcilaso en su estudio, y lo invitara a recostarse en diván, ¿Cuál sería su diagnóstico? Curiosamente, para el autor de “Memoria del Bien Perdido” (Paidós), secretario ejecutivo del Acuerdo Nacional, Orden del Sol del Perú y Orden de Isabel la Católica en el grado de Comendador por la Corona Española, es difícil decirlo. Si el psicoanalista tuviera que buscar una fantasía inconsciente que hubiera motivado su ser y que haya planteado los extravíos y logros del célebre escritor, sería esta: “si yo hubiera estado presente en Cajamarca, en noviembre de 1532, (siete años antes de su nacimiento), la historia habría sido muy distinta”. “Es una fantasía desbordantemente megalómana”, señala Hernández. Sin embargo, el investigador advierte que endilgarle la etiqueta de “megalómano” al autor de “La Florida del Inca” no le haría justicia a lo más importante: “Si Garcilaso no hubiera tenido esa pasión, si no hubiera sentido que su misión era representar ante el mundo no solo el lado indígena de su personalidad sino también el español para poder producir una síntesis, no hubiéramos tenido al Inca Garcilaso”, explica.
Entonces el especialista da su diagnóstico: “Garcilaso es un hombre que debió haber vivido dividido toda su vida en un intento de suturar lo que era un desgarro brutal, no sólo en él sino en la tierra que lo vio nacer y en la España a la cual llegó. Hay patologías que responden no solamente a conflictos internos, sino a presiones sociales muy complicadas. Yo diría que Garcilaso fue un hombre absolutamente desgarrado, que intentó a través de su vida y de la escritura tratar se suturar una herida demasiado grande. Lo logró en el texto, mas no en su vida. Pero lo logró”, afirma.
En su prólogo, Moisés Lemlij, decía que nunca había visto un libro tantas veces escrito y reescrito. ¿En estos 30 años, que es lo debería reescribir en “Memoria del bien perdido”?
Primero, el rol de la mujer: he leído algunos trabajos recientes que debí haberlos incluido porque muchas veces se ha dicho que Garcilaso ha minimizado el rol de su madre y varios autores demuestran que eso no es cierto. Que las dedicatorias a la señora de Braganza, sus constantes requerimientos a la virgen, su idealización de Mama Ocllo, muestran una extraordinaria apertura al rol de la mujer. Aunque cierto es también que tuvo una esclava, herrada en la frente. Segundo: la idea de mestizaje en nuestro país no es solo el mestizaje originario inca y español. Es el conjunto de sucesivos mestizajes lo que ha ido configurando nuestra historia. Y pienso en alguien como María Elena Moyano, por ejemplo, quien representa esa porción del mestizaje que no siempre hemos tomado en cuenta: el mestizaje afroperuano, que empieza muy pronto en la colonia. Eso he debido subrayarlo. Mi amigo Moisés Lemlij fue testigo de las vueltas que le daba al libro.
En su momento, tuvo críticas muy fuertes...
Sí, es un libro complicado. Me han dicho que no hay conocimiento paleográfico, ni hondura filológica, “usted no presenta su investigación con una lógica académica”, o “es como que usted hubiera puesto partes suyas al escribirlo”, me criticaron. Nada de eso puedo negarlo. Todo es cierto: no sé paleografía, no sé lingüística, pero lo que yo quería era plantear la travesía espiritual de un sujeto que fue mestizo antes que la noción de mestizaje cobrara realidad sociológico-histórica. En ese sentido, me parecía muy importante.
¿Cuán incómodo crees que un libro como “Memoria del bien perdido” resultó para una comunidad académica en exceso formalista?
