Ha partido nuestra querida Marisa Guiulfo. La gran dama de la cocina peruana, la de la sonrisa bella, mujer trabajadora como ninguna, luchadora hasta el final. Se ha ido en paz y rodeada de muchísimo amor, ¡tantísimo amor!, como el que ella misma compartió, no solo con los suyos –Marisa era la Mamina y todos sus polluelos- sino con este Perú cuya grandeza, cultura, tradición, frutos, sabores y colores tantas veces celebró y que fue origen de su inspiración.
“Ella siempre estará como tú la recuerdes”, nos dice su sobrina, Andrea Romero Guiulfo (“la hija que nunca tuve pero que fue hija desde que nació”, decía Marisa), y sus palabras ayudan a mitigar la tristeza. Porque al recordar hoy a Marisa Guiulfo, lo que prima es la alegría, su calidez, el aroma envolvente de sus flores y la grandeza imponente del mar que siempre adoró. ¡Qué mujer maravillosa para generar esa grata sensación a su alrededor!
Una vida plena
Marisabel Guiulfo Zender solía decir que nació el mismo año del gran terremoto y que la habían bautizado con el nombre de la protagonista de una radionovela. Hija mayor de Adela Zender y Luis Guiulfo del Río -quienes tuvieron también a Lucho, Armando y Titi-, cumplió 81 años hace un par de semanas, el 13 de noviembre. Con casi cinco décadas de carrera culinaria, es justo reconocer que esta peruana de luminosa sonrisa, centelleantes ojos celestes, paladar exquisito y gran vitalidad fue quien un día, maravillada ante la diversidad de nuestro recetario nacional, se preguntó por qué la cocina peruana y sus insumos no formaban parte de los grandes banquetes celebratorios. Y fue ella quien la incluyó, con felicidad y mucho orgullo.
Marisa solía recordar con claridad el preludio de aquellos inicios. Tenía 19 años cuando llegó a Estados Unidos, después de estudiar en Lima taquigrafía y mecanografía, y de trabajar en una agencia de viajes que al cabo de un año le dio vacaciones y un pasaje de avión que le cambió la vida. Marisa emigró a San Francisco, donde halló trabajo en la oficina principal del Bank of America. En un sótano donde se contaba dinero con máquinas, ella descubrió la globalización culinaria: rodeada de compañeros húngaros y asiáticos, curioseó y aprendió sus comidas típicas. “¿Cómo no iba a enseñarles yo la cocina peruana?”, se preguntó aquella joven que recibió de su madre Adela valiosas recetas. “Lo primero que preparé fue un jamón del país e hice butifarras. Mis amigos peruanos, encantados; los extranjeros, felices”, nos contó hace muchos años, sus ojos llenitos de nostalgia.
Marisa Guiulfo vivió casi seis años en Estados Unidos. En San Francisco se casó con Tomás Ossio y tuvo su primer hijo, Felipe. Se mudaron a Los Ángeles poco antes de su regreso al Perú, donde nacieron José, Álvaro y Coque. La Era Guiulfo, que vistió de identidad nacional, elegancia y buen gusto nuestra gastronomía, empezó así.
Una chef inolvidable
La añoranza que provoca vivir lejos del Perú reforzó en Marisa su sazón autodidacta y la necesidad de replicar sus sabores. Recetas de su madre le llegaban en cartas a través del correo tradicional; ella las preparaba, mientras iba moldeando ese buen gusto y estilo, que al volver quedó reforzado con lo que la naturaleza le dio: biodiversidad y mucho color. Trabajadora y fuerte como ninguna (superó el cáncer, las cirugías al corazón y la diabetes), pintó de alegría nuestra Lima gris desde que empezó a organizar cumpleaños infantiles y pequeñas comidas. Así fue como la Mamina -como siempre la llamará su familia- decidió celebrar la vida. Y así tituló su más valioso libro: “Celebra la vida”, un volumen que la pinta de cuerpo entero y que representa hoy un compendio fundamental para conocer su propia historia y gran legado.
Porque Marisa no se guardó nada. Madre amorosa, guió a sus hijos por el sendero de la buena cocina; los chefs Felipe y Coque Ossio son clara muestra de ello. Compartió sus recetas, formó a decenas y hasta cientos de cocineros y colaboradores, engrió a sus comensales. Y en paralelo, cual hada madrina, se encargó de hacer realidad los anhelos de quienes confiaron en ella la responsabilidad de montar eventos inolvidables, desde una íntima reunión hasta banquetes presidenciales y, claro, las grandes recepciones, bodas y fiestas donde imprimió su sello personal y absoluta dedicación, con el apoyo de sus hijos y gran familia, su equipo, su gran amigo Eduardo de las Casas y su brazo derecho, Viri Bacigalupo.
“Marisa siempre estará como tú la recuerdes”. Repetimos una y otra vez esta frase, que no hace sino dibujar una sonrisa en el rostro, porque a Marisa la tenemos pintada en la memoria así, festejadora. “Miren este azul, ¿no es lindo?”, escribió Marisa en el libro que lleva su firma. Y con ese color vibrante, tan suyo, tan Pucu, el cielo la recibe hoy, 4 de diciembre. Descansa en paz, Marisa, y gracias por enseñarnos a celebrar la vida.