Como sucede con gran parte de los artistas de rock y pop en español que alcanzaron el éxito en la década de los noventa, la fama de Christina Rosenvinge se sostiene, para bien y para mal, en canciones de hace más de veinte años. Por suerte, a diferencia de algunos de sus contemporáneos, Christina destaca por haber delineado, luego de aquella conquista, una trayectoria rebelde y coherente, llena de altos y bajos en lo comercial, pero enfocada siempre en la calidad lírica y en una vanguardia permanente. Su mejor cualidad, de seguro, es la frescura que conserva tanto en lo musical como en lo performativo. Es esta frescura la que hizo del concierto de ayer una experiencia sonora que será difícil volver a encontrar en Lima por algún tiempo.
Kanaku y el tigre, y el enigmático Luis Loz dan inicio a la noche. El público responde bien y, poco antes de las doce, el Noise de Barranco se ve listo para recibir a la princesa del pop en español. Calzando botas y un pantalón de cuero negro, Christina Rosenvinge coge su Fender Telecaster y arranca con “Alguien tendrá la culpa”, sencillo perteneciente a “Lo nuestro”, su nuevo álbum. Los asistentes la reciben con el cariño que merece. Le siguen “Romeo y los demás” y “Las horas”, dos canciones que, si bien pertenecen a discos distintos (“Lo nuestro”, del 2015, y “Tu labio superior”, del 2008, respectivamente), encuentran una en la otra el complemento perfecto. Con su último disco, editado en abril de este año, la Rosenvinge ha vuelto a encontrarse con ese lado tan guitarrero de “Tu labio superior”, y así continúa “Anoche”, una de las canciones más entrañables de esta placa.
(Fuente: YouTube)
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La gente le pide canciones. Por el momento, ella ignora y da paso a “Alguien que cuide de mí”, la balada más desgarradora de Los subterráneos. El aire se llena de esa aura dulce y melancólica tan propia de su estampa melódica, y toman la posta “Debut”, “Mi vida bajo el agua” y “La distancia adecuada”, notables canciones salidas de “La Joven Dolores” (2011). A continuación, el himno para las mejores amigas, “Tú por mí”. El público es joven, más de la mitad parecen ser hombres, pero el clásico llega y pega con todo. Pocos resisten las ganas de corearlo y pronto el local se convierte en una gran marea de sílabas inequívocas que acompaña la canción hasta sus últimas frases.
EN VIDEO: Christina Rosenvinge canta “Tú por mí” durante su show en Barranco la noche del jueves. (Fuente: El Comercio)
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Le siguen “Eclipse” y luego “Tok tok”, una joya que nos llega directamente desde su disco “Continental 62”. Lanzado en el 2006, aquel álbum cerró lo que hoy se considera su tríptico anglosajón: un periodo de producciones discográficas que desarrolló principalmente en Nueva York, resguardada muy de cerca por Lee Ranaldo y Steve Shelley, dos leyendas vivas de la emblemática banda Sonic Youth. Continúa “Pobre Nicolás”, de su último disco, y “1000 pedazos”, otra de sus canciones más queridas y solicitadas. Christina otorga, complace a los asistentes. Pero lo hace a su estilo: impone una nueva visión, reversiona sus viejos temas, logra con audacia que estos encajen en la sensibilidad contemporánea que ahora ella profesa. Y qué bien que sabe hacerlo.
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“Canción del eco” inicia con Christina y la guitarra a solas. La banda se une poco a poco, y así, conforme aumentan los decibeles, la noche se prepara para sus momentos más memorables. “El segundo acto”, una sátira brillante y aguda sobre la sociedad actual, reúne melodía, letra y visuales (muy presentes en las canciones de su nueva producción) en lo que la propia Christina ha catalogado como romanticismo industrial. Las imágenes del écran revelan calles y metros sobrepoblados, el tráfico más infernal y absurdo. Le sigue “Lo que te falta”, algo más calmada, aunque decorada con aullidos que anticipan lo que vendrá a ser la gran revelación del recital: “La muy puta”.
Se trata de una pieza de rock pesado, interpretada con esa forma de cantar que viene definiendo su estilo en los últimos años: casi hablada, casi susurrada, pero abierta a la posibilidad de dar paso al estridentismo de gritos elevadísimos, casi dolorosos. Los asistentes llevan el ritmo con la cabeza. Pocos conocen a fondo la canción pero es imposible no quedar atrapado. Christina se entrega como nunca se ha visto. Gatea hacia el público, aprieta con fuerza las manos que la llaman, se derrite boca arriba sobre el suelo. Detrás de ella, la banda hace reventar el escenario. Juan Diego Gosálvez (batería), David T. Ginzo (bajo y teclado) y Emilio Saiz (guitarra y bajo) son el marco más atronador, joven y adecuado que uno podría imaginar para una cantautora de esta talla. Finalmente, “La tejedora”, en la misma línea oscura y casi aterradora, completa el último bloque de “Lo nuestro”. Los músicos abandonan el escenario.(Fuente: YouTube)
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Por supuesto, se sabe que aún falta lo prometido. Christina vuelve a aparecer, sola esta vez, y deleita con una versión de “Pálido” decididamente íntima. Tenemos frente a nosotros a una artista completa, que se maneja tan bien en el canto como en el teclado y la guitarra (la cual modula con al menos cuatro pedales distintos). La gente vuelve a pedir canciones, todos están seguros de que en cualquier momento esto acaba. Christina concede y “Señorita” encuentra su posición como la penúltima pieza de la noche. Luego de ello, lo único que hace falta es saltar. Y así nos llega “Voy en un coche”: rápida, más punk que ninguna, en sintonía con ese espíritu underground que Christina ha intentado transmitir toda la noche. Como tantas veces ha explicado, Los Subterráneos no fue una banda propiamente dicha, sino un conjunto de músicos que iba cambiando y que la acompañó en sus dos primeros discos como solista. Desde siempre, la única subterránea ha sido ella.