Un piano, unas cuantas lámparas exóticas sobre su cabeza, una carpa árabe, mucha arena bajo sus pies, la ruta de la música que aún no había sido creada, pero que llegaba al mundo a través del arte y el talento de Brian Wilson de un modo que aún no es capaz de explicar. Era el Big Bang de la creación explotando a través de sus dedos. Para probar la efectividad de aquella escenografía que instaló en la sala de su enorme casa de Laurel Way 1448 en Beverly Hills, tiene los éxitos que lo acreditan como uno de los más grandes creadores de la historia del rock, entre ellos, Good Vibrations o el álbum Pet Sounds. Allí, en ese cuadrado lleno de arena californiana donde pasaba largas horas componiendo con los pies descalzos sumergidos en ella y libre de tensiones, esos clásicos vendrían al mundo a hacerlo un lugar mejor. “Era un viaje”, confiesa Wilson hoy. Pero no usa ni la palabra “travel” ni la palabra “journey”, sino la que le es más familiar: “trip”.
“En esa tienda fumaba hierba, comía sándwiches de jalea y mantequilla de maní. Ya sabes, joven y rico”, cuenta con la naturalidad de quien recuerda pecadillos de juventud. Aunque parezca una extravagancia inútil, aquella comodidad y frescura le daba a Wilson la fluidez necesaria para que las melodías vinieran a él y se convirtieran en canciones mientras las luces de una Los Angeles alucinada parpadeaban bajo sus pies.
“¿Qué sentías cuando vivías aquí, eras joven, casado, con dinero, componías éxitos?”, le pregunta el periodista Jason Fine a Brian Wilson, mientras ambos van en un auto por las calles que el músico conoció y disfrutó en su juventud. “Emoción. Entusiasmo. Felicidad. Un sentimiento “groovy””, responde él –con jerga sesentera- sobre aquellos días en que el éxito del grupo era ya sólido y prometía más, tras temas como Surfin´ Girl, Surfin´ Safari, Surfin´ on the USA, I Get Around, Little Deuce Coupe, Help Me Rhonda, California Girls o Barbara Ann.
Sin embargo, llegó un momento en el que las canciones sobre chicas, autos y diversión a orillas del mar o sobre sus olas no fueron suficiente para él. Su enorme talento compositivo se había ido perfeccionando y también había aumentado su nervio competitivo. Sobre todo, desde que en 1965 oyera por primera vez el Rubber Soul de The Beatles. “Apenas escuché los primeros acordes, me enamoré de este disco”, ha recordado Wilson sobre aquel primer contacto con el clásico de los Fab Four que disfrutó una plácida e inolvidable tarde, mientras fumaba unos porros en su sala. “Es increíble, nadie había hecho un disco en el que todas las canciones fueran tan buenas, y esas letras tan increíbles”, agregó. Fue entonces cuando decidió que tenía que superarlos y componer el mejor disco de todos los tiempos. Para muchos, el Pet Sound ostenta ese honor.
Tenía solo 23 años, su interés musical nació a los 8 –tras ver tocar el piano a su padre-, fue inspirado por el blues y el góspel, grabó por primera vez a los 19, a los 20 hizo su primera gira, fumaba marihuana y consumía LSD desde hacía solo unos meses. El álbum The Beach Boys Today! –el primero de los 3 que publicarían en 1965-, grabado tras despedir a su padre como manager, había adelantado algunos de los cambios que Brian propondría en los trabajos siguientes, con composiciones y arreglos más complejos.
Sobre las olas
“Brian Wilson tenía una orquesta en su cabeza”, ha dicho sobre él su amigo Elton John. Y es una de las maneras más exactas para describir al genio vanguardista de los Beach Boys que hoy tiene ya 80 años. Una edad inesperada para alguien que, en los años 70 y 80, estuvo en todas las listas de las celebridades que se esperaba que murieran, producto de sus excesos, al lado de otros rockstars que también han desafiado numerosas veces a la parca, como Ozzy Osbourne o Keith Richards. Ya habían comenzado sus ataques de ansiedad, estaba camino al sobrepeso y las drogas eran parte del cóctel de desórdenes diarios, pero su capacidad musical seguía intacta. Todo esto lo cuenta el artista en “Brian Wilson: Long Promising Road”, el documental que ha estrenado Star +, dirigido por Brent Wilson –sin parentesco con él- y que tiene como hilo conductor la entrevista que realiza el periodista Jason Fine, amigo de Wilson y gran conocedor de la historia del grupo, a bordo de un auto por el que recorre diversos lugares especiales para el creador de Pet Sounds. Además, durante aquel paseo, escucha junto a Wilson varios de los mejores temas de los Beach Boys y recuerda a sus hermanos Dennis y Carl, fallecidos en 1983 y 1998, tras ahogarse el primero y enfermarse de cáncer el segundo. Paradójicamente, Dennis era el único de ellos que surfeaba.
Gracias a la complicidad de Fine, quien conoció a Wilson a través de su trabajo como periodista, unos 20 años atrás, el documental se convierte en un entrañable vehículo para conocer también la actualidad del compositor, tras una vida en la que tuvo que soportar a un padre abusivo, las consecuencias sicológicas de las voces dentro de su cabeza que le decían cosas terribles –producto de la esquizofrenia que sufre desde hace casi 60 años-, el distanciamiento temporal de sus hijas a causa de la separación de su primera esposa y su adicción a la cocaína y al alcohol. Otro momento sensible es cuando recuerda los 9 años perdidos al lado de Eugene Landy, el polémico terapeuta que trató su adicción a las drogas sometiéndolo a su propio abuso, hasta que su familia lo rescató y él mismo se sintió capaz de liberarse. Los desórdenes de Brian Wilson se manifestaron de varias maneras: cuando, conmovido por su propia música, se acurrucaba a llorar por varios minutos a un lado del estudio, o cuando detenía la grabación para irse a ver un episodio de Flipper, que también lo conmovía hasta las lágrimas. A lo largo del documental aparecen artistas y amigos suyos como Elton John, Bruce Springsteen, Jakob Dylan, Linda Perry o el recientemente fallecido Taylor Hawkins.
“La belleza de Pet Sounds está en la alegría que transmite, aún a pesar del sufrimiento, la felicidad que hay en los afectos”, dice Springsteen sobre el álbum para el que Brian Wilson les pedía a sus músicos “colores”, “amor”, “pasión” o “ternura” como instrucciones para interpretar adecuadamente temas como Wouldn´t it Be Nice, God Only Knows o Caroline, No.
A Brian Wilson se le ha dicho “cerebro”, “visionario”, “alma de los Beach Boys”, el “factótum” que logró superar la fase “surf rock” del grupo para llevarlo a cotas antes impensables. Quizás estas múltiples personalidades, manifiestas en su música, en las capas sonoras que concibió, influenciado por los Beatles o el Wall of Sound de Phil Spector, son también la huella de un hombre que fue muchos. Que es aún muchos. Puede uno imaginar que sucedió producto del consumo de sustancias psicoactivas o por los problemas siquiátricos que le diagnosticaron desde los años 60. Quizás, como en el caso de otros grandes en la historia de la música o el arte, haya sido algo más “simple”: su talento innato, ese que aún monta las olas de la genialidad, como si lo hiciera eternamente acompañado de Dennis, Carl, Mike Love o Al Jardine, los hermanos y compañeros con los que formó un grupo con un nombre simple, Los chicos de la playa, que en realidad nos hablaba de las infinitas posibilidades del mar que navegaba en su cabeza.
“Brian Wilson: Long Promising Road” (2021)
Director: Brent Wilson
Puede verse en: Star+
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