El pasado 21 de junio fue el solsticio de invierno, fecha que marca el comienzo de la estación más fría del año. En esta temporada muchos peruanos han encontrado confort y calor de las tradicionales frazadas estampadas con un tigre, cuya historia es tan fascinante como su utilidad. En esta nota, publicada inicialmente en junio de 2018, Juan Carlos Fangacio hace una cronología del origen de esta manta.
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Cuando despertó, el tigre todavía estaba allí. Agazapado, de gesto feroz, y con esos ricitos o hilachas de lana que se desprenden de su cuerpo para colarse entre los pliegues más discretos del nuestro. No importa tener que estar rascándose. La frazada de tigre pica, pero abriga como ninguna otra. Por eso la queremos tanto.
Aquí en Lima, el invierno comenzó oficialmente hace tres días, pero nos hace tiritar desde varias semanas atrás. Y con él han vuelto a salir de los roperos estas frazadas que han acompañado a generaciones de peruanos con sus inconfundibles tonos negros, blancos y pardos, y ese par de felinos que se miran cara a cara. Algo debe de tener la bestia asiática que nos cautiva con locura: desde ese elixir cebichero llamado leche de tigre hasta la acrobacia pasional del salto del tigre. Ni qué decir del 'Tigre' Gareca, semidiós de nuestra religión futbolera en estos últimos meses de felicidad.
Pero hay que observar otro detalle: aparte del tigre, la frazada también luce un diseño de manchas circulares propias de un felino de mayor peruanidad: el panthera onca u otorongo. Elegante y justo reconocimiento para un animal lamentablemente desprestigiado por 130 congresistas. Urgen más reivindicaciones de este tipo.
Ahora es momento de responder a una pregunta: ¿de dónde salió este manto sagrado? Sus orígenes son tan inciertos como sinuosos. De hecho, existen versiones parecidas –pero no iguales– de la frazada con motivos de tigre en países como Ecuador o México. En el país azteca es el más representativo de los productos con diseños folclóricos de Cobertores San Marcos, empresa de la localidad de Aguascalientes, propiedad del ya fallecido Jesús Rivera Franco. El empresario hidrocálido (porque ese es su gentilicio) ideó la gráfica de los tigres –en este caso, dos de ellos mirando frontalmente y con trazos más realistas– durante un viaje a España. A su regreso a México no tardaron en convertirse en un enorme éxito.
Volviendo al Perú, se dice que los primeros modelos surgieron de la tradicional Fábrica de Tejidos Maranganí, en el Cusco, especializada en este tipo de mantas que pesan más que el colchón, como bromeaban los abuelos. El rastro más claro, sin embargo, está en Lima, exactamente en la tienda Santa Catalina, que hasta el día de hoy es la distribuidora oficial de la atigrada frazada y que, además, este 2020 cumple 132 años. Nada menos.
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Se trata de una empresa fundada en 1888 por dos extranjeros: el italiano Bartolomé Boggio y el estadounidense Enrique Price. Sin embargo, el verdadero éxito de la Fábrica de Tejidos Santa Catalina (su nombre original) no llegaría sino 10 años después de conformada, cuando Mariano Prado Ugarteche se hizo socio de la misma y emprendió su expansión. La historia es contada con mayor detalle en el libro “El imperio Prado, 1890-1970” (1995) de Felipe Portocarrero, donde se explica la relevancia que tuvo el negocio textil en la riqueza del poderoso clan familiar de los Prado. La empresa dominó el rubro de la lana, abrió varias sucursales y se expandió más allá de sus expectativas hasta que, tras varios años de bonanza, una mezcla de razones propició su decadencia, entre ellas “la competencia que comenzaron a ejercer desde mediados de la década del 50 las fibras artificiales y sintéticas”, según indica Portocarrero.
Más tarde, durante el gobierno de Juan Velasco, Santa Catalina pasaría por un proceso de cooperatización y recaería en manos de sus trabajadores. Recién en 1992 quedaría en manos de la familia Aragón, sus actuales dueños. El tigre se resiste a descansar las garras.
En la actualidad solo queda activo uno de los locales de Frazadas Santa Catalina. Está en la cuadra 4 del jirón Carabaya, en el Centro Histórico de Lima, y entre sus paredes huele a viejo. En sus estantes se apilan las frazadas de tumis y de figuras Nasca, pero salta a la vista el clásico modelo del tigre, el más pedido por la gente. “Si nunca has tenido una frazada de tigre, no tuviste infancia”, dice un cliente que busca renovar la ropa de cama. Los trabajadores extienden, doblan y cepillan con paciencia los populares cobertores.
A la cabeza de Santa Catalina está Wilson Aragón Ponce, ingeniero industrial que –quizá inspirado en el legado de los Prado– tentó las lides políticas hace 12 años. En el 2006 postuló a la Alcaldía de Lima con el partido Renacimiento Andino, pero no rugió: ocupar el último lugar entre los 12 candidatos, con apenas el 0,23% de los votos, puede que haya sido suficiente escarmiento.
En el negocio le va mejor. Ofrece frazadas en variados diseños. De plaza y media, dos plazas, y dos plazas y media. Clásicas y premium (según la proporción entre lana y poliéster). Y recibe visitantes a diario. Uno de ellos, en realidad para propósitos de esta nota, es el poeta Miguel Ildefonso. En su libro “Diario animal” (2016) incluye un poema que comienza así: “De qué lado duerme la luna esta noche/ abrigada con su frazada de tigre...”. Con el tigre encaramado sobre los hombros, cuenta el proceso de escritura: “Surgió en un momento en que estaba escribiendo varios versos sobre animales y creo que vi la frazada sobre la cama que tenía al lado. Aparte, por esos días me ocurría algo raro: solía despertar bruscamente, casi saltando de la cama. Por eso no es un poema estrictamente sobre la frazada ni sobre un tigre, sino más bien medio místico. Pero así fue como junté las ideas”. Otro escritor, el argentino Jorge Luis Borges, decía que soñaba con tigres porque el amarillo era uno de los colores que más resistía en su memoria frente al avance de la ceguera. No es difícil imaginárselo durmiendo y bien arropado con su frazada.
La arremetida, por un lado, de las baratas mantas polares y, por otro, de los sofisticados edredones de pluma de ganso han hecho retroceder un poco a la frazada de tigre, pero no han podido derrotarla. Lima no es una ciudad particularmente fría, pero los limeños queremos creerlo así. Tomar chocolate caliente en verano y enchompar al perro son la prueba, y no hay que sentirse mal por ello. Nunca, pero nunca, renunciemos al abrigo ocioso o afrodisíaco de un buen frazadón.
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