Te responderé con una cita de José Bergamín, cuando le preguntaron por qué escribía de una manera tan subjetiva de los hechos. Dijo: “si los hechos subjetivos fueran objetivos, tendría que escribir objetivamente, pero no lo son”. Aquí viene una cosa: en el psicoanálisis hubo un momento en el que se plantearon las famosas “patografías”, o biografías en clave siquiátrica. Es decir, tenías que demostrar en ellas, por ejemplo, que determinado personaje histórico era, en realidad un sicópata, o un esquizofrénico. Para mí el psicoanálisis no es parte del armamento psiquiátrico. El psicoanálisis intenta descubrir la relación entre procesos profundamente inconscientes y la manera en que estos alcanzan la subjetividad. Yo puedo tener el mismo conflicto íntimo que fulano o mengano a nivel inconsciente. Pero la expresión que este conflicto adquiere será distinta para cada quien. Yo quería ver cómo el conflicto de un hijo de una pareja verbalmente incomunicada (ninguno domina el idioma del otro), logró una suerte de segundo nacimiento en la escritura. Garcilaso dota retrospectivamente a sus padres de una posibilidad comunicativa, al traducir del toscano “Los diálogos de amor” de León Hebreo, un judío español sefardita exiliado. Para mí, aun el psicoanálisis pugna por un pleno reconocimiento en la Academia. Es una ciencia conjetural, como muchos momentos de la ciencia. Pero ese tránsito del conflicto íntimo a la solución subjetiva personal es algo que, creo, solo el psicoanálisis puede explicar. Yo creo que los psicoanalistas deberíamos dejar de creer que tenemos algo que enseñarle a la literatura y más bien aplicar la literatura a la comprensión psicoanalítica.
En tu libro, uno de los motivos más presentes tiene que ver con el nombre original del Inca: Gómez Suárez de Figueroa, nombre que abandona para irse convirtiendo en el Inca Garcilaso de la Vega. ¿Como ves tú la necesidad del escritor de apropiarse del nombre de su padre?
Un gran amigo mío, Fernando Saba, planteó con fuerza esa pregunta. La discutimos muchas veces en conversaciones con una copa de vino. Francisco Solano, importante historiador español me dijo que los cambios en el nombre podían obedecer a razones profundas, pero también había una serie de explicaciones al uso de la época. José Antonio Mazzotti ha planteado una suerte de búsqueda del porqué pudo haber cambiado de nombre. Desde mi aproximación a la intimidad del Inca, lo que me pregunto primero es como arrulló Chimpu Ocllo a su hijo. Pienso que sería muy difícil para ella arrullarlo llamándolo por su nombre español. Debió haberle puesto un nombre a su wawa. Y ese nombre debía estar inscrito en lo más profundo de su psique. Hay una suerte de “loop” entre el quechua y el español presente de una forma muy poderosa en él. Recordemos que Garcilaso pertenecía a la elite inca y española, y por lo tanto, debía cuidar su lenguaje. Tuvo que ser un excelente conocedor del quechua y del castellano. Tuvo que pensar el quechua con el aparato gramatical español. Cuidó una suerte de quechua elevadísimo, pero moldeado en la lógica de la gramática española. Somos una identidad en formación como nación, y cada uno de nosotros tiene que elaborar su propio mestizaje.
La relación de Garcilaso con su padre es muy compleja. ¿Su bastardía (era hijo natural) cuánto explica su sentimiento de no encontrar lugar en la sociedad?
Tengo la impresión de que la protección que podía brindar en esos momentos un padre vinculado al grupo dominante era absolutamente esencial. Probablemente Garcilaso, como niño, se quedó impresionado por la bizarría de los conquistadores y de su padre: los caballos, las botas, las armaduras, el poder. El vínculo del Inca con el padre fue un vínculo idealizado, representaba para él el poderío de los conquistadores, la suerte de altivez de un Gonzalo Pizarro, por ejemplo. Garcilaso ha debido tener un vínculo de absoluta admiración con su padre. Puede haber albergado sentimientos muy conflictivos cuando dejó a la madre, y lo expresa en su obra al burlarse de los conquistadores viejos y lisiados por la guerra, que abandonan a sus mujeres para buscarse una chiquilla española. En ese párrafo, Garcilaso le está mandando “una chiquita” al padre, por supuesto. Sin embargo, Garcilaso siente el sufrimiento de su madre aunque sigue valorando la fuerza del poderoso. Fue un hombre con la mente hecha para ser miembro de una jerarquía importante y privilegiada. ¿Es parte de una patología narcisista? de repente. Pero es a través de sus privilegios incas y castellanos que pudo proponer su obra, y a la vez darnos la posibilidad de entender su trayectoria vital. Quien mejor ha definido esto es un historiador inglés: Arnold Toynbee. El señaló: “La vida de este hombre es un documento que nos dice más que letras de tinta sobre un pergamino, o nudos sobre un cordón”.
Garcilaso es un hombre construido de contradicciones. Y, sin embargo, muestra una vocación literaria asombrosamente coherente y planificada. Como usted señala, su proyecto fue resolver sus contradicciones íntimas desde su primer trabajo, la traducción de los “Diálogos del amor” de León Hebreo, para unir simbólicamente a sus padres...
Es muy interesante. Mi hermano Luis hablaba de la “soñada coherencia”. La coherencia es muy difícil de construir y practicar, pero es un ideal valiosísimo. En este momento, como dice el sociólogo español Manuel Castells, los dos grandes problemas del mundo son la globalización y la identidad. La globalización parece ser un disolvente de cualquier intento de una identidad única mientras que la violencia de la globalización nos hace refugiarnos en la búsqueda de una identidad. Si bien la palabra identidad suena a ser idéntico con uno mismo, no podemos olvidar que la vida nos plantea nuevos retos, y frente a ellos, a veces es necesario ensayar nuevas respuestas. La nuestra es una identidad en formación y por lo tanto, creo que es muy importante para pensar en ello en este momento político tan complicado. Donde se hace cada vez más evidente que si no hay una suerte de enorme propósito de convivencia, de articulación, de conformación de consenso mínimos, no vamos a salir adelante.
¿Y cómo se construye ese consenso?
Dándonos cuenta de que uno no sacrifica su identidad al aceptar un punto de vista distinto, sino que con ello está ensanchando su identidad. Ahora, tú notaras una admiración por el Inca que tenemos algunos. Pienso en Aurelio Miro Quesada y Luis Alberto Sánchez, en Pepe Durand y Antonio Cornejo Polar. Incluso en los contrarios a los garcilasistas, como el propio Miguel Gutiérrez, quien escribió una diatriba contra ellos. Si soy hincha del Inca es porque para mí es un rostro posible del Perú.
¿Y si somos malpensados e imaginamos que la aceptación de sus orígenes y su deseo de reconciliarlos fue una estrategia del Inca Garcilaso para diferenciarse del resto de cronistas de Indias, de tantos escritores que en su época afirmaban a sus lectores que sus informaciones sobre el Nuevo Mundo eran las únicas valederas y confiables?
Es cierto. Por suerte, tenemos el texto de López de Gómara, con las anotaciones hechas por el Inca. Y esto ha sido bien estudiado. Yo tuve la suerte de ver la exposición de la biblioteca del Inca Garcilaso en Madrid, hace pocos años. Pude ver sus notas. Para mí lo importante no era la precisión histórica del Inca, sino su rivalidad como escritor. Al decir “yo no solo soy testigo de primera mano, yo he sentido esto en mi propio ser. Yo puedo hablar del heroísmo de los españoles y del heroísmo de los indios” hay una reivindicación narcisista, pero también la pasión por su drama, por el Perú y por España. Y la posibilidad de conjunción entre ambos. Esto se puede pensar hoy en términos mucho más amplios: ¿Cuál es el lugar del Perú en el mundo? Garcilaso vivió en un mundo que recién se había vuelto redondo, que había descubierto otras latitudes y culturas. Ciertamente, hay momentos deslumbrados en Cieza de León, como los hay en Bernal Díaz del Castillo, cuando describe a México como una suerte de Venecia. Culturas que estaban superando la edad del bronce fueron aplastadas por la edad del hierro. La historia es atroz. ¿Vamos a convertirnos en jueces de la historia o vamos a tratar de rescatar lo mejor de ella? Permíteme que, a mi edad, me dedique más a rescatar que a lamentar.
Tu libro está enmarcado en las reflexiones del Bicentenario, celebración que hoy nos resulta poco inspiradora cuando hemos perdido la fe en nuestra clase política. ¿Es el escándalo de las vacunas la última demostración de nuestra incapacidad de asumirnos como una Nación.
Una nación es mucho más que su clase política. Es mucho más que su Estado. La Nación es un compromiso, es el vínculo que nos hermana. El Estado, necesario por supuesto, es aquella institución que nos obliga, que nos somete. Ciertamente el Estado tendría que representar a la sociedad nacional, y creo que estamos en proceso de hacerlo.
¿Qué pistas le permiten ser optimista?
Hay perspectivas que antes no estaban plenamente incorporadas. Tenemos noticieros en quechua y en aimara, por ejemplo, y esto es relativamente reciente. Hoy nos preocupamos de la paridad de género en la política, y reconocemos a nuestras poblaciones originarias. Todo esto es absolutamente novedoso y nos hace ver que el Estado, tal como lo hemos concebido, no es plenamente representativo de lo que somos como sociedad y de lo que sentimos como nación.
¿Cómo siente esa crisis moral a causa del escándalo de las vacunas?
Es un momento de profunda crisis, de una desesperanza brutal, brutal, brutal. Esto será un bache del que probablemente no saldremos en meses, si no años. Pero creo que en esta turbulencia se está decantando también la posibilidad de una identidad en formación. Por otro lado, tampoco creamos que tenemos el copyright de la corrupción, el copyright del abuso o de la disensión en la política. El mundo entero está cuestionando la representación política. Seguramente necesitamos una profunda reflexión que nos lleve a pensar en la necesidad de un nuevo pacto social, pero si vamos a simplificarlo y decimos “lo que necesitamos es una nueva Constitución” haremos fracasar este proceso y con ellos interrumpir sus potencialidades. Hay que mantener un poco de fe. Un gran poeta del siglo XVII, el conde de Salinas, decía: “nunca ofendí la fe con la esperanza”. Esperanza es una virtud de repuesto. Uno no marcha con la llanta de repuesto, sino que la guarda hasta el momento en que la necesita. Después recupera la fe, que es la llanta verdadera.
Como señalas en tu libro, Garcilaso nos dice que el trauma fundante de nuestra nación, la conquista española del Tahuantinsuyo, no ha podido ser hasta hoy asimilada históricamente. ¿Crees que esos traumas pueden ser asimilados? ¿Cómo mantienes ese optimismo profesional para ello?
Hace un par de años leí un libro de David Rieff, un intelectual que durante mucho tiempo fue corresponsal de guerra. Su título, “Elogio del olvido”, es una traducción imperfecta, habría sido más correcto “Elogio del olvidar”. Para poder olvidar, necesitas recordar. Porque si no, reprimes. Y yo veo que cada vez más gente cobra conciencia de como esa fractura persiste en nuestros hábitos cotidianos. Y comenzamos darnos cuenta los abusos que se cometen todos los días, la falta de reconocimiento del otro. Por otro lado, comenzamos a valorar el trabajo de médicos, de enfermeras, de las Fuerzas Armadas, de la policía, de los trabajadores de la limpieza pública. Entendemos ahora que es gente que tiene una vida y sentimientos propios, que no viven a nuestro servicio. Todo eso está comenzando a cambiar. Sin embargo, unos se regodean en el trauma y se victimizan, otros plantean que no hubo trauma sino un “proyecto civilizatorio”, ninguno de los dos ha entendido nada. Lo vivido fue trauma y fundación, herida y sutura posible. Yo creo que estamos caminando hacia eso, con muchos tropiezos, con mucha culpa de algunos y rabia de otros. Y la rabia y la culpa no son buenas consejeras. Y si a eso le añades el miedo que produce la pandemia, es verdaderamente terrible. Pero si estoy seguro de algo es que vamos a salir adelante.
VEA EL VIDEO
Libros recomendados por “Leer para vivir”
LE PUEDE INTERESAR
- Victoria Santa Cruz y su herencia afrodescendiente para el Perú vuelven en reedición de su único libro
- Por amor a la vacuna: representantes de la cultura peruana respaldan la campaña de vacunación contra el COVID-19
- Don Francisco vuelve a la TV a los 80 años y habla de castigar a las ‘fake news’ | Entrevista
- Juan Carlos Cortázar: “Como la racial, creo que la transfobia es una de las violencias más profundas”
- Osvaldo Cattone en su último acto: el actor que se transformó en leyenda del teatro
- Los secretos de “The Last Movie”, filme que se rodó en Valle Sagrado de los Incas: lo que pasaba en las habitaciones, los excesos de las estrella...
- Isaac León predice el futuro: ¿Cómo Netflix cambió nuestras vidas y cómo lo seguirá haciendo